4/12/2019, 23:30
(Última modificación: 4/12/2019, 23:31 por Uchiha Yumiko.)
El interior de la forja era un enorme espacio rectangular, con vigas de madera enorme para sostener un imponente techo a dos aguas de tejas de cerámica. El suelo del edificio estaba formado por trozos planos de piedra negra con formas irregulares, a las que se les había añadido una masilla para crear una superficie uniforme. La enorme edificación, cobijaba cinco hornos con sus yunques (aunque solo uno estaba encendido en aquel momento), varios muebles repartidos estratégicamente para tener siempre las herramientas a manos, cuatro enormes mesas y varios estantes en un extremo donde podían verse expuestas las obras recíen terminadas (desde kunais hasta ninjaken).
Frente al primer horno, se encontraban tres hombres jóvenes (entre los dieciocho y los veinticuatro años más o menos), vestidos con keikogis negros y hakamas del mismo color, en su cabeza todos llevaban un tenugi negro. Uno de ellos sostenía una especie de palo de hierro, con una pieza de metal candente en el extremo que apoyaba contra el yunque. Los otros dos chicos, se turnaban para golpear el metal con dos enormes mazas, manteniendo un ritmo constante. Supervisándolos con mirada severa desde la distancia, Uchiha Seijiro. Un hombre alto y fornido, ataviado al igual que sus alumnos, cabello largo recogido en una cola alta. Observaba en silencio, pero en su rostro podía notarse su creciente disgusto con lo que estaba viendo.
Junto a la ventana, sentada en seiza, vestida igual que el resto de los presentes y percatándose del enfado creciente de su padre, la joven Yumiko seguía el proceso.
Las mazas caían una y otra vez sobre el metal, mientras con cada golpe el muchacho que la sostenía lo volteaba. Era un ciclo sin fin... o al menos, lo fue hastas que de improviso la unión entra la barra metálica y el núcleo candente se rompió. Al voltear el material, el joven lo había movido ligeramente hacia delante y la maza impacto demasiado cerca de la barra metálica.
—...— Eijiro no dijo nada, simplemente se dio la vuelta y se marchó del lugar por la puerta trasera.
Los presentes sabían perfectamente que significaba aquello: el maestro estaba terriblemente enfadado. Eijiro no era de esos que pegaban voces o mostraban su enfado emprendiéndola a golpes con lo que pillasen, no, él no era así. Sin embargo, eso mismo era lo que le hacia aún más terrible.
Los jóvenes junto con Yumiko, se sobresaltaron cuando la puerta trasera se cerró de golpe.
El sonido se adueño de la sala, tan sólo el crepitar del horno lo rompía de vez en cuando. Tras unos instantes, los muchachos comenzaron a recoger todo con caras largas, conscientes de lo que les esperaba al día siguiente.
Yumiko por su parte, se levantó en silencio e hizo una pequeña reverencia mientras se despedía con un seco
—Hasta mañana— lejos de querer seguir el camino de su padre hasta la casa principal, que se encontraba al otro lado de los terrenos de la forja, la joven decidió salir y tomar un poco el fresco mientras esperaba a que su padre se calmase un poco.
Se dirigió hacia la puerta corredera de la entrada y la abrió un poco, lo justo para pasar, tras hacerlo la cerró. Fue entonces, cuando al girarse, vió una figura que se estaba asomando a la ventana de la forja.
—¡Ah!— Fue algo inesperado, así que se sobresaltó y al dar un paso hacia atrás se trastabillo y cayó de culo contra el suelo de madera de la entrada.
Frente al primer horno, se encontraban tres hombres jóvenes (entre los dieciocho y los veinticuatro años más o menos), vestidos con keikogis negros y hakamas del mismo color, en su cabeza todos llevaban un tenugi negro. Uno de ellos sostenía una especie de palo de hierro, con una pieza de metal candente en el extremo que apoyaba contra el yunque. Los otros dos chicos, se turnaban para golpear el metal con dos enormes mazas, manteniendo un ritmo constante. Supervisándolos con mirada severa desde la distancia, Uchiha Seijiro. Un hombre alto y fornido, ataviado al igual que sus alumnos, cabello largo recogido en una cola alta. Observaba en silencio, pero en su rostro podía notarse su creciente disgusto con lo que estaba viendo.
Junto a la ventana, sentada en seiza, vestida igual que el resto de los presentes y percatándose del enfado creciente de su padre, la joven Yumiko seguía el proceso.
Las mazas caían una y otra vez sobre el metal, mientras con cada golpe el muchacho que la sostenía lo volteaba. Era un ciclo sin fin... o al menos, lo fue hastas que de improviso la unión entra la barra metálica y el núcleo candente se rompió. Al voltear el material, el joven lo había movido ligeramente hacia delante y la maza impacto demasiado cerca de la barra metálica.
—...— Eijiro no dijo nada, simplemente se dio la vuelta y se marchó del lugar por la puerta trasera.
Los presentes sabían perfectamente que significaba aquello: el maestro estaba terriblemente enfadado. Eijiro no era de esos que pegaban voces o mostraban su enfado emprendiéndola a golpes con lo que pillasen, no, él no era así. Sin embargo, eso mismo era lo que le hacia aún más terrible.
Los jóvenes junto con Yumiko, se sobresaltaron cuando la puerta trasera se cerró de golpe.
El sonido se adueño de la sala, tan sólo el crepitar del horno lo rompía de vez en cuando. Tras unos instantes, los muchachos comenzaron a recoger todo con caras largas, conscientes de lo que les esperaba al día siguiente.
Yumiko por su parte, se levantó en silencio e hizo una pequeña reverencia mientras se despedía con un seco
—Hasta mañana— lejos de querer seguir el camino de su padre hasta la casa principal, que se encontraba al otro lado de los terrenos de la forja, la joven decidió salir y tomar un poco el fresco mientras esperaba a que su padre se calmase un poco.
Se dirigió hacia la puerta corredera de la entrada y la abrió un poco, lo justo para pasar, tras hacerlo la cerró. Fue entonces, cuando al girarse, vió una figura que se estaba asomando a la ventana de la forja.
—¡Ah!— Fue algo inesperado, así que se sobresaltó y al dar un paso hacia atrás se trastabillo y cayó de culo contra el suelo de madera de la entrada.