6/01/2020, 02:03
No sucedió nada durante la noche, ni tampoco en las siguientes. Tres días. Tres días les llevó llegar a su destino. Suerte que era verano, claro. En invierno, la lluvia y el frío eran malas compañeras para viajar a vuelo.
Los Uchiha se encontraban ya tras la frontera de Tsuchi no Kuni, paseando por un escarpado camino. A su izquierda, el vacío. Más de cien metros de caída libre. A su derecha, un muro de tierra que ascendía y ascendía hasta el pico de la montaña. Aquel paso era estrecho, el suficiente como para que anduviesen dos personas a la par con comodidad, o tres con el que caminaba al borde del acantilado con los huevos en el cuello, o cuatro… No, ni de coña cuatro.
Desde que habían subido a la montaña, Zaide se encontraba más alegre. Aquel aire puro le renovaba los pulmones. El sonido a naturaleza templaba su alma. Allí no había la toxicidad de las ciudades, ni se respiraba esa tontuna a humanidad que sofocaba el ambiente como el olor a cerdo quemado. Allí, las cosas eran como eran, sin artificios ni engaños. No hacía falta de Sharingan. No hacía falta de nada.
Miró a Akame, a su derecha. Llevaban un tiempo callados, y el Uchiha quiso mantener el silencio por respeto. ¿Pensaría en su antigua y difunta novia? Quizá. De hacerlo, creía que ya había mantenido el suficiente decoro.
—Cuéntame esa historia —pidió, al recordar que todavía no le había cobrado aquella deuda—. Ya sabes cuál. La del Uchiha Comebijuudamas.
Los Uchiha se encontraban ya tras la frontera de Tsuchi no Kuni, paseando por un escarpado camino. A su izquierda, el vacío. Más de cien metros de caída libre. A su derecha, un muro de tierra que ascendía y ascendía hasta el pico de la montaña. Aquel paso era estrecho, el suficiente como para que anduviesen dos personas a la par con comodidad, o tres con el que caminaba al borde del acantilado con los huevos en el cuello, o cuatro… No, ni de coña cuatro.
Desde que habían subido a la montaña, Zaide se encontraba más alegre. Aquel aire puro le renovaba los pulmones. El sonido a naturaleza templaba su alma. Allí no había la toxicidad de las ciudades, ni se respiraba esa tontuna a humanidad que sofocaba el ambiente como el olor a cerdo quemado. Allí, las cosas eran como eran, sin artificios ni engaños. No hacía falta de Sharingan. No hacía falta de nada.
Miró a Akame, a su derecha. Llevaban un tiempo callados, y el Uchiha quiso mantener el silencio por respeto. ¿Pensaría en su antigua y difunta novia? Quizá. De hacerlo, creía que ya había mantenido el suficiente decoro.
—Cuéntame esa historia —pidió, al recordar que todavía no le había cobrado aquella deuda—. Ya sabes cuál. La del Uchiha Comebijuudamas.