13/01/2020, 22:53
(Última modificación: 13/01/2020, 22:57 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Sensei y alumno apagaron el fuego echándole tierra encima. Recogieron las sobras, guardaron los utensilios, y se echaron las mochilas a la espalda.
El joven dio una patada a un guijarro, claramente ofuscado.
—Así que fueron tus mejores alumnos.
Raito suspiró.
—Yo no dije eso.
—Dijiste que fue el mejor equipo que…
—Eso no los convierte en mis mejores alumnos. —Había una diferencia. Sutil, pero ahí estaba—. Akame, para empezar, fue mi mayor fracaso. Jamás aprendió nada de mí. Y mira cómo acabó.
—Traicionando a la aldea y asesinando a Chokichi-senpai.
—Así fue... Así fue. Un gran ninja, Chokichi. Él sí le tenía calado desde el principio. ¿Ves? A veces hasta el Sharingan es ciego —dijo con amargura.
—No fue culpa tuya, Raito. Quiero decir… ni siquiera Datsue-senpai lo vio venir. ¡Ni siquiera Hanabi-sama! Él era una serpiente, y vosotros solo visteis la piel que él os quería enseñar. Porque las serpientes mudan de piel y… Ehm… Bueno, tú entiendes lo que quiero decir. Que me estoy perdiendo con la metáfora. Solo espero que… Solo espero cruzármelo algún día, y así te demostraré quién barrerá el suelo con quién.
Raito soltó una carcajada seca y corta, y le revolvió el pelo con una mano.
—Recuerda tu promesa, Daiku. No más cháchara. Ahora tenemos una misión que cumplir.
Y ambos emprendieron la marcha, en la exacta dirección en que Akame había ido: hacia el lago.
El lago era el espejo del cielo. Negro, con puntitos de luz aquí y allá y una enorme esfera lunar brillando en sus aguas tranquilas. Ligeras ondas enturbiaban el reflejo de la luna, ondas que llegaban hasta la orilla. Hasta los pies de Akame.
Era una noche de temperaturas suaves. Se oía el ulular de un búho, en la lejanía, y el viento acariciando las hojas de los árboles. Era un sitio bonito, tranquilo, perfecto para una velada romántica. La imagen perfecta para una postal.
¿Cuánto tiempo llevaba allí de pie? ¿Cuánto observando? Akame acababa de terminar su tentempié cuando la vio. Allí, bañada en luz lunar, flotando entre las aguas. El rostro de una mujer viniendo hacia él. Sus cabellos oscuros, empapados, caían con delicadeza sobre su pecho desnudo. Su piel brillaba como el oro más codiciado, y cada curva, cada gesto, tenía la delicadeza de un jarrón de porcelana.
Tenía los ojos verdes, tan brillantes como el propio Sharingan. Y su sonrisa… Su sonrisa era la de un ángel.
—Oh, ¿quién ess esste joven tan apuessto? —preguntó, coqueta. Akame la tenía a unos cinco metros de distancia, y tan solo la veía de cintura para arriba. Desnuda. Deslumbrante. Tan bella que daba miedo. Si las fantasías fuesen ciertas, ella, desde luego, sería una Ningyo—. ¿Hass venido a librarme del aburrimiento?
El joven dio una patada a un guijarro, claramente ofuscado.
—Así que fueron tus mejores alumnos.
Raito suspiró.
—Yo no dije eso.
—Dijiste que fue el mejor equipo que…
—Eso no los convierte en mis mejores alumnos. —Había una diferencia. Sutil, pero ahí estaba—. Akame, para empezar, fue mi mayor fracaso. Jamás aprendió nada de mí. Y mira cómo acabó.
—Traicionando a la aldea y asesinando a Chokichi-senpai.
—Así fue... Así fue. Un gran ninja, Chokichi. Él sí le tenía calado desde el principio. ¿Ves? A veces hasta el Sharingan es ciego —dijo con amargura.
—No fue culpa tuya, Raito. Quiero decir… ni siquiera Datsue-senpai lo vio venir. ¡Ni siquiera Hanabi-sama! Él era una serpiente, y vosotros solo visteis la piel que él os quería enseñar. Porque las serpientes mudan de piel y… Ehm… Bueno, tú entiendes lo que quiero decir. Que me estoy perdiendo con la metáfora. Solo espero que… Solo espero cruzármelo algún día, y así te demostraré quién barrerá el suelo con quién.
Raito soltó una carcajada seca y corta, y le revolvió el pelo con una mano.
—Recuerda tu promesa, Daiku. No más cháchara. Ahora tenemos una misión que cumplir.
Y ambos emprendieron la marcha, en la exacta dirección en que Akame había ido: hacia el lago.
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El lago era el espejo del cielo. Negro, con puntitos de luz aquí y allá y una enorme esfera lunar brillando en sus aguas tranquilas. Ligeras ondas enturbiaban el reflejo de la luna, ondas que llegaban hasta la orilla. Hasta los pies de Akame.
Era una noche de temperaturas suaves. Se oía el ulular de un búho, en la lejanía, y el viento acariciando las hojas de los árboles. Era un sitio bonito, tranquilo, perfecto para una velada romántica. La imagen perfecta para una postal.
¿Cuánto tiempo llevaba allí de pie? ¿Cuánto observando? Akame acababa de terminar su tentempié cuando la vio. Allí, bañada en luz lunar, flotando entre las aguas. El rostro de una mujer viniendo hacia él. Sus cabellos oscuros, empapados, caían con delicadeza sobre su pecho desnudo. Su piel brillaba como el oro más codiciado, y cada curva, cada gesto, tenía la delicadeza de un jarrón de porcelana.
Tenía los ojos verdes, tan brillantes como el propio Sharingan. Y su sonrisa… Su sonrisa era la de un ángel.
—Oh, ¿quién ess esste joven tan apuessto? —preguntó, coqueta. Akame la tenía a unos cinco metros de distancia, y tan solo la veía de cintura para arriba. Desnuda. Deslumbrante. Tan bella que daba miedo. Si las fantasías fuesen ciertas, ella, desde luego, sería una Ningyo—. ¿Hass venido a librarme del aburrimiento?
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