30/11/2019, 22:50
Peces. Peces de diferentes tamaños, formas e incluso colores. Desde sardinas, pasando por pargos y bacalaos e incluso peces espada, toda clase de animales marinos pasaban sobre cintas transportadoras sobre las que los trabajadores se afanaban separando aquellos ejemplares que sus dimensiones no eran las adecuadas o su aspecto estaba lejos de lucir lo fresco que debería, antes de terminar contenidos en las enormes neveras.
«Puede que me haya equivocado...» Pensó Ayame, hundiendo los hombros con cierta decepción.
«Os lo dije.»
«¡Espera!» Su espíritu detective se negaba a darse por vencido, y entonces vio por el rabillo del ojo algo curioso. En los últimos tramos de las cintas, el tráfico de pescado disminuía su velocidad e incluso se detenía por unos instantes. Segundos después, los peces volvían a aparecer, bastante más inflados que anteriormente y con un notorio corte a lo largo de su cuerpo.
«Los están... ¿Rellenando? ¿Pero de qué?» Pensó Ayame, torciendo el gesto. Ella no era muy conocedora de los entresijos del gremio de pescadores; pero, hasta donde tenía entendido, el pescado no llegaba relleno de nada a las tiendas.
Y por si no fuera suficientemente sospechoso, esos peces no acababan en las neveras, sino en cubetas que eran apiladas en carruajes.
«Es hora de entrar en la boca del dragón.» Meditó, echando la cabeza hacia atrás.
¿Pero cómo? Intentar colarse por las rendijas de aquella ventana como una repentina catarata llamaría demasiado la atención de los trabajadores. Y lo último que quería era llamar la atención. Por eso... Por eso tendría que utilizar la puerta principal. Pero para eso primero tenía que hacerse cargo de los que estaban custodiándola.
Ayame entrelazó las manos en el sello del Pájaro.
—¡EH! ¡Vosotros dos! ¡Entrad aquí ahora mismo! —bramó, tan demandante como furiosa.
Pero su voz no brotó de sus labios, sino desde detrás de la puerta principal (la misma que estaban custodiando los guardias); y ni siquiera era su voz, sino la del supuesto capitán. La misma voz de Umikiba Kaido.
«Puede que me haya equivocado...» Pensó Ayame, hundiendo los hombros con cierta decepción.
«Os lo dije.»
«¡Espera!» Su espíritu detective se negaba a darse por vencido, y entonces vio por el rabillo del ojo algo curioso. En los últimos tramos de las cintas, el tráfico de pescado disminuía su velocidad e incluso se detenía por unos instantes. Segundos después, los peces volvían a aparecer, bastante más inflados que anteriormente y con un notorio corte a lo largo de su cuerpo.
«Los están... ¿Rellenando? ¿Pero de qué?» Pensó Ayame, torciendo el gesto. Ella no era muy conocedora de los entresijos del gremio de pescadores; pero, hasta donde tenía entendido, el pescado no llegaba relleno de nada a las tiendas.
Y por si no fuera suficientemente sospechoso, esos peces no acababan en las neveras, sino en cubetas que eran apiladas en carruajes.
«Es hora de entrar en la boca del dragón.» Meditó, echando la cabeza hacia atrás.
¿Pero cómo? Intentar colarse por las rendijas de aquella ventana como una repentina catarata llamaría demasiado la atención de los trabajadores. Y lo último que quería era llamar la atención. Por eso... Por eso tendría que utilizar la puerta principal. Pero para eso primero tenía que hacerse cargo de los que estaban custodiándola.
Ayame entrelazó las manos en el sello del Pájaro.
—¡EH! ¡Vosotros dos! ¡Entrad aquí ahora mismo! —bramó, tan demandante como furiosa.
Pero su voz no brotó de sus labios, sino desde detrás de la puerta principal (la misma que estaban custodiando los guardias); y ni siquiera era su voz, sino la del supuesto capitán. La misma voz de Umikiba Kaido.