11/01/2020, 00:25
Y mientras seguían su camino, el trío de shinobi se cruzó con un par de genin que charlaban animadamente entre ellos:
—Oye, ¿qué número salió al final en la lotería?
—El cincuenta mil setecientos cuarenta y dos.
Daruu se quedó congelado en el sitio, como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por encima. Ayame se volvió hacia él, extrañada:
—¿Daruu?
Pero él, sin embargo, había comenzado a rebuscar en sus bolsillos desesperadamente. Le costó unos pocos segundos encontrar lo que estaba buscando: un pequeño papel de color blanco y rojo que tenía algo impreso en él: Números.
—¡¡TOOOOOOMAAAAAAAAAAAAAAAAA!! —exclamó súbitamente, sobresaltando a la muchacha, que dio un pequeño bote en el sitio—. ¡Eh, eh, chicos! ¡Me ha tocado, sólo un número pero me ha tocado! ¡Voy a ir a cobrarlo y...!
Tuvo que interrumpirse bajo la gélida mirada de Kōri que, aún sin expresar nada, lo decía todo.
—Bueno, bueno. Está bien... —accedió, hundiendo los hombros con gesto abatido.
Ayame esbozó una sonrisilla y le apoyó la mano en el brazo.
—Vamos, podrás cobrarlo cuando volvamos. No tardaremos tanto. Además, no hay prisa. ¿Que podría ser lo peor que pasara? ¿Que lo perdieras? ¿Que te lo robara mi hermano?
—Oye, ¿qué número salió al final en la lotería?
—El cincuenta mil setecientos cuarenta y dos.
Daruu se quedó congelado en el sitio, como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por encima. Ayame se volvió hacia él, extrañada:
—¿Daruu?
Pero él, sin embargo, había comenzado a rebuscar en sus bolsillos desesperadamente. Le costó unos pocos segundos encontrar lo que estaba buscando: un pequeño papel de color blanco y rojo que tenía algo impreso en él: Números.
—¡¡TOOOOOOMAAAAAAAAAAAAAAAAA!! —exclamó súbitamente, sobresaltando a la muchacha, que dio un pequeño bote en el sitio—. ¡Eh, eh, chicos! ¡Me ha tocado, sólo un número pero me ha tocado! ¡Voy a ir a cobrarlo y...!
Tuvo que interrumpirse bajo la gélida mirada de Kōri que, aún sin expresar nada, lo decía todo.
—Bueno, bueno. Está bien... —accedió, hundiendo los hombros con gesto abatido.
Ayame esbozó una sonrisilla y le apoyó la mano en el brazo.
—Vamos, podrás cobrarlo cuando volvamos. No tardaremos tanto. Además, no hay prisa. ¿Que podría ser lo peor que pasara? ¿Que lo perdieras? ¿Que te lo robara mi hermano?