9/01/2020, 19:22
Y así, Uchiha Akame se adentró solo en lo profundo de la oscuridad. ¿Hallaría las respuestas que estaba buscando? ¿Le agradarían si las encontraba? ¿Sería aquel, de hecho, su destino?
Durante los primeros minutos, lo único que halló fue una oscuridad cada vez más creciente. La cueva, lejos de parecer tener un fondo, se iba ensanchando y alargando cada vez más y más. El aire olía a humedad, y a algo más que todavía no podía identificar. El suelo era terriblemente irregular, llena de charcos, agujeros y piedras afiladas donde menos se lo esperaba. Creyó ver diminutas sombras vacilantes entre la negrura, quizá producto de su imaginación. Quizá, de algo más.
Oyó algo. Algo agudo, como chillidos muy cortos y seguidos, que retumbaban como un eco incesante en lo que era aquella gigantesca cámara abovedada.
Vio entonces una bifurcación dentro de la cueva. Distinguía lo suficiente como para apreciar que el camino de la derecha ascendía. De la izquierda no podía decir lo mismo. La negrura era tal, que su interior le resultaba tan desconocido como el fondo de la garganta de un tiburón.
Fue en ese momento que se dio cuenta. Lo sintió primero en sus pies: ratas. Un enjambre de ellas, corriendo despavoridas. Salían del camino de la izquierda y se introducían en el de la derecha, pasando entre los pies de Akame si era necesario. Eran cientos de ellas. Tantas que podrían trepar por un hombre adulto y envolverlo por completo en un bola de pelo y dientes.
Durante los primeros minutos, lo único que halló fue una oscuridad cada vez más creciente. La cueva, lejos de parecer tener un fondo, se iba ensanchando y alargando cada vez más y más. El aire olía a humedad, y a algo más que todavía no podía identificar. El suelo era terriblemente irregular, llena de charcos, agujeros y piedras afiladas donde menos se lo esperaba. Creyó ver diminutas sombras vacilantes entre la negrura, quizá producto de su imaginación. Quizá, de algo más.
Oyó algo. Algo agudo, como chillidos muy cortos y seguidos, que retumbaban como un eco incesante en lo que era aquella gigantesca cámara abovedada.
Vio entonces una bifurcación dentro de la cueva. Distinguía lo suficiente como para apreciar que el camino de la derecha ascendía. De la izquierda no podía decir lo mismo. La negrura era tal, que su interior le resultaba tan desconocido como el fondo de la garganta de un tiburón.
Fue en ese momento que se dio cuenta. Lo sintió primero en sus pies: ratas. Un enjambre de ellas, corriendo despavoridas. Salían del camino de la izquierda y se introducían en el de la derecha, pasando entre los pies de Akame si era necesario. Eran cientos de ellas. Tantas que podrían trepar por un hombre adulto y envolverlo por completo en un bola de pelo y dientes.
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