8/12/2019, 03:20
—Gracias. —dijo Ranko después de un suspiro.
Agradecía de todo corazón la comprensión de Ayame. Había visto en ella lo buena que podía llegar a ser una kunoichi, y se preguntó cómo sería verla en un combate dando el cien por ciento. Se emocionó tan sólo ante la idea de ver más de esas alas de agua, o más cantos cautivadores.
Hizo caso a la Amejin, esperaron a las autoridades y dieron si reporte. Ahora el destino del cuarto terrorista estaba en manos de los dioses. La noche no tardó en alcanarlas, y Ranko se preparó para dormir al igual que Ayame, quien había decidido comprar su calabaza al día siguiente. No se verían mucho al día siguiente, y Ranko disfrutaría de una estancia relajada en Yachi (con una leve pizca de culpa), pero antes de eso se le había ocurrido hacer algo. Tal vez no pudiese lograrlo, pero valía la pena intentarlo.
—A-Ayame-san —le diría cuando ambas estuviesen a punto de entrar a sus respectivas habitaciones —. Quería… Gracias por… por todo lo de hoy. Y-yo…. Quería decirle algo. Cuando regrese a Kusagakure haré todo lo posible por buscarla, o-o saber qué fue de ella.
Con absoluta decisión, Ranko miraría a los orbes avellana de la chica de la luna.
—Lo prometo. Encontraré a Kikazura Taeko-san.
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