11/01/2020, 19:55
Oh, Ayame era hábil. Escurridiza. Maleable como el agua, y por esa razón, pudo adentrarse a la fábrica sin ningún inconveniente, después de haber laureado a los guaruras con su increíble técnica de voz.
Aquel pequeño charquito se adentró entonces a la boca del Dragón, y sólo entonces pudo darse cuenta que mantenerse en ese estado era la opción más lógica. La fábrica estaba llena de charcos en sus anchas, quizás por la lluvia torrencial que se abría paso a cuentagotas a través de las placas que componían el amplio techo por el que Ayame había estado espiando antes, o también por las filtraciones de algunas cisternas interiores que servían como combustible para las correas hidráulicas ya antes destacadas. Lo cierto es que por ahora estaba segura de ser descubierta, y podía echar un buen ojo a su alrededor como para percatarse en dónde estaba cada hombre y de cuántas personas estamos hablando. La guardiana recordaba que eran siete los marineros a cargo de Kincho —ese hombre cuya voz le resultaba convincentemente familiar a la de Umikiba Kaido—. y eran siete los que tenía en su rango de visión, cinco de ellos aún apilando las cajas de alimento y carrozas de transporte. Los otros dos que había ahuyentado con su voz, ahora se encontraban al final de todo el galpón recibiendo una reprimenda muy seria por parte de su capitán que despotricaba palabras, iracundo, al no haber sido él el que los hubiese llamado. Claro está que Kaido fue incapaz de sospechar de dónde provenía esta treta y asumió que solo se trataba de un despiste de alguno de sus súbditos, que cabe destacar, no eran gente demasiado destacada salvo para navegar los mares de Oonindo.
De pronto Ayame escuchó unos pasos y un hombre pasó tras de ella, pisando su charco aunque sin hacerle daño.
—¡Guko-san! los caballos están listos, y la ruta hacia [i]Baratie está despejada. Ya nos encargamos de pagar la comisión de los guardias también, así que todo va viento en popa. [/i]
—Ya escuchó usted, Kincho-san. Ya escuchó usted. ¿Estará Kaido-sama complacido entonces con el cargamento? ¿podemos quedarnos tranquilos de que estaremos protegidos durante los próximos séis meses?
Kincho estaba de espalda, revisando una hilera de pescado. Tomó uno de ellos, abrió la hendidura en el cuerpo del animal y sacó de adentro una bolsa sellada herméticamente con un contenido azul adentro. Era Omoide.
—Quien sabe. Ya sabe como puede ser el jefe, pero por lo que veo, todo está en orden, así que supongo no habrá problemas hasta la próxima temporada. ¡Señores, empecemos la carga! ¡Tenemos un largo viaje hasta el Remolino!
Aquel pequeño charquito se adentró entonces a la boca del Dragón, y sólo entonces pudo darse cuenta que mantenerse en ese estado era la opción más lógica. La fábrica estaba llena de charcos en sus anchas, quizás por la lluvia torrencial que se abría paso a cuentagotas a través de las placas que componían el amplio techo por el que Ayame había estado espiando antes, o también por las filtraciones de algunas cisternas interiores que servían como combustible para las correas hidráulicas ya antes destacadas. Lo cierto es que por ahora estaba segura de ser descubierta, y podía echar un buen ojo a su alrededor como para percatarse en dónde estaba cada hombre y de cuántas personas estamos hablando. La guardiana recordaba que eran siete los marineros a cargo de Kincho —ese hombre cuya voz le resultaba convincentemente familiar a la de Umikiba Kaido—. y eran siete los que tenía en su rango de visión, cinco de ellos aún apilando las cajas de alimento y carrozas de transporte. Los otros dos que había ahuyentado con su voz, ahora se encontraban al final de todo el galpón recibiendo una reprimenda muy seria por parte de su capitán que despotricaba palabras, iracundo, al no haber sido él el que los hubiese llamado. Claro está que Kaido fue incapaz de sospechar de dónde provenía esta treta y asumió que solo se trataba de un despiste de alguno de sus súbditos, que cabe destacar, no eran gente demasiado destacada salvo para navegar los mares de Oonindo.
De pronto Ayame escuchó unos pasos y un hombre pasó tras de ella, pisando su charco aunque sin hacerle daño.
—¡Guko-san! los caballos están listos, y la ruta hacia [i]Baratie está despejada. Ya nos encargamos de pagar la comisión de los guardias también, así que todo va viento en popa. [/i]
—Ya escuchó usted, Kincho-san. Ya escuchó usted. ¿Estará Kaido-sama complacido entonces con el cargamento? ¿podemos quedarnos tranquilos de que estaremos protegidos durante los próximos séis meses?
Kincho estaba de espalda, revisando una hilera de pescado. Tomó uno de ellos, abrió la hendidura en el cuerpo del animal y sacó de adentro una bolsa sellada herméticamente con un contenido azul adentro. Era Omoide.
—Quien sabe. Ya sabe como puede ser el jefe, pero por lo que veo, todo está en orden, así que supongo no habrá problemas hasta la próxima temporada. ¡Señores, empecemos la carga! ¡Tenemos un largo viaje hasta el Remolino!