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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Las cañas de bambú siempre le habían parecido uno de los especímenes de plantas más interesantes que podían existir. Por lo que caminar por aquel bosque de cañas de bambú, que se erguían orgullosas hacia el cielo como si en cualquier momento pudiera superar a las nubes le resultaba especialmente bonito.

Kimura iba prácticamente girando la cabeza para todos lados sin querer perderse un detalle del paisaje a medida que se iba acercando a Kuroshiro. Hacía ya tiempo que no visitaba el lugar, así que antes de lanzarse a la expedición a otros países o lugares, había preferido visitar aquel pequeño santuario a los pandas. Todavía recordaba sus ya pasados nueve años, la primera vez que visito el lugar y monto a lomos de un panda; y las ofrendas dejadas frente a las estatuas para los animales.

Pero ahora era diferente, aquel había sido un día de primavera soleado y caluroso. En el presente, la estación era invierno, y aunque la temperatura de unos doce grados seguía siendo agradable, en vez de un sol deslumbrante, eran los copos de nieve los que se arremolinaban alrededor del rostro del joven. Sus hermosos ojos celestes observaban con curiosidad a los elegantes copos caer en un lento descenso hasta el suelo, resaltados el color por la bufanda de vivo color rojo que llevaba anudada al cuello.

— Creo que ya estoy llegando… Solo espero que una pequeña nevada no les haga cerrar todo… — Imponentes estatuas talladas en blanco mármol de pandas le daban la bienvenida al pueblo, a cuya entrada el genin habia arribado. El sitio parecía animado, con numerosas familias y parejas paseando, yendo y viniendo entre las calles y tiendas. A ambos costados se podían observar hileras de estatuas en honor a los pandas. — No recordaba esto tan decorado, parece que el negocio ha sido prospero — Con una sonrisa de nostalgia infantil Takayama veía a los niños que paseaban encima de los pandas, llevados por los aldeanos encargados. De vez en cuando, también pasaban pandas con adolescentes, familias o más común, parejas que disfrutaban de un tranquilo paseo.

Tras meditar un momento, el muchacho se acerco hacia una de las vitrinas de la tienda de souvenir principal del pueblo, a plena vista en la entrada. Se quedo mirando una delicada estatuilla, con la figura de un panda en una escena inmortalizada mientras comía una caña de bambú.
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#2
Tras una suave orden del conductor del carromato, este se detuvo casi de inmediato. En el interior de la cabina que lo convertía en diligencia se encontraba Hyuga Mitsuki, ataviada con un kimono blanco de detalles florales bordados con hilo plateado que se ajustaba a su cuerpo casi como si de un guante se tratase desde hombros a cintura. Las mangas de la vestimenta era un poco más anchas de lo habitual, lo normal en un kimono formal, al igual que la parte baja. La peliblanca ocupaba el asiento central, justo frente a un señor bastante anciano de largas barbas grises y pequeñas lentes sobre una ruda nariz. El hombre vestía con ropas tradicionales en tonos marrones, adornadas con un par de espirales para remarcar su procedencia y a quién representaba.

Aquel señor de rostro amable, era nada más y nada menos que un embajador del País de la Espiral. Su nombre era Koshikawa Hazuhiko. La joven Hyuga había compartido con él un largo viaje hasta Notsuba, donde habían sido recibidos por el Señor Feudal del País de la Tierra. El objetivo de este viaje no era más que puramente comercial entre ambos países y la presencia de la joven tan sólo fue formativa. El embajador creyó oportuno, que una futura sacerdotisa de Kusabi debía de entender como funcionaban las relaciones diplomáticas y que mejor manera que tener la oportunidad de participar en unas aunque solo fuese como espectadora. Tras pedir los pertinentes permisos, el viaje fue aceptado y ahora se encontraban de regreso. Y una de las paradas fue Kuroshiro, el pueblo de los Pandas.

—Me encanta Kuroshiro— el anciano casi parecía emocionado mientras observaba desde la ventanilla del carromato la carretera que iba en dirección al pueblo —Lástima que ya no esté en condiciones de montar en un panda— bromeo Hazuhiko mientras volvía acomodarse en el asiento —Mi querida Mitsuki, perdonadme por no poder acompañaros en la visita pero este pobre viejo necesita descansar—

—No os preocupéis señor, el viaje a sido largo— contestó la joven con una sonrisa mientras clavaba sus blanquecinos ojos en su interlocutor —Y lo primero es vuestra salud—

—Aún así me hubiese gustado haceros de guía, no todo los días se tiene la oportunidad de estar con una joven Shijou— apuntó el anciano que casi se veía realmente afectado —Bueno, no os entretengo más... disfrutad de la visita—

—Quizás en otra ocasión, si me disculpaís— la joven se levantó con suavidad, colocó su mano sobre el pequeño pomo y abrió la puerta. Durante un instante la joven se quedó casi congelada, ¡había nieve!. Hacía meses que no contemplaba su blanco y la verdad es que lo echaba de menos. La Hyuga no pudo evitar sonreír, casi como lo haría una niña que acaba de recibir un bonito regalo de forma inesperada

—¿Pasa algo?— preguntó el anciano preocupado

—No, no...— contestó la joven volviendo la mirada hacia el anciano —Volveré pronto— se despidió la joven que rápidamente descendió del carromato y pudo sentir como la nieve crujía bajo sus pies, era una sensación tan familiar. Aquella temperatura, era ideal, estaba casi como si estuviese en casa. Así que sin más, se dispuso a avanzar en dirección a la entrada de Kuroshiro.

El acceso al pueblo estaba guardado por dos estatuas de mármol blanco con trozos negros que representaban a dos adorables pandas y una vez pasado el umbral había imágenes de pandas por todas partes, y a su alrededor multitud de gente caminando. Todo el mundo parecía alegre, los niños, los ancianos... era un lugar casi idílico, en cierta forma le recordaba a su tierra... parecía tan en paz.

Mitsuki fue poco a poco adentrándose, pasando junto a cada estatua para detenerse a observarla de cerca. Conocía el animal que representaba por dibujos en libros y cuentos, pero nunca había visto un panda de cerca y aquellas estatuas parecían tan reales que no podía evitar preguntarse si aquellos animales eran así. Lo que le llevó al interrogante si habría pandas de verdad en aquel lugar, aunque el anciano embajador habló de montarse en pandas... así que debería de haber o al menos esa fue la conclusión de la de uzu que tomó la determinación de encontrar al menos uno.
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#3
Kimura era un muchacho de vivaz mente, con una curiosidad y ansias de obtener conocimiento que no conocía limites. Y quizá en parte fuera por esto que tendía a aburrirse fácilmente de algunas cosas. Aquellos que no le servían para seguir recolectando y estimulando su conocimiento o recayeran en algo que no supusiera un interés eran fácilmente desechables. Así fue como la estatuilla del panda, a pesar de su bonito color y manufactura, fue rápidamente relajada al olvido por un libro exhibido en la vidriera del otro lado de la tienda.

“El por qué los pandas son la encarnación del Yin y el Yang, interesante…” Mientras leía el titulo de aquel libro, cuya sencilla portada mostraba un panda frente a un bosque entre dos símbolos del Yin y el Yang, no pudo evitar llevar su mano hacia su colgante del Yin y acariciarlo. Era ya una costumbre para él. Se preguntaba que estaría haciendo Akina en aquel momento. Mientras su mente discurría por un rio, su cuerpo seguía como una maquina otra corriente de pensamientos. Tras entrar en la tienda, se dirigió hacia el mostrador y pregunto por el libro que acababa de ver.

Ante la respuesta de la mujer que lo atendió en aquel momento, una señora anciana de rubios cabellos y ojos del color de la madera de un roble, Takayama solo dijo muchas gracias y dándose vuelta abandono el local, con las palabras de ella sintiéndose como un intento de puñalada a su bolsillo.

— Oh, ese es uno de nuestros mejores libros y muy barato. Solo te costara unos 1400 ryos querido… — Por la mente del muchacho la idea de preguntar si no existía un descuento para los shinobis del País del Rio no se asomo hasta que se encontraba de vuelta en las animadas calles. Y aun así, no tenía grandes esperanzas en cuanto a eso. “Mil quinientos ryos, esos son varios cientos más de la mitad de lo que tengo ahorrado… Y bastante más de lo que ganaría incluso haciendo una misión tras otra”.

Bueno, eso le certificaba a Kimura que Kuroshiro se habia vuelto un lugar turístico realmente popular y frecuentado en los últimos años. Por más vivaz que fuera su curiosidad, no era ningún tonto, y sabia de sobra que los lugareños de lugares así bien solían aprovecharse con lo que podrían vender en las tiendas de regalos, ya sea de tontos e incautos o de gente a la que le sobraba dinero y no tenía ningún reparo en gastarlo.

Una vez fuera, observo curioso que los pandas que había visto a su llegada ya no estaban a la vista. Supuso que los paseos de ese horario habían terminado así que no se volverían a ver por ahí hasta el siguiente horario. Aunque sus ánimos de montar en panda se habían reducido al pensar en el precio que podría llegar a tener, aun esperaba observarlos más de cerca. Mientras los copos de nieve seguían cayendo y a su alrededor el suelo empezaba a cubrirse de la primera y delgada capa de nieve se acerco a observar las estatuas que había cada poco a los costados de las calles.

Se detuvo frente a la estatua en la que menos gente concentrada frente a ella había, únicamente veía a una persona. Intuía que era una mujer, aunque tras un simple vistazo, le hubiese sido imposible decir si se traba de una chica o de una anciana. El que estuviera de espaldas y su largo cabello fuera de un color gris blanquecino complicaba la tarea.

Cruzo por su mente la idea de que ella podría saber donde observar con tranquilidad a las estrellas de aquel pueblo. Sin embargo, se encontraba en la incómoda situación de no saber cómo dirigirse a ella. Si era una anciana, hablarle sin el respeto adecuado podría hacerlo quedar como un irrespetuoso; mientras que si se trataba de una mujer joven, decirle señora podría caerle mal. Al final, tras unas cuantas angustias mentales más, se decidió por el modo que le parecía más neutral de todos.

Tosió ligeramente, como para llamar la atención de la otra persona, que hasta ese momento parecía estar abstraída en su propia mente por lo quieta que estaba y con su habitual tono de voz cortes pronuncio una escueta palabra.

— Disculpe… —
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#4
Entre estatua y estatua, se paseaba distraídamente la joven Hyuga. No podía parar de observarlas desde la cercanía, con cada mirada descubría cientos de detalles lo que le llevó a pensar que fuera quién fuese que había hecho aquellas estatuas era un verdadero amante de aquellos animales. Nunca había visto uno, pero con solo ver esas piedras esculpidas, se podía imaginar como debía de ser uno de verdad.

La admiración suele despertar curiosidad y en el caso de la de kusabi, eso era practicamente causa y efecto. Tanto observar aquellas estatuas, llevó a la joven a desear con todas sus fuerzas tocarlas pero no sabía si estaba prohibido. En muchos sitios se vetaba a los visitantes para evitar que se dañasen con el continuo manoseo. Aunque la joven sabía muy bien esto, no podía reprimirse por mucho que lo intentaba y como si una fuerza ajena a su voluntad gobernase su mano diestra. Comenzó a acercarla poco a poco hacía la estatua. Cuando las yemas de sus dedos casi palpaban la superficie, un carraspeo la detuvo en seco.

Paralizada, comenzó a sentir un familiar dolor sobre su vientre, ese típico dolor que sentía cada vez que sabía que había hecho algo incorrecto y que encima, de una forma u otra la habían cazado con el carrito del helado. La Hyuga, se dió la vuelta lentamente. Su blanquecino cabello siguió el movimiento de manera más perezosa, por lo que casi le cubrió el rostro por un instante. Su mirada, encontró a un chico joven bastante apuesto, cabello recogido en una cola de caballo color castaño rozando al pelirrojo, con puntas de un color azul. Por un instante, la Hyuga, casi olvido en la situación en la que se encontraba pero la única palabra que pronunció el muchacho la hizo volver a la realidad.

—Lo... lo siento, no sabía que no se podía tocar perdona— la joven no pudo evitar hacer una solemne reverencia a modo de disculpa —Acepte mis mas sinceras disculpas—

Mitsuki se sentía tremendamente culpable por haberse dejado llevar de aquella manera, seguramente había cometido una grave afrenta contra aquellas estatuas al intentar tocarlas.
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#5
Durante unos momentos, pareció que la muchacha no había escuchado la pequeña tos y la única palabra formulada por el joven. Sin embargo, pronto, lentamente comenzó a darse la vuelta para observar a su interlocutor.

Pudo entonces Kimura observar que era una joven que debía rondar su misma edad y poseedora de hermosas facciones, algo que no pudo evitar notar. El rostro se veía resaltado por dos particulares destalles; aquellos ojos blancos tan llamativos y las marcas negras en sus mejillas, que producían un hermoso efecto al contrastar con lo pálida que era su piel. Sin embargo, la atención del muchacho pronto volvió a la realidad con las siguientes palabras de la joven.

—Lo... lo siento, no sabía que no se podía tocar perdona— El Yuki inclino su cabeza un poco hacia el costado, una pequeña costumbre involuntaria que tenía cuando intentaba entender algo. Pues además, de sus palabras, la chica ahora estaba realizando una reverencia, volviendo a hablar mientras lo hacía. —Acepte mis mas sinceras disculpas—

“¿De qué me habla?... ¿Las estatuas? ¿Las habrá tocado? Supongo que si se está disculpando…” El castaño supuso que ella creía que era una especie de guarda de esas estatuas o algo parecido. Tampoco es que se le ocurrieran muchas otras variables por las que podría haber reaccionado así.

— No hace falta que te disculpes, no has hecho nada malo, supongo, no sé si pueden tocarse las estatuas. No es mi trabajo saberlo, supongo, solo soy un visitante igual que tu, intuyo. Perdona si te he asustado. —
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#6
Ante las explicaciones de la joven el muchacho ladeo la cabeza, daba la impresión que no comprendía muy bien por qué se estaba excusando la peliblanca, algo que terminó por confirmar sus palabras. Por suerte para Mitsuki, el chico no era ningún guardia. La joven dejó escapar un suspiró mientras el pelirrojo se disculpaba por haberla asustado.

—No tienes porque disculparte, si yo no hubiese estado toqueteando las estatuas no me abría asustado— respondió la joven con una sonrisa cálida, tan habitual en ella —Aunque reconozco que me alegro de que no seas un guardia— bromeo la joven mientras cuabría con cuidado su boca con la manga del kimono —Permite que me presente como es debido— la joven hizo una pequeña reverencia —Hyuga Mitsuki— la joven recupero la verticalidad con gracia —Espero que no tengas mal concepto de mí tras pillarme delinquiendo— volvió a bromear la joven —¿Podría conocer tu nombre joven visitante?— pregunto la joven a la vez que analizaba al muchacho con una mirada, el joven obviamente era un ninja. Algo que pudo deducir no solo por el estilo de ropa que usaba en aquel momento si no por que en su cinturón figuraba el mismo símbolo sobre una plancha de metal que el que había visto en Noemi y Ritsuko anteriormente, aquello le delataba como un shinobi de Takigakure. Según había podido comprobar los ninja no eran algo extraño en el continente, de hecho era bastante frecuente cruzarse con alguno o al menos esa era la impresión que tenía la joven.
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#7
Kimura se llevo la mano hacia el cabello y se acomodo un poco mas su pequeño flequillo hacia la izquierda, mientras escuchaba a su interlocutora hablar. Sonrió un poco al escuchar las bromas que la otra joven hacia, la verdad era que resultaba alguien bastante simpática.

— No te preocupes. Admito que a veces, doblar un poco las reglas puede ser…divertido. — La chica se presento como Hyuga Mitsuki mientras realizaba una pequeña reverencia, y luego le pregunto al chico por su nombre.

Este a su vez, realizo una pequeña reverencia parecida a la de la muchacha para luego presentarse. — Yuki Kimura, a su servicio. — Volvió a mirar a la muchacha, intentando imaginarse de donde podría ser, aunque no había nada en su vestimenta que pudiera serle útil como pista de su hogar.

— Si no te incordio al preguntarte, ¿Eres de por aquí o has venido de lejos para visitar Kuroshiro? Hay gente que viene desde bastante lejos para observar a los pandas.— Y era algo bastante cierto. Se podía ver alrededor de los jóvenes mientras hablaban, la cantidad de gente que llegaba, se iba, paseaba por aquel lugar. Aunque obviamente había una mayoría de gente del País del Rio, seguramente habría gente de la mayoría de las naciones.
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#8
El chico parecía ser una persona batante agradable, o al menos eso era lo que podía ir deduciendo de las sus palabras. Además de alguien bastante educado por la forma que tuvo de presentarse, ante lo que la Hyuga respondío con la misma cortesía mostrada —Es un plancer, Kimura— repitió la pequeña reverencia en señal de respeto antes de recibir de buen agrado la pregunta de su interlocutor que parecía haberse percatado de que la joven no era de por allí cerca.

—No te preocupes, estaré encantada de responderte— dijo la joven mientras aguardaba el interrogante del muchacho —Eres buen observador, es verdad que no soy de por aquí cerca— admitió la joven con un sonrisa —Sin embargo, debo a la casualidad encontrarme en este lugar. Solo estoy haciendo un alto en mi camino hacia el País del Remolino— comento Mitsuki con tranquilidad —¿Y tú eres de por aquí cerca?— pregunto la joven que no tenía muy claro de donde procedían los shinobi de Taki, pues a pesar de haberse encontrado con más de uno nunca les había preguntado sobre aquel respecto pues sabía perfectamente que solía ser un secreto bien guardado y no quería incomodar, aún así esta vez el interrogante era bastante más abierto dando pie a no concretar tal y como ella había hecho
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#9
La segunda impresión general que pudo tener el muchacho, aparte de que Mitsuki era bastante simpática, fue la de que parecía ser una persona a la que le gustaban las formalidades, o al menos eso le indicaba al repetir sus pequeñas reverencias, como efecto a la contestación que le dio Kimura sobre su nombre.

Y luego, tras unas pocas frases más, contesto a la interrogación formulada por el Takigakureño. Y a la vez, formulando una pregunta para el Yuki.

— Eres buen observador, es verdad que no soy de por aquí cerca — admitió la joven con un sonrisa — Sin embargo, debo a la casualidad encontrarme en este lugar. Solo estoy haciendo un alto en mi camino hacia el País del Remolino — comento Mitsuki con tranquilidad —¿Y tú eres de por aquí cerca?—

— Oh, el País del Remolino, pues no estás tan lejos de tu hogar. ¿Cómo es? ¿Teneis algún tipo de celebración especial o rito por alli? Todavía no he tenido la oportunidad de viajar por el país. — Contesto a la primera parte de lo dicho la jovencita. Tras una pausa de unos momentos continuo para contestar a su pregunta. — En cuanto a mi hogar… Pues podría decirse que es este. No en un sentido estricto, no vivo tan cerca de Kuroshiro, pero considero todo el País del Rio mi hogar. Uno le tiene un apego muy especial al lugar donde ha crecido, ¿No? — Obviamente, por la mente del joven no paso ni por un momento la idea de hablarle sobre la villa oculta. Aunque fuera una simple civil como pensaba, era inimaginable que alguien cometiera tal estupidez de hablar libremente sobre su aldea, siendo posiblemente la regla máxima él nunca divulgar su ubicación.

Al oír un sonido algo lejano, el joven giro la cabeza, mientras esperaba a la contestación de su acompañante. La multitud de gente, aunque todavía había deambulando por allí, parecía estar concentrándose en otro punto, más avanzado de lo que ellos estaban. Se oían los gritos de júbilo de los niños. “Exactamente igual que aquella otra vez, solo que ya no hay sobre quien subirme a sus hombros” fue lo que paso por la mente del chico mientras una sonrisa algo triste se perfilaba en su cara.
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#10
— Oh, el País del Remolino, pues no estás tan lejos de tu hogar. ¿Cómo es? ¿Tenéis algún tipo de celebración especial o rito por allí? Todavía no he tenido la oportunidad de viajar por el país —

Por las palabras del joven, Mitsuki se dio cuenta que había inducido a error a su interlocutor, ella nunca había querido decir que era de aquellas tierras si no que se dirigía hacia ellas.

—No soy de allí, apenas llevo un par de estaciones— comenzó la joven —Así que no sabría decirte si tienen alguna celebración en particular, aunque si te recomiendo que lo visites— terminó la joven por responder.

Kimura respondió con evasivas a la pregunta sobre su hogar, era algo normal en un shinobi dar una localización sería una supina estupidez, por lo que la peliblanca se conformó con lo poco que le dijo.

—Uno le tiene un apego muy especial al lugar donde ha crecido, ¿No?—

La última frase que el chico pronunció dejó a Mitsuki un instante pensativa, por suerte el chico pareció no darse cuenta pues su atención se centraba ahora en un bullicioso grupo que comenzaba a formarse, conformado en su mayoría por familias con niños que no paraban de gritar de emoción. La Hyuga reparó en que la sonrisa de su interlocutor se había teñido de tristeza y en el reflejo de sus ojos podía ver añoranza.

—Parece que se lo están pasando bien— comento la joven mientras daba un par de pasos para ponerse al lado del joven, mirando en dirección a la multitud —¿Qué será lo que hay?...— la joven se puso de puntillas para tratar de atisbar algo desde la lejanía pero le fue imposible, a pesar de que había puesto hasta de puntillas
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