8/01/2020, 22:21
La guasa de Zaide le sacó de su ensimismamiento, pues parecía que se había quedado embobado mirando el cadáver de la líder de los asaltantes, que reposaba sobre un charco de su propia sangre y meados. Al oírle, el Uchiha parpadeó varias veces, levantando la vista hacia su temporal mentor, y apenas dejó escapar un quedo "jé" ante la chanza. ¿Es que realmente le había afectado aquel encuentro? ¿O tan sólo estaba perdido en sus pensamientos, como tantas otras veces?
Sea como fuere, se limitó a asentir mientras sus ojos volvían a la normalidad y, todavía con el cigarrillo en la boca y las ropas manchadas de la sangre de aquellas forajidas, comenzó a caminar siguiendo los pasos de Zaide; literalmente, claro.
El joven Uchiha observó con curiosidad aquel lugar. La piedra caliza, la oscuridad que se extendía más allá y amenazaba con devorarle como las fauces de un monstruo titánico. El misterio que Zaide le había impreso a sus palabras no hacía sino acrecentar la sensación de vértigo que Akame llevaba acusando desde que fue consciente de que se acercaban a su destino. ¿Realmente quería aquellas respuestas? El antiguo Akame habría asentido sin dudar, convencido de que su férreo código le amparaba en las tinieblas, pero ¿y ahora? Ahora ya no estaba tan seguro de nada en el mundo, y a veces temía ahogarse en el mar de sus propias dudas.
Pero alguien le dijo una vez que "la fortuna favorece a los audaces", de modo que consciente de que allá adentro le aguardaba su destino, el Uchiha avanzó. Antes de internarse por completo en la gruta, se volvió para mirar —quizá por última vez, si la cosa se torcía— a Zaide.
—Lo haré, Zaide. Pero que sea té negro para mí. El demonio azul acecha en el fondo de cada vaso de licor —esbozó una sonrisa, y no era maliciosa ni socarrona, sino más bien empática—. Creo que tú lo sabes bien.
Y así, Uchiha Akame se dio media vuelta y atravesó el umbral de la Garganta de la Serpiente.
Sea como fuere, se limitó a asentir mientras sus ojos volvían a la normalidad y, todavía con el cigarrillo en la boca y las ropas manchadas de la sangre de aquellas forajidas, comenzó a caminar siguiendo los pasos de Zaide; literalmente, claro.
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El joven Uchiha observó con curiosidad aquel lugar. La piedra caliza, la oscuridad que se extendía más allá y amenazaba con devorarle como las fauces de un monstruo titánico. El misterio que Zaide le había impreso a sus palabras no hacía sino acrecentar la sensación de vértigo que Akame llevaba acusando desde que fue consciente de que se acercaban a su destino. ¿Realmente quería aquellas respuestas? El antiguo Akame habría asentido sin dudar, convencido de que su férreo código le amparaba en las tinieblas, pero ¿y ahora? Ahora ya no estaba tan seguro de nada en el mundo, y a veces temía ahogarse en el mar de sus propias dudas.
Pero alguien le dijo una vez que "la fortuna favorece a los audaces", de modo que consciente de que allá adentro le aguardaba su destino, el Uchiha avanzó. Antes de internarse por completo en la gruta, se volvió para mirar —quizá por última vez, si la cosa se torcía— a Zaide.
—Lo haré, Zaide. Pero que sea té negro para mí. El demonio azul acecha en el fondo de cada vaso de licor —esbozó una sonrisa, y no era maliciosa ni socarrona, sino más bien empática—. Creo que tú lo sabes bien.
Y así, Uchiha Akame se dio media vuelta y atravesó el umbral de la Garganta de la Serpiente.