3/01/2020, 16:27
La sensación de peligro llegó incluso antes del mortal hecho. A pesar de que el Kage se separó de él y le dio espacio. Juro aprovechó para reincorporarse . Si bien el Morikage se alejó de él, Juro tampoco hizo ningún esfuerzo por acercarse. Se quedó ahí, de pie sobre el escritorio.
Sus palabras cayeron como un mazo sobre él. La guillotina que al final, le decapitaría.
El marionetista observó a su Kage. A su líder. A la persona que había admirado desde que era un niño. A su ejemplo a seguir. Al hombre que había sacado adelante Kusagakure. Al que le había dicho que algún día sería uno de los mejores shinobis de la villa. A aquel que, una vez, le había hecho sentir especial.
Le temblaba la mano, de pura impotencia. No había nada que pudiera hacer o decir. Nada volvería a ser como antes.
En ese mismo instante, todo se había roto.
No quería creerlo. No quería. Pero las palabras de Chomei le trajeron la verdad. La bestia había tenido razón siempre. Su Kage, su querido Kage, al que había servido todo este tiempo, iba a encerrarle y a matarle. Ya no era una persona de confianza para él. Buscarían otro guardían.
Después de todo, él solo era un ninja. Una persona remplazable, ¿verdad? Tenía a miles.
—Lo siento por tener que encerrarte. ¡ANBU, A MÍ! — Su sentencia. Juro sintió la afilada hoja metálica caer sobre su cuello. Estaba a escasos centímetros de ella.
¿Algún día las cosas podrían volver a ser como antes?
En medio del silencio, hubo una gran explosión. Una que probablemente sería recordada por toda la villa. Su origen, no era otro, más que el edificio donde residía el Morikage. Más concretamente, su despacho.
Juro se había convertido en un monstruo. Sostenido a cuatro patas, sus cinco colas habían crecido, destruyendo todo lo que estuviera a mitad de su camino. El chakra verde no solo se había adherido a su cuerpo: parecía devorarlo, quitandole todo el rastro de humanidad. Su única forma de expresión, su rostro, había sido bañado por aquel poder y se ocultaba bajo un yelmo de escarabajo. Dos alas se alzaban, majestosamente, sobre sus colas, y se agitaban.
La criatura no se mantuvo quieta. Lejos de su apariencia monstruosa, su raciocinio no se había perdido.
Aprovechando la sorpresa provocaba por la explosión y el desastre que acababa de provocar, se inclinó sobre sobre sus cuatro patas, y entonces, se impulsó con toda la fuerza de la que dispuso, provocando una enorme grieta bajo el suelo que pisaba. El ser verde y morado buscó el cielo, con un nuevo rugido. No le importaba si encima hubiera techo, hormigón o grietas. Destruiría todo obstáculo que se impusiera entre él y su destino. Se alzaría hacia el cielo.
Y entonces, ya no volvió a caer.
Desafiando a la gravedad, desplegó sus alas. Dos enormes alas, verdes y amarillentas, que se agitaban a la velocidad del propio viento. La tierra, la villa y su gente no le interesaba: trató de ascender, buscando el reino de los cielos. Apartándose de todos aquellos que intentaban dañarle.
Como una majestuosa ave, aquella aberración de chakra se alejó. Su rumbo, alejarse lo más posible de aquel lugar.
Sus palabras cayeron como un mazo sobre él. La guillotina que al final, le decapitaría.
El marionetista observó a su Kage. A su líder. A la persona que había admirado desde que era un niño. A su ejemplo a seguir. Al hombre que había sacado adelante Kusagakure. Al que le había dicho que algún día sería uno de los mejores shinobis de la villa. A aquel que, una vez, le había hecho sentir especial.
Le temblaba la mano, de pura impotencia. No había nada que pudiera hacer o decir. Nada volvería a ser como antes.
En ese mismo instante, todo se había roto.
«Vete. ¡Vete!»
No quería creerlo. No quería. Pero las palabras de Chomei le trajeron la verdad. La bestia había tenido razón siempre. Su Kage, su querido Kage, al que había servido todo este tiempo, iba a encerrarle y a matarle. Ya no era una persona de confianza para él. Buscarían otro guardían.
Después de todo, él solo era un ninja. Una persona remplazable, ¿verdad? Tenía a miles.
—Lo siento por tener que encerrarte. ¡ANBU, A MÍ! — Su sentencia. Juro sintió la afilada hoja metálica caer sobre su cuello. Estaba a escasos centímetros de ella.
¿Algún día las cosas podrían volver a ser como antes?
NOOOOOOOOOOOOOOOO
En medio del silencio, hubo una gran explosión. Una que probablemente sería recordada por toda la villa. Su origen, no era otro, más que el edificio donde residía el Morikage. Más concretamente, su despacho.
Juro se había convertido en un monstruo. Sostenido a cuatro patas, sus cinco colas habían crecido, destruyendo todo lo que estuviera a mitad de su camino. El chakra verde no solo se había adherido a su cuerpo: parecía devorarlo, quitandole todo el rastro de humanidad. Su única forma de expresión, su rostro, había sido bañado por aquel poder y se ocultaba bajo un yelmo de escarabajo. Dos alas se alzaban, majestosamente, sobre sus colas, y se agitaban.
La criatura no se mantuvo quieta. Lejos de su apariencia monstruosa, su raciocinio no se había perdido.
Aprovechando la sorpresa provocaba por la explosión y el desastre que acababa de provocar, se inclinó sobre sobre sus cuatro patas, y entonces, se impulsó con toda la fuerza de la que dispuso, provocando una enorme grieta bajo el suelo que pisaba. El ser verde y morado buscó el cielo, con un nuevo rugido. No le importaba si encima hubiera techo, hormigón o grietas. Destruiría todo obstáculo que se impusiera entre él y su destino. Se alzaría hacia el cielo.
Y entonces, ya no volvió a caer.
Desafiando a la gravedad, desplegó sus alas. Dos enormes alas, verdes y amarillentas, que se agitaban a la velocidad del propio viento. La tierra, la villa y su gente no le interesaba: trató de ascender, buscando el reino de los cielos. Apartándose de todos aquellos que intentaban dañarle.
Como una majestuosa ave, aquella aberración de chakra se alejó. Su rumbo, alejarse lo más posible de aquel lugar.
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
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Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60