28/12/2019, 03:43
Despedida, invierno del 219
Saki observaba con nostalgia las altas montañas que se erguían hacia el sur del País de la Tierra, imponentes y graníticas, como ella en su juventud. Ahora era una anciana, algo que recordaba cada vez que veía su rostro reflejado en la negra e hirviente superficie de la bebida matutina.
—Se encuentra bien, señora —pregunto Nami, la criada que le había estado acompañando durante la última década.
—Si… Solo tenía ganas de ver el amanecer…
A la criada le preocupaba aquello, pese a que parecía algo intrascendente. En los últimos tiempos Saki había estado madrugando para ir a la terraza y ver el amanecer, y en aquellos momentos de contemplación parecía cargar con el peso de una nostalgia y un cansancio imponderables.
—¿Que hay para hoy, Nami? —pregunto la señora, terminado su momento de paz, previo a las tribulaciones cotidianas.
—Ya le digo señora —respondió la criada, incorporándose a la energía que ahora transmitía su señora—. Hay una reunión con el gremio de artes escénicas, correspondencia por contestar y las pruebas de su ultimo prototipo de marioneta.
—Bien, ¡a trabajar!
Kazuma se había enterado de la existencia de Kamahora Saki por palabras de un amigo de su tutor, sabedor del gusto del joven por las cosas artísticas y curiosas. Aquella mujer era toda una leyenda a dos bandas: en su juventud fue una temible kunoichi y desarrolladora de armas para marionetistas, líder de una brigada de operaciones especiales tan misteriosa como famosa; mientras que en su retiro se manifestó como una prodigio de las artes escénicas (teatro tradicional, dramaturgia y teatro con títeres) y un mecenas que apoyaba e impulsaba el arte en su país, además de ser una creadoras de marionetas que podían considerarse verdaderas obras de arte.
«Es una lástima que vaya a retirarse», pensó mientras ingresaba al País de la Tierra.
Resultaba que la gran maestra estaba cansada y deseaba hacer un retiro total. Esto lo había planteado con mucha antelación, por lo que su último año lo estaba dedicando a trabajar en Notsuba. Allí estaba para todos aquellos que quisiesen conocerle o apreciar su trabajo, pues luego de retirada era casi seguro que sería imposible de contactar.
—Aquí vamos —se dijo mientras entraba en la ciudad, ansioso por encontrar y conocer a aquella legendaria mujer.
Saki observaba con nostalgia las altas montañas que se erguían hacia el sur del País de la Tierra, imponentes y graníticas, como ella en su juventud. Ahora era una anciana, algo que recordaba cada vez que veía su rostro reflejado en la negra e hirviente superficie de la bebida matutina.
—Se encuentra bien, señora —pregunto Nami, la criada que le había estado acompañando durante la última década.
—Si… Solo tenía ganas de ver el amanecer…
A la criada le preocupaba aquello, pese a que parecía algo intrascendente. En los últimos tiempos Saki había estado madrugando para ir a la terraza y ver el amanecer, y en aquellos momentos de contemplación parecía cargar con el peso de una nostalgia y un cansancio imponderables.
—¿Que hay para hoy, Nami? —pregunto la señora, terminado su momento de paz, previo a las tribulaciones cotidianas.
—Ya le digo señora —respondió la criada, incorporándose a la energía que ahora transmitía su señora—. Hay una reunión con el gremio de artes escénicas, correspondencia por contestar y las pruebas de su ultimo prototipo de marioneta.
—Bien, ¡a trabajar!
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Kazuma se había enterado de la existencia de Kamahora Saki por palabras de un amigo de su tutor, sabedor del gusto del joven por las cosas artísticas y curiosas. Aquella mujer era toda una leyenda a dos bandas: en su juventud fue una temible kunoichi y desarrolladora de armas para marionetistas, líder de una brigada de operaciones especiales tan misteriosa como famosa; mientras que en su retiro se manifestó como una prodigio de las artes escénicas (teatro tradicional, dramaturgia y teatro con títeres) y un mecenas que apoyaba e impulsaba el arte en su país, además de ser una creadoras de marionetas que podían considerarse verdaderas obras de arte.
«Es una lástima que vaya a retirarse», pensó mientras ingresaba al País de la Tierra.
Resultaba que la gran maestra estaba cansada y deseaba hacer un retiro total. Esto lo había planteado con mucha antelación, por lo que su último año lo estaba dedicando a trabajar en Notsuba. Allí estaba para todos aquellos que quisiesen conocerle o apreciar su trabajo, pues luego de retirada era casi seguro que sería imposible de contactar.
—Aquí vamos —se dijo mientras entraba en la ciudad, ansioso por encontrar y conocer a aquella legendaria mujer.