30/12/2019, 00:21
Su hermano se encogió de hombros. Su mirada estaba fija en algún punto del horizonte.
—Vino sin su equipamiento —respondió, con aquel tono de voz tan característico de él, y con el que te podía estar anunciando tanto la muerte de Amekoro Yui como que le había tocado la lotería—. Así que fue a por ellas.
—Oh... —Ayame parpadeó varias veces, genuinamente confundida—. Tiene sentido... Supongo... —añadió, con un tono de voz mucho más bajo.
Kōri suspiró y clavó sus iris gélidos en los suyos. Y ella se estremeció, como hacía cada vez que la miraba de aquella manera, como si el frío de sus ojos penetrara cada poro de su piel. Y supo de forma inmediata que se avecinaba tormenta.
—Prometiste pelear con padre cuando ascendieras a chūnin —afirmó, sin ningún atisbo de pregunta o duda en su voz—. Lo está esperando, hermana.
Ella se ruborizó hasta las orejas, y abrió y cerró los labios varias veces, como un pez fuera del agua que se estuviera asfixiando. Y, en cierta manera, así era.
—Y... Ya... Lo sé... —balbuceó de forma torpe, al cabo de varios largos segundos—. Es que entre una cosa y otra... La misión de las Náyades y... y todo eso...
Mentira. Mentira cochina y gorda. No había estado ocupada ni liada. De hecho, había estado evitando a su padre de forma deliberada desde el mismo momento que había recibido aquella placa plateada que tan pesada se le hacía en aquellos instantes. La única verdad era muy diferente, y mucho más simple que todo aquello.
—Y... ¿No me vas a contar nada de la misión hasta que llegue Daruu?
Cobardía. Simple cobardía.
—Vino sin su equipamiento —respondió, con aquel tono de voz tan característico de él, y con el que te podía estar anunciando tanto la muerte de Amekoro Yui como que le había tocado la lotería—. Así que fue a por ellas.
—Oh... —Ayame parpadeó varias veces, genuinamente confundida—. Tiene sentido... Supongo... —añadió, con un tono de voz mucho más bajo.
Kōri suspiró y clavó sus iris gélidos en los suyos. Y ella se estremeció, como hacía cada vez que la miraba de aquella manera, como si el frío de sus ojos penetrara cada poro de su piel. Y supo de forma inmediata que se avecinaba tormenta.
—Prometiste pelear con padre cuando ascendieras a chūnin —afirmó, sin ningún atisbo de pregunta o duda en su voz—. Lo está esperando, hermana.
Ella se ruborizó hasta las orejas, y abrió y cerró los labios varias veces, como un pez fuera del agua que se estuviera asfixiando. Y, en cierta manera, así era.
—Y... Ya... Lo sé... —balbuceó de forma torpe, al cabo de varios largos segundos—. Es que entre una cosa y otra... La misión de las Náyades y... y todo eso...
Mentira. Mentira cochina y gorda. No había estado ocupada ni liada. De hecho, había estado evitando a su padre de forma deliberada desde el mismo momento que había recibido aquella placa plateada que tan pesada se le hacía en aquellos instantes. La única verdad era muy diferente, y mucho más simple que todo aquello.
—Y... ¿No me vas a contar nada de la misión hasta que llegue Daruu?
Cobardía. Simple cobardía.