10/11/2019, 23:42
Todo se fue de las manos tan rápido que apenas dio tiempo a asimilarlo.
Ayame no había pretendido volcarle el caldo encima al desconocido; de hecho, ni siquiera quería haber chocado con Ari. Su intención había sido la de hacerlo contra el hombre, provocarle una sorpresa lo suficientemente impactante como para desbaratar lo que ella creía que era una Técnica de Transformación. Pero no hubo ni estallido de humo, ni transformación alguna que desbaratar. En su lugar, gritos de dolor, de alarma, de sorpresa, de socorro. El pobre hombre se echó hacia atrás en un gesto desesperado por salvarse del fuego del infierno, cayendo al suelo de culo, y llevándose consigo parte de la mesa, los vasos, los cubiertos y los platos. Se quitó la ropa ardiendo entre violentos aspavientos.
—¡Maldita mocosa atolondrada! ¡¿qué no ves por donde caminas, estúpida?!
Y Ayame, que se había quedado congelada en el sitio del más absoluto horror, se le subió el sonrojo hasta las orejas, muerta de la más absoluta vergüenza.
—¡Traed agua fría y hielo, joder! —Seguía gritando.
Con aquella voz que le pertenecía a otra persona.
—¡Enseguida! —exclamó Ari, que echó a correr en dirección a las cocinas entre gritos y órdenes.
Pero Ayame no esperó al regreso de Ari, en su lugar se abalanzó prácticamente sobre el hombre herido, y tras entrelazar las manos en tres sellos, moldeó el chakra desde su pecho y exhaló un débil chorrito de agua, un Mizurappa falto de cualquier tipo de potencia y presión, sobre su pecho para calmar las quemaduras.
—¡Kamiseba, trae agua y ropa seca y limpia, por favor! —clamó, antes de volverse hacia su pobre víctima—. Lo siento... lo siento muchísimo... Yo... No sé qué decir... —balbuceaba, con la cabeza gacha.
¿Pero en qué estaba pensando? En que aquel desconocido podría tratarse de su viejo amigo... ¿Cómo se le había podido ocurrir? Pensando que quizás se trataba de una mera transformación... ¿Es que se había vuelto loca? Pero aquella voz... ¡Esa voz era la de Kaido, estaba segura!
—Por favor, déjeme invitarle... Como compensación.
Ayame no había pretendido volcarle el caldo encima al desconocido; de hecho, ni siquiera quería haber chocado con Ari. Su intención había sido la de hacerlo contra el hombre, provocarle una sorpresa lo suficientemente impactante como para desbaratar lo que ella creía que era una Técnica de Transformación. Pero no hubo ni estallido de humo, ni transformación alguna que desbaratar. En su lugar, gritos de dolor, de alarma, de sorpresa, de socorro. El pobre hombre se echó hacia atrás en un gesto desesperado por salvarse del fuego del infierno, cayendo al suelo de culo, y llevándose consigo parte de la mesa, los vasos, los cubiertos y los platos. Se quitó la ropa ardiendo entre violentos aspavientos.
—¡Maldita mocosa atolondrada! ¡¿qué no ves por donde caminas, estúpida?!
Y Ayame, que se había quedado congelada en el sitio del más absoluto horror, se le subió el sonrojo hasta las orejas, muerta de la más absoluta vergüenza.
—¡Traed agua fría y hielo, joder! —Seguía gritando.
Con aquella voz que le pertenecía a otra persona.
—¡Enseguida! —exclamó Ari, que echó a correr en dirección a las cocinas entre gritos y órdenes.
Pero Ayame no esperó al regreso de Ari, en su lugar se abalanzó prácticamente sobre el hombre herido, y tras entrelazar las manos en tres sellos, moldeó el chakra desde su pecho y exhaló un débil chorrito de agua, un Mizurappa falto de cualquier tipo de potencia y presión, sobre su pecho para calmar las quemaduras.
—¡Kamiseba, trae agua y ropa seca y limpia, por favor! —clamó, antes de volverse hacia su pobre víctima—. Lo siento... lo siento muchísimo... Yo... No sé qué decir... —balbuceaba, con la cabeza gacha.
¿Pero en qué estaba pensando? En que aquel desconocido podría tratarse de su viejo amigo... ¿Cómo se le había podido ocurrir? Pensando que quizás se trataba de una mera transformación... ¿Es que se había vuelto loca? Pero aquella voz... ¡Esa voz era la de Kaido, estaba segura!
—Por favor, déjeme invitarle... Como compensación.