11/12/2019, 19:17
Ayame aguardó con el corazón en un puño la reacción de los dos guardias y el oído atento. Al principio no percibió nada más que el silencio acompañado de las gotas de lluvia, pero cuando estaba debatiéndose entre correr el riesgo de asomarse o de repetir la orden, escuchó la puerta cerrándose de nuevo.
«¿Ha funcionado?» Pensó para sí, deslizándose con suavidad sobre la superficie del techado para asomarse con discreción. La entrada estaba desierta, ninguno de los dos vigilantes se había atrevido a desobedecer la orden falsa de su capitán. «¡Ha funcionado!» Se repitió entonces, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pero era bien consciente de que el reloj de arena acababa de darse la vuelta. Los dos guardias no tardarían en darse cuenta de que la voz que ambos habían escuchado no había sido más que un eco ilusorio en sus oídos confundidos, y no habría sitio para las imaginaciones como posible excusa. Por eso debía apresurarse. Afortunadamente, ella no necesitaba ninguna llave o llamada secreta para colarse en cualquier sitio. Ella era El Agua y, como tal, se dejó caer al suelo y su cuerpo se licuó nada más tocar tierra. Lentamente, el charco formado se escurrió por debajo de la puerta. Pero no retomó su forma corpórea enseguida. Antes de hacer nada se mantuvo estática, observando sus alrededores con todos sus sentidos alerta para ver dónde se encontraba y todo lo que ocurría a su alrededor.
Había conseguido entrar en la boca del dragón, pero ahora venía la parte más complicada: No ser devorada por él. Y para ello necesitaba encontrar un rincón alejado de las miradas indiscretas de los trabajadores...
«¿Ha funcionado?» Pensó para sí, deslizándose con suavidad sobre la superficie del techado para asomarse con discreción. La entrada estaba desierta, ninguno de los dos vigilantes se había atrevido a desobedecer la orden falsa de su capitán. «¡Ha funcionado!» Se repitió entonces, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pero era bien consciente de que el reloj de arena acababa de darse la vuelta. Los dos guardias no tardarían en darse cuenta de que la voz que ambos habían escuchado no había sido más que un eco ilusorio en sus oídos confundidos, y no habría sitio para las imaginaciones como posible excusa. Por eso debía apresurarse. Afortunadamente, ella no necesitaba ninguna llave o llamada secreta para colarse en cualquier sitio. Ella era El Agua y, como tal, se dejó caer al suelo y su cuerpo se licuó nada más tocar tierra. Lentamente, el charco formado se escurrió por debajo de la puerta. Pero no retomó su forma corpórea enseguida. Antes de hacer nada se mantuvo estática, observando sus alrededores con todos sus sentidos alerta para ver dónde se encontraba y todo lo que ocurría a su alrededor.
Había conseguido entrar en la boca del dragón, pero ahora venía la parte más complicada: No ser devorada por él. Y para ello necesitaba encontrar un rincón alejado de las miradas indiscretas de los trabajadores...