2/01/2020, 16:21
—No sería justo —cortó Kōri, en seco.
Y Ayame no protestó, ni insistió. Su pregunta no había sido otra coas sino un intento desesperado por cambiar el tema de conversación. Y parecía que había funcionado. Al menos por el momento. Daruu llegó poco después, entre resuellos de esfuerzo y visiblemente cansado. Se apoyó en Ayame y aún necesitó algunos segundos para recobrar el aliento perdido y poder hablar:
—Bue... buenos días, Ayame. Va-vale. Ya estoy, ya estoy —resopló, aclarándose la garganta. Se separó de ella y se ajustó el cinturón. Después intentó repeinarse, pero sus cabellos seguían igual de rebeldes que siempre y se negaban a acatar sus órdenes.
—Vuestras últimas... hazañas... han sentado un peligroso precedente —habló Kōri, tendiéndoles un pergamino sellado con la letra B y el símbolo de Amegakure.
Ayame tragó saliva. Por muy Chuunin que fuera ahora, no se terminaba de acostumbrar a recibir misiones de tan alto rango. Daruu se adelantó para cogerlo y desplegarlo frente a sus ojos, y ella se inclinó ligeramente para leerlo.
«¿Qué pasa en Amegakure con los exiliados?» Se preguntó Ayame, con un escalofrío.
—¿Hay gente viviendo en el Bosque de Azur? Creía que estaba prohibido el paso —preguntó Daruu.
—El bosque es muy grande, sólo las profundidades están vetadas. Bueno, pues vámonos.
Ayame se reajustó la mochila sobre los hombros y emprendió la marcha junto a sus dos compañeros. Hacía mucho tiempo que el Equipo Kōri no llevaba a cabo una misión como en los viejos tiempos; pero, por un momento, no pudo evitar notar que tampoco era como en los viejos tiempos. Ninguno de ellos era ya genin, pero ella era la de menos rango entre los otros dos. Sacudió aquel pensamiento de su cabeza.
—Siempre me lo he preguntado: ¿Qué hay en el Bosque de Azur para que esté prohibido el paso?
Y Ayame no protestó, ni insistió. Su pregunta no había sido otra coas sino un intento desesperado por cambiar el tema de conversación. Y parecía que había funcionado. Al menos por el momento. Daruu llegó poco después, entre resuellos de esfuerzo y visiblemente cansado. Se apoyó en Ayame y aún necesitó algunos segundos para recobrar el aliento perdido y poder hablar:
—Bue... buenos días, Ayame. Va-vale. Ya estoy, ya estoy —resopló, aclarándose la garganta. Se separó de ella y se ajustó el cinturón. Después intentó repeinarse, pero sus cabellos seguían igual de rebeldes que siempre y se negaban a acatar sus órdenes.
—Vuestras últimas... hazañas... han sentado un peligroso precedente —habló Kōri, tendiéndoles un pergamino sellado con la letra B y el símbolo de Amegakure.
Ayame tragó saliva. Por muy Chuunin que fuera ahora, no se terminaba de acostumbrar a recibir misiones de tan alto rango. Daruu se adelantó para cogerlo y desplegarlo frente a sus ojos, y ella se inclinó ligeramente para leerlo.
«¿Qué pasa en Amegakure con los exiliados?» Se preguntó Ayame, con un escalofrío.
—¿Hay gente viviendo en el Bosque de Azur? Creía que estaba prohibido el paso —preguntó Daruu.
—El bosque es muy grande, sólo las profundidades están vetadas. Bueno, pues vámonos.
Ayame se reajustó la mochila sobre los hombros y emprendió la marcha junto a sus dos compañeros. Hacía mucho tiempo que el Equipo Kōri no llevaba a cabo una misión como en los viejos tiempos; pero, por un momento, no pudo evitar notar que tampoco era como en los viejos tiempos. Ninguno de ellos era ya genin, pero ella era la de menos rango entre los otros dos. Sacudió aquel pensamiento de su cabeza.
—Siempre me lo he preguntado: ¿Qué hay en el Bosque de Azur para que esté prohibido el paso?