26/11/2019, 20:48
Mizuyōbi, Viento Gris de 219
Hacía frío. Mucho frío. El enorme lago que inundaba a la esotérica y olvidada ciudad de la Niebla, ahora sumergida en galones y galones de agua; crispaba con el paso de dos hombres que caminaban apaciguados sobre el mar, rompiendo las finas capas de hielo que se formaba gracias a las bajas temperaturas. Umikiba Kaido se detuvo y contempló, quizás por primera vez, la magnanimidad de aquel templo olvidado. Su corazón palpitaba como un caballo encabritado, aupado por una sensación de familiaridad que inundaba su cuerpo como queriéndole decir que, finalmente, estaba en casa. Y vaya hogar, que recibía a sus dos visitantes con vestigios de destrucción y muerte. Con un trasfondo de edificios derruidos, apenas erguidos, y que entre sus piedras y escombros aguardaban los huesos de aquellos que habrían perecido cuando aquella ciudad era aún una de las grandes, en los tiempos del viejo Oonindo; la ciudad Sumergida de la Niebla iba a ser testigo de un acontecimiento de época donde ni la espesa niebla que les cubría iba a ser capaz de ocultar a lo que, desde ese día, llamarían en Sekiryu como el Resurgimiento del Dragón.
El gyojin postró su mirada en una montaña. Una montaña de piedra oscura, cuyas rocas ásperas lucían magulladas, aún, por el beso de Raijin.