15/01/2020, 15:39
Nada más ser tragado por la superficie, Akame sintió el temblor de un auténtico terremoto. Era como si le hubiese caído un edificio encima, y ahora toda la tierra estuviese temblando ante semejante golpetazo.
Fue un temblor que cuyo eco pareció alargarse, incluso cuando salió a la superficie. Afuera, todo había cambiado enormemente. Los árboles, los arbustos, los caminos, la naturaleza en sí… todo se había esfumado. En su lugar, tan solo quedaba un enorme cráter. Un cráter en medio del bosque, como antaño lo había sido los restos de Konohagakure antes de ser inundado.
A su derecha, Daiku estaba tumbado boca arriba, sin fuerzas. Respiraba entrecortadamente, visiblemente agotado. Más allá, el cuerpo de la serpiente, totalmente aplastado, como una masa de harina a la que se le ha pasado un rodillo y queda tan fino como una lámina. No había cabeza que rescatar. No había colmillos que extraer. Solo piel aplastada.
Y, arriba…
—¡Tú!
Arriba, desviándose en el aire gracias a la Técnica de la Brisa Ligera para amortiguar su caída, estaba Uchiha Raito. Con el Sharingan activado, y con los ojos puestos en el brillo carmesí que refulgió de pronto en el cráter como la luz de un faro en medio de la noche. Quizá, Akame hubiese podido seguir pasando desapercibido en medio del bosque, de la maleza y los arbustos. Pero todo eso había desaparecido. No había sitio en el que esconderse. No había lugar tras el que cobijarse.
—¡TÚ! —volvió a gritar Raito al aterrizar. Diez metros les separaban.
—¿Raito-sensei…? —preguntó Daiku, algo más lejos, apenas logrando ponerse de rodillas. Tardó en localizar lo que tanto llamaba la atención de su sensei, siguiendo su mirada—. Quién… ¿Quién es?
Fue un temblor que cuyo eco pareció alargarse, incluso cuando salió a la superficie. Afuera, todo había cambiado enormemente. Los árboles, los arbustos, los caminos, la naturaleza en sí… todo se había esfumado. En su lugar, tan solo quedaba un enorme cráter. Un cráter en medio del bosque, como antaño lo había sido los restos de Konohagakure antes de ser inundado.
A su derecha, Daiku estaba tumbado boca arriba, sin fuerzas. Respiraba entrecortadamente, visiblemente agotado. Más allá, el cuerpo de la serpiente, totalmente aplastado, como una masa de harina a la que se le ha pasado un rodillo y queda tan fino como una lámina. No había cabeza que rescatar. No había colmillos que extraer. Solo piel aplastada.
Y, arriba…
—¡Tú!
Arriba, desviándose en el aire gracias a la Técnica de la Brisa Ligera para amortiguar su caída, estaba Uchiha Raito. Con el Sharingan activado, y con los ojos puestos en el brillo carmesí que refulgió de pronto en el cráter como la luz de un faro en medio de la noche. Quizá, Akame hubiese podido seguir pasando desapercibido en medio del bosque, de la maleza y los arbustos. Pero todo eso había desaparecido. No había sitio en el que esconderse. No había lugar tras el que cobijarse.
—¡TÚ! —volvió a gritar Raito al aterrizar. Diez metros les separaban.
—¿Raito-sensei…? —preguntó Daiku, algo más lejos, apenas logrando ponerse de rodillas. Tardó en localizar lo que tanto llamaba la atención de su sensei, siguiendo su mirada—. Quién… ¿Quién es?
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