8/01/2020, 16:32
«Justo lo que nos faltaba, cuatro rateras de medio pelo buscando tocar los pendientes reales», maldijo Akame para su fuero interno. El País de la Tierra era bien conocido por tratarse de un territorio mayormente sin ley, donde los criminales más buscados y exiliados de las Grandes Aldeas acudían a buscar refugio y paso seguro entre sus múltiples riscos. Por su orografía ya era una región difícil de controlar, repleta de cuevas donde esconderse y de estrechos desfiladeros por los que viajar sin ser visto, pero si a eso se sumaba la inestabilidad política del país...
Resultaban en advenedizas como aquellas que creían poder imponer su propia ley en un pequeño trozo de tierra. Akame no tenía ninguna prisa en derramar sangre, pero tampoco iba a dejarse robar como un pardillo. Y por los aires de la que llevaba la voz cantante, ellas parecían bastante convencidas de que podían desplumar al dúo de Uchiha.
—Es curioso, porque... Yo solo veo a dos enemigos.
El exjōnin escuchó pacientemente las bravatas de la líder mientras examinaba a las otras tres. Su atención la captó en especial la que empuñaba un arco, en el otro lado del puente. No por el hecho de que estuviera apuntándole con una flecha, ni por la factura del arma —que parecía de calidad común—, sino por sus ojos. Akame clavó su mirada en la de ella y por un instante ambos quedaron solos en el mundo. No había nada más que ellos dos, nada se interponía entre ambos hasta el punto de que la forajida podría sentir sus almas tocándose. Oonindo podría haber sido víctima de una catástrofe apocalíptica y ahora sólo quedaban ellos dos para repoblarlo, ¿o tal vez estaban solos porque habían dado el golpe de sus vidas y ahora vivían en un lujoso palacio con todas las comodidades?
Lo cierto era que carecía de importancia, porque cuando Akame habló, para la joven renegada sólo hubo una cosa en el mundo: cumplir sus deseos. Unos deseos expresados con voz muda pero que retumbó en todas las cavidades de su cráneo, en lo más profundo de su alma. Un anhelo fuerte y claro.
Resultaban en advenedizas como aquellas que creían poder imponer su propia ley en un pequeño trozo de tierra. Akame no tenía ninguna prisa en derramar sangre, pero tampoco iba a dejarse robar como un pardillo. Y por los aires de la que llevaba la voz cantante, ellas parecían bastante convencidas de que podían desplumar al dúo de Uchiha.
—Es curioso, porque... Yo solo veo a dos enemigos.
El exjōnin escuchó pacientemente las bravatas de la líder mientras examinaba a las otras tres. Su atención la captó en especial la que empuñaba un arco, en el otro lado del puente. No por el hecho de que estuviera apuntándole con una flecha, ni por la factura del arma —que parecía de calidad común—, sino por sus ojos. Akame clavó su mirada en la de ella y por un instante ambos quedaron solos en el mundo. No había nada más que ellos dos, nada se interponía entre ambos hasta el punto de que la forajida podría sentir sus almas tocándose. Oonindo podría haber sido víctima de una catástrofe apocalíptica y ahora sólo quedaban ellos dos para repoblarlo, ¿o tal vez estaban solos porque habían dado el golpe de sus vidas y ahora vivían en un lujoso palacio con todas las comodidades?
Lo cierto era que carecía de importancia, porque cuando Akame habló, para la joven renegada sólo hubo una cosa en el mundo: cumplir sus deseos. Unos deseos expresados con voz muda pero que retumbó en todas las cavidades de su cráneo, en lo más profundo de su alma. Un anhelo fuerte y claro.
«Dispara en la cabeza a la kunoichi que está junto a ti, y luego asesina a tu jefa.»