16/01/2020, 02:17
(Última modificación: 16/01/2020, 02:20 por King Roga. Editado 2 veces en total.)
Shinogi-To, capital de la Tormenta y nido quizá de un buen puñado de fugitivos. Aquí podías darte el lujo de buscar un poco de fortuna, porque la fama podía volverse indeseable cuando tu objetivo es permanecer en el anonimato. En los últimos meses, los sindicatos del crimen habían estado un poco cabizbajos tras la caída de uno de los grupos que operaba en la zona, sirviendo de alerta para los demás que ya no estaban tan seguros de estar fuera de las garras de Amekoro Yui.
En uno de las tantos hostales donde la gente llegaba para beber y alojarse, un inesperado visitante que aparentemente no conocía muy bien como había estado la movida en los últimos días, estaba festejando como si las miradas del resto de malhechores y demás gente de mal vivir en el sitio no lo estuvieran observando con desdén y vergüenza ajena.
—¡Amenokami queridoooooo, traémeee las nuuuubes, traéme la lluuuuuviiiaaaaaaa....!— Nada parecía estar fuera de su sitio, salvo por el hecho que el hombre no tenía pena ni gloria en mostrar la bandana de Amegakure rasgada que llevaba en su brazo izquierdo. —...¡Qué suficiente mala fortuuuunaaaaa, ya he teniiiiidoooo!— El hombre sin duda estaba hasta las trancas de haber bebido.
El resto solo le miraba, sin importarle mucho realmente. Quizá por su ebriedad, o quizá porque en su misma condición ninguno era capaz de juzgar a aquel hombre por sus acciones. Lo cierto era que en Las Siete Monedas" difícilmente ibas a lograr encontrar a alguien con una moral recta, y si por algún casual alguna fuerza de ley intentase indagar algo, cada quién aplicaría la de los tres monos sabios para no verse arrastrado. Cada quién cuidaba su propia espalda, pero nadie iba apuñalarse sin tener un motivo de peso. Esa era la regla de Las Siete Monedas.
Nuevamente, la capital se encontraba con un poco de calma, puesto que hasta que se terminaran de reorganizar las posiciones de poder, muchos no estaban en condición de operar. Era así, que nadie debería molestarlos por ahora. ¿Oh sí?
—¿Oigan? ¿No les gustó la canción? ¡Pero si es u clásico en Amegakure! Bah, ustedes que sabrán ¡Hip!— El hombre era moreno, más allá de los cincuenta años y peinado a rastas. Lucía diez anillos de oro en cada respectivo dedo de la mano, sin mencionar que tenía unos dientes de oro únicamente ensuciados por algún resto de comida. —¡Otra ronda cantinero! ¡Hip!— Colocó nuevamente su taza en la barra.