14/01/2020, 14:05
Al joven criminal le hubiera gustado poder contar, si alguna vez relataba aquel episodio, que las palabras de Raito le dieron ganas de reír. De salir de su escondite entre los matorrales carcajeándose de su antiguo maestro, alzando los brazos al cielo y mostrando orgulloso su tatuaje del Dragón. Le hubiera gustado clamar a los cuatro vientos que Uzushiogakure no Sato no había podido asesinarle —no para siempre, al menos— y que gracias a eso ahora iba a ser mucho más poderoso de lo que jamás habría sido sujeto al yugo de la Villa. Le habría gustado fardar de su posición, de ser uno de los líderes de la organización criminal más influyente de Mizu no Kuni. Le habría gustado poder presumir de ser un criminal buscado en todo Oonindo, notorio, famoso, un bastardo peligroso como le había llamado Zaide.
Al fin y al cabo, en las historias de fantasía, los villanos siempre se regodeaban en su mala fama, en su maldad, y tomaban gran placer en que todos supieran cómo de malos malísimos eran. Sin duda, tal y como pintaba el asunto, Akame se había convertido en uno de esos villanos de historieta.
Pero no pudo. Lo intentó con fuerzas, con todas sus fuerzas, pero no pudo. Lo que sintió en su lugar fue un amargor intenso, un sabor bilioso en la boca y descorazonador, un vacío en le pecho que le hizo enfurecerse más consigo mismo de lo que lo estaba con Raito, o Hanabi, o Datsue, o Uzu. Seguía sin poder dar una respuesta a la pregunta que llevaba haciéndose desde que había visto a su antiguo sensei con aquel muchacho.
«Aquí viene...»
La reconoció incluso antes de que abriese la boca para escupir aquellas palabras tan peculiarmente pronunciadas con un siseo que le resultó inmediatamente familiar. Akame no se inmutó al principio, sino que fingió sorpresa cuando la mujer ya tenía medio cuerpo desnudo fuera del agua. Sus mejillas se ruborizaron —no hubo necesidad de fingir eso, pues llevaba meses sin contemplar la belleza de una mujer desnuda— y abrió mucho los ojos mientras se levantaba muy despacio.
—¿El... aburrimiento...? —balbuceó, con una pretendida sonrisa bobalicona—. O, por todos los dioses... ¿Eres... eres... eres una ningyo? —aventuró, tímido—. Las historias sobre vosotras no empiezan ni por hacer justicia a tu belleza. ¿Es cierto, entonces? ¿Que sois más exóticas y sensuales de lo que ninguna mujer puede ser?
Había cierto tinte de lujuria en su voz; aquella bestia era, al fin y al cabo, jodidamente hermosa.
Al fin y al cabo, en las historias de fantasía, los villanos siempre se regodeaban en su mala fama, en su maldad, y tomaban gran placer en que todos supieran cómo de malos malísimos eran. Sin duda, tal y como pintaba el asunto, Akame se había convertido en uno de esos villanos de historieta.
Pero no pudo. Lo intentó con fuerzas, con todas sus fuerzas, pero no pudo. Lo que sintió en su lugar fue un amargor intenso, un sabor bilioso en la boca y descorazonador, un vacío en le pecho que le hizo enfurecerse más consigo mismo de lo que lo estaba con Raito, o Hanabi, o Datsue, o Uzu. Seguía sin poder dar una respuesta a la pregunta que llevaba haciéndose desde que había visto a su antiguo sensei con aquel muchacho.
¿Por qué no era capaz de odiarle?
¿Por qué seguía añorando su aprobación?
—
«Aquí viene...»
La reconoció incluso antes de que abriese la boca para escupir aquellas palabras tan peculiarmente pronunciadas con un siseo que le resultó inmediatamente familiar. Akame no se inmutó al principio, sino que fingió sorpresa cuando la mujer ya tenía medio cuerpo desnudo fuera del agua. Sus mejillas se ruborizaron —no hubo necesidad de fingir eso, pues llevaba meses sin contemplar la belleza de una mujer desnuda— y abrió mucho los ojos mientras se levantaba muy despacio.
—¿El... aburrimiento...? —balbuceó, con una pretendida sonrisa bobalicona—. O, por todos los dioses... ¿Eres... eres... eres una ningyo? —aventuró, tímido—. Las historias sobre vosotras no empiezan ni por hacer justicia a tu belleza. ¿Es cierto, entonces? ¿Que sois más exóticas y sensuales de lo que ninguna mujer puede ser?
Había cierto tinte de lujuria en su voz; aquella bestia era, al fin y al cabo, jodidamente hermosa.