4/01/2020, 02:11
(Última modificación: 16/01/2020, 20:48 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Kenzou se encontraba ahora en caída libre hacia su aldea. Nada que no pudiera controlar, se dijo. Pero una sorpresa desagradable en forma de múltiples brazos de chakra se la jugó, y se le enzarzó a brazos, piernas y cuello. El chakra era maligno y quemaba su piel, pero como un té hirviendo, para él casi estaban templados. Sonrió y miró una vez más a los ojos a Juro.
—¡Esto no es nada! —le gritó. Como una respuesta a su desafío, él le zarandeó y le envió volando de vuelta a las puertas de su edificio. Kenzou se repuso con una ágil pirueta y aterrizó de pie, arrastrándose hacia atrás al menos diez metros y chocando contra la puerta principal.
En la calle, todo era caos. Sus ciudadanos corrían de un lado para otro como pollos sin cabeza. Uno de sus ANBUs se le acercó y le pidió instrucciones. Lo despachó rápidamente al ver lo que estaba ocurriendo en el cielo, indicándole que evacuara a tantos como pudiese.
«Mira lo que has conseguido, chico. Esto es lo que los bijuu son para tus compatriotas. Esto.»
Allá arriba, la magna y a la vez terrorífica sombra del Nanabi se extendió como un mal augurio. El escarabajo se retorció y luego se encaró con él. Comenzó a acumular una bola enorme de energía frente a lo que parecía ser su rostro. Y entonces, Kenzou lo supo. Se sintió orgulloso de no descubrirse como un cobarde a la hora de la verdad.
Lleno de determinación, Kenzou separó las piernas y adoptó una posición estable. Hizo chocar sus manos en una sonora palmada. Un aura de chakra esmeralda recubrió su cuerpo por completo. Apretó la mandíbula con fuerza. Allá arriba, Juro-Nanabi abría sus fauces y devoraba a su hija, dispuesto a disparar. Kenzou bramó con la furia de todos los shinobi que alguna vez habían dado la vida por él. Sus ojos, enrojecidos, sufrían de dolor. Los poros de su piel comenzaron a sudar sangre: por la frente, por los brazos, por el pecho. Y el aura esmeralda se hizo más y más brillante.
El bijuu disparó un gigantesco torrente de energía hacia la aldea. El láser bijuudama cada vez se acercaba más, buscando nada que no fuera destrucción y muerte.
Kenzou levantó su brazo derecho lentamente, y abrió los dedos de la mano. El haz de energía de la Bestia no llegó a engullir al veterano líder, ni a la aldea, sino que pareció curvarse hacia su palma.
—¡¡AAAAHHHHHHHHH!! —Devoró el láser poco a poco como si fuera el mejor plato que se había comido en la vida, y cuando no quedó ni una gota, cerró el puño. Una pequeña viruta de humo salió de entre sus dedos. Y entonces, Kenzou abrió la mano.
Como una broma cruel, la bijuudama láser volvía hacia el escarabajo, y se lo tragaba, achicharrándole, pero probablemente no impidiéndole marcharse si así es lo que deseaba.
Y abajo quedó un hombre anciano, tembloroso y sangrante.
Pero de pie.
Quedó un coloso. Y moriría como un coloso.
«Con mi sacrificio, sirvo a mi Familia. Con mi sacrificio, sirvo a Kusagakure.»
El Morikage escuchó los preocupados e inconfundibles jadeos de alguien preocupado.
—¡¡Kenzou-sama!! —dijo una voz femenina. Se ocultaba tras un antifaz morado con forma de mariposa. La mujer se quitó la capucha y rebeló unos largos y lisos cabellos castaños—. ¡No! ¡No! ¡Por qué tenía que usarla hasta este punto, Kenzou-sama! ¡¡Nooo!! —Era casi un reproche. Se abrazó a Kenzou, que todavía brillaba con una tenue luz verde.
—Kintsugi —sonrió él—. Escúchame. Alguien tiene que ocuparse de Kusagakure cuando todo esto acabe.
—¡No diga eso, Kenzou-sama! ¡Usted puede aguantarlo! ¡Usted es invencible!
—Hasta yo tengo mis límites, Kintsugi. Eh. Eh, Kintsugi. Concéntrate. Tienes que prometérmelo. Tienes que ser tú. Coge mi sombrero.
—N-no... no seré capaz...
—¿Estás sorda, chiquilla? Cógelo. Yo creo en ti. Todos creerán en ti. Somos una familia, ¿recuerdas?
Kintsugi se limpió las lágrimas y sorbió por la nariz. Delicadamente, retiró de la espalda de Kenzou el sombrero de Morikage.
—Vístelo con orgullo. Continúa mi legado. Recuerda, Kintsugi. Con mi sacrificio...
—Sirvo a mi Familia.
—Con mi sacrificio...
—Sirvo a Kusagakure.
Kenzou se derrumbó de rodillas. Kintsugi vistió el sombrero de Kage y se arrodilló también a su lado, apoyando con tristeza una mano en su espalda y otra en su pecho. Y alzó la mirada a las nubes, encontrándose a la del monstruo. Memorizó muy bien su aspecto.
Lo guardó en su memoria, junto al rostro de su Guardián fallido. El asesino de su maestro, del Padre de todos, del líder de su Familia.
Y le juró venganza.
—¡Esto no es nada! —le gritó. Como una respuesta a su desafío, él le zarandeó y le envió volando de vuelta a las puertas de su edificio. Kenzou se repuso con una ágil pirueta y aterrizó de pie, arrastrándose hacia atrás al menos diez metros y chocando contra la puerta principal.
En la calle, todo era caos. Sus ciudadanos corrían de un lado para otro como pollos sin cabeza. Uno de sus ANBUs se le acercó y le pidió instrucciones. Lo despachó rápidamente al ver lo que estaba ocurriendo en el cielo, indicándole que evacuara a tantos como pudiese.
«Mira lo que has conseguido, chico. Esto es lo que los bijuu son para tus compatriotas. Esto.»
Allá arriba, la magna y a la vez terrorífica sombra del Nanabi se extendió como un mal augurio. El escarabajo se retorció y luego se encaró con él. Comenzó a acumular una bola enorme de energía frente a lo que parecía ser su rostro. Y entonces, Kenzou lo supo. Se sintió orgulloso de no descubrirse como un cobarde a la hora de la verdad.
Lleno de determinación, Kenzou separó las piernas y adoptó una posición estable. Hizo chocar sus manos en una sonora palmada. Un aura de chakra esmeralda recubrió su cuerpo por completo. Apretó la mandíbula con fuerza. Allá arriba, Juro-Nanabi abría sus fauces y devoraba a su hija, dispuesto a disparar. Kenzou bramó con la furia de todos los shinobi que alguna vez habían dado la vida por él. Sus ojos, enrojecidos, sufrían de dolor. Los poros de su piel comenzaron a sudar sangre: por la frente, por los brazos, por el pecho. Y el aura esmeralda se hizo más y más brillante.
El bijuu disparó un gigantesco torrente de energía hacia la aldea. El láser bijuudama cada vez se acercaba más, buscando nada que no fuera destrucción y muerte.
Kenzou levantó su brazo derecho lentamente, y abrió los dedos de la mano. El haz de energía de la Bestia no llegó a engullir al veterano líder, ni a la aldea, sino que pareció curvarse hacia su palma.
—¡¡AAAAHHHHHHHHH!! —Devoró el láser poco a poco como si fuera el mejor plato que se había comido en la vida, y cuando no quedó ni una gota, cerró el puño. Una pequeña viruta de humo salió de entre sus dedos. Y entonces, Kenzou abrió la mano.
Como una broma cruel, la bijuudama láser volvía hacia el escarabajo, y se lo tragaba, achicharrándole, pero probablemente no impidiéndole marcharse si así es lo que deseaba.
Y abajo quedó un hombre anciano, tembloroso y sangrante.
Pero de pie.
Quedó un coloso. Y moriría como un coloso.
«Con mi sacrificio, sirvo a mi Familia. Con mi sacrificio, sirvo a Kusagakure.»
El Morikage escuchó los preocupados e inconfundibles jadeos de alguien preocupado.
—¡¡Kenzou-sama!! —dijo una voz femenina. Se ocultaba tras un antifaz morado con forma de mariposa. La mujer se quitó la capucha y rebeló unos largos y lisos cabellos castaños—. ¡No! ¡No! ¡Por qué tenía que usarla hasta este punto, Kenzou-sama! ¡¡Nooo!! —Era casi un reproche. Se abrazó a Kenzou, que todavía brillaba con una tenue luz verde.
—Kintsugi —sonrió él—. Escúchame. Alguien tiene que ocuparse de Kusagakure cuando todo esto acabe.
—¡No diga eso, Kenzou-sama! ¡Usted puede aguantarlo! ¡Usted es invencible!
—Hasta yo tengo mis límites, Kintsugi. Eh. Eh, Kintsugi. Concéntrate. Tienes que prometérmelo. Tienes que ser tú. Coge mi sombrero.
—N-no... no seré capaz...
—¿Estás sorda, chiquilla? Cógelo. Yo creo en ti. Todos creerán en ti. Somos una familia, ¿recuerdas?
Kintsugi se limpió las lágrimas y sorbió por la nariz. Delicadamente, retiró de la espalda de Kenzou el sombrero de Morikage.
—Vístelo con orgullo. Continúa mi legado. Recuerda, Kintsugi. Con mi sacrificio...
—Sirvo a mi Familia.
—Con mi sacrificio...
—Sirvo a Kusagakure.
Kenzou se derrumbó de rodillas. Kintsugi vistió el sombrero de Kage y se arrodilló también a su lado, apoyando con tristeza una mano en su espalda y otra en su pecho. Y alzó la mirada a las nubes, encontrándose a la del monstruo. Memorizó muy bien su aspecto.
Lo guardó en su memoria, junto al rostro de su Guardián fallido. El asesino de su maestro, del Padre de todos, del líder de su Familia.
Y le juró venganza.