11/12/2015, 00:27
Entre estatua y estatua, se paseaba distraídamente la joven Hyuga. No podía parar de observarlas desde la cercanía, con cada mirada descubría cientos de detalles lo que le llevó a pensar que fuera quién fuese que había hecho aquellas estatuas era un verdadero amante de aquellos animales. Nunca había visto uno, pero con solo ver esas piedras esculpidas, se podía imaginar como debía de ser uno de verdad.
La admiración suele despertar curiosidad y en el caso de la de kusabi, eso era practicamente causa y efecto. Tanto observar aquellas estatuas, llevó a la joven a desear con todas sus fuerzas tocarlas pero no sabía si estaba prohibido. En muchos sitios se vetaba a los visitantes para evitar que se dañasen con el continuo manoseo. Aunque la joven sabía muy bien esto, no podía reprimirse por mucho que lo intentaba y como si una fuerza ajena a su voluntad gobernase su mano diestra. Comenzó a acercarla poco a poco hacía la estatua. Cuando las yemas de sus dedos casi palpaban la superficie, un carraspeo la detuvo en seco.
Paralizada, comenzó a sentir un familiar dolor sobre su vientre, ese típico dolor que sentía cada vez que sabía que había hecho algo incorrecto y que encima, de una forma u otra la habían cazado con el carrito del helado. La Hyuga, se dió la vuelta lentamente. Su blanquecino cabello siguió el movimiento de manera más perezosa, por lo que casi le cubrió el rostro por un instante. Su mirada, encontró a un chico joven bastante apuesto, cabello recogido en una cola de caballo color castaño rozando al pelirrojo, con puntas de un color azul. Por un instante, la Hyuga, casi olvido en la situación en la que se encontraba pero la única palabra que pronunció el muchacho la hizo volver a la realidad.
—Lo... lo siento, no sabía que no se podía tocar perdona— la joven no pudo evitar hacer una solemne reverencia a modo de disculpa —Acepte mis mas sinceras disculpas—
Mitsuki se sentía tremendamente culpable por haberse dejado llevar de aquella manera, seguramente había cometido una grave afrenta contra aquellas estatuas al intentar tocarlas.
La admiración suele despertar curiosidad y en el caso de la de kusabi, eso era practicamente causa y efecto. Tanto observar aquellas estatuas, llevó a la joven a desear con todas sus fuerzas tocarlas pero no sabía si estaba prohibido. En muchos sitios se vetaba a los visitantes para evitar que se dañasen con el continuo manoseo. Aunque la joven sabía muy bien esto, no podía reprimirse por mucho que lo intentaba y como si una fuerza ajena a su voluntad gobernase su mano diestra. Comenzó a acercarla poco a poco hacía la estatua. Cuando las yemas de sus dedos casi palpaban la superficie, un carraspeo la detuvo en seco.
Paralizada, comenzó a sentir un familiar dolor sobre su vientre, ese típico dolor que sentía cada vez que sabía que había hecho algo incorrecto y que encima, de una forma u otra la habían cazado con el carrito del helado. La Hyuga, se dió la vuelta lentamente. Su blanquecino cabello siguió el movimiento de manera más perezosa, por lo que casi le cubrió el rostro por un instante. Su mirada, encontró a un chico joven bastante apuesto, cabello recogido en una cola de caballo color castaño rozando al pelirrojo, con puntas de un color azul. Por un instante, la Hyuga, casi olvido en la situación en la que se encontraba pero la única palabra que pronunció el muchacho la hizo volver a la realidad.
—Lo... lo siento, no sabía que no se podía tocar perdona— la joven no pudo evitar hacer una solemne reverencia a modo de disculpa —Acepte mis mas sinceras disculpas—
Mitsuki se sentía tremendamente culpable por haberse dejado llevar de aquella manera, seguramente había cometido una grave afrenta contra aquellas estatuas al intentar tocarlas.