4/01/2020, 18:00
Había cosas que ni un gran mentiroso podía ocultar. Y Akame, desde luego, no lo era. Podía decir misa, pero nada podía negar la continua tensión que había sobre sus hombros. Sus miradas de soslayo. Su estado de alerta, como una presa que ha entrado en territorio de caza. Zaide conocía muy bien esa sensación. La había tenido durante los últimos años de su vida.
—Hmm… Sí, supongo que sí. Somos nosotros los que a veces nos negamos a seguir, ¿huh?
Dio un trago a su hidromiel. Él sabía de lo que hablaba. Demasiado bien.
—Oye, ¿cuánto crees que ofrecerán por tu cabeza? ¿Diez de los grandes? —dijo, en voz más baja, tras echar una visual y asegurarse de que nadie los escuchaba—. Después de tanto tiempo encamado, no te negaré que una parte de mí desea que un uzujin te reconozca y tener algo de acción.
—Hmm… Sí, supongo que sí. Somos nosotros los que a veces nos negamos a seguir, ¿huh?
Dio un trago a su hidromiel. Él sabía de lo que hablaba. Demasiado bien.
—Oye, ¿cuánto crees que ofrecerán por tu cabeza? ¿Diez de los grandes? —dijo, en voz más baja, tras echar una visual y asegurarse de que nadie los escuchaba—. Después de tanto tiempo encamado, no te negaré que una parte de mí desea que un uzujin te reconozca y tener algo de acción.