14/01/2020, 21:47
Lo primero que Akame vio, encaramado en lo alto de una rama, fue una gigantesca serpiente destrozando troncos de árboles con su cuerpo como si fuesen fichas de dominó. Era enorme —quizá no tan larga ni tan ancha como la Sombra de la Muerte—, y sus escamas atrapaban el fulgor de la luna con cada movimiento. Escamas doradas como el oro y verdes como la esmeralda. Sus dientes, tampoco tan poderosos como los de Shikage, contaban a diferencia de esta con un par de colmillos largos y afilados con los que parecía señalar a sus objetivos.
Objetivos que, por cierto, Akame tenía dificultades en distinguir.
—¡Raito-sensei! ¡Usemos la Táctica Aplastabijuus! —Un breve momento de silencio—. Por favor, ¡confíe en mí! ¡Puedo hacerlo!
Akame creyó captar un brillo pequeño en la oscuridad. Sin duda, perteneciente a Daiku. Su luz era demasiado tenue y demasiado pequeña para pertenecer a su antiguo sensei. En seguida oyó la voz del veterano Uchiha gritar un jutsu que conocía muy bien:
—¡Fūton: Reppūshō! —Daiku salió disparado hacia el cielo, por encima de la cabeza de la serpiente y del propio Akame. Hubo un instante más de espera, y de pronto, Uchiha Raito se encontraba sobre su alumno, en el cielo. Viéndolo todo—. ¡Ahora!
—¡Óyeme bien, bestia inmunda! ¡Mi nombre es Daiku! —gritó el alumno, alertando a la serpiente, quien viró la cabeza hacia el cielo—. ¡Y soy el mejor alumno de Raito-sensei! ¡Recuérdalo bien! ¡Porque un día...! ¡¡Llegaré a ser...!
»¡¡¡UZUKAGE!!!
Y entonces, sucedió algo increíble. Algo inaudito. Aquel crío, que apenas tenía el chakra de un genin recién salido de la academia, se hizo más grande. Más visible. Más… a tener en cuenta. No figuradamente, no, no. Lo que hizo fue transformarse de un momento a otro en un gigantesco ente, más grande incluso que cualquier Susano’o, y cayó en picado sobre el bosque aplastándolo todo a cien metros a la redonda.
Era su técnica insignia. Era su jutsu estrella, su carta de presentación. Era…
… el poder de un Akimichi.
Objetivos que, por cierto, Akame tenía dificultades en distinguir.
—¡Raito-sensei! ¡Usemos la Táctica Aplastabijuus! —Un breve momento de silencio—. Por favor, ¡confíe en mí! ¡Puedo hacerlo!
Akame creyó captar un brillo pequeño en la oscuridad. Sin duda, perteneciente a Daiku. Su luz era demasiado tenue y demasiado pequeña para pertenecer a su antiguo sensei. En seguida oyó la voz del veterano Uchiha gritar un jutsu que conocía muy bien:
—¡Fūton: Reppūshō! —Daiku salió disparado hacia el cielo, por encima de la cabeza de la serpiente y del propio Akame. Hubo un instante más de espera, y de pronto, Uchiha Raito se encontraba sobre su alumno, en el cielo. Viéndolo todo—. ¡Ahora!
—¡Óyeme bien, bestia inmunda! ¡Mi nombre es Daiku! —gritó el alumno, alertando a la serpiente, quien viró la cabeza hacia el cielo—. ¡Y soy el mejor alumno de Raito-sensei! ¡Recuérdalo bien! ¡Porque un día...! ¡¡Llegaré a ser...!
»¡¡¡UZUKAGE!!!
Y entonces, sucedió algo increíble. Algo inaudito. Aquel crío, que apenas tenía el chakra de un genin recién salido de la academia, se hizo más grande. Más visible. Más… a tener en cuenta. No figuradamente, no, no. Lo que hizo fue transformarse de un momento a otro en un gigantesco ente, más grande incluso que cualquier Susano’o, y cayó en picado sobre el bosque aplastándolo todo a cien metros a la redonda.
Era su técnica insignia. Era su jutsu estrella, su carta de presentación. Era…
… el poder de un Akimichi.
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