17/01/2020, 03:05
Oh, pero la Tormenta, caprichosa e intensa; no iba a aguardar a que la mercancía estuviese en Baratie y zaparse a altamar para tocarle un poco la moral a los navegantes. No, ésta, ansiosa, vengativa, iracunda e irracional, se alzó sin compasión, invocada por la impaciencia de una de sus tantas hijas. Pero ésta... ésta era especial. Era de las predilectas. De las consentidas. Una de corazón puro y totalmente fiel a amenokami y su continente: ella era Ayame. Aotsuki Ayame.
Los ojos de Kincho, negruzcos como el mismísimo abismo, se abrieron de par en par, emulando a las puertas del Yomi. Su corazón empezó a palpitar como un caballo encabritado, viendo como sus lindas praderas de libertad se veían amenazadas por la inclemente madre naturaleza. No importa lo que hiciese, su pasado estaba empecinado a perseguirle. A encontrarle hasta en los rincones menos pensados. Era el destino hablando, intentando poner todo de nuevo en su lugar. A Kaido donde realmente debía estar. En casa.
Pero su mente, nublada por los delirios de una traición inexistente, tan sólo pudo pensar en una cosa: en Dragón Rojo. En los planes de su organización. En lo cerca que estaban de lograr grandes cosas. No... no... él ya no tenía casa. Él ya no tenía hogar.
Emuló el sello del Carnero con su mano izquierda, y rebuscó con la mirada a...
—¡Maldita mocosa entrometida! ¡te voy a mat... —la intensa marea no tardó en alcanzar al tiburón, oculto en la piel de un hombre distinto, llevándoselo un ajeno consigo. La inmensa cascada logró arrasar con todo a su paso, desde las cajas más frágiles, hasta incluso doblar, por la fuerza del agua, algunas estructuras metálicas del galpón. Las bases del edificio se mantuvieron intactas, desde luego, pero los mecanismos hidráulicos empezaron a emitir sonidos varios, con algunas fugas de presión en las poleas más importantes de la fábrica.
Tras unos segundos en los que el agua apaciguó su paso y empezó a filtrarse por las cañerías, la guardiana pudo comprobar el resultado de su ira: las cajas se habían disuelto en miles de astillas, los pescados muertos despotricados por todo el suelo, y las bolsas impermeables que cubrían la droga, intactas, pero tintando de azul intenso los distintos sectores de aquél desastre.
La figura de Kincho se alzó a una gran distancia, de entre los escombros.
—Definitivamente, no aprendes, Ayame. No importa cuánto pase, pero sigues metiéndote donde no te llaman. ¿Cuándo empezarás a actuar como una kunoichi responsable? ¿cuándo, eh... prima.
2 AO
Los ojos de Kincho, negruzcos como el mismísimo abismo, se abrieron de par en par, emulando a las puertas del Yomi. Su corazón empezó a palpitar como un caballo encabritado, viendo como sus lindas praderas de libertad se veían amenazadas por la inclemente madre naturaleza. No importa lo que hiciese, su pasado estaba empecinado a perseguirle. A encontrarle hasta en los rincones menos pensados. Era el destino hablando, intentando poner todo de nuevo en su lugar. A Kaido donde realmente debía estar. En casa.
Pero su mente, nublada por los delirios de una traición inexistente, tan sólo pudo pensar en una cosa: en Dragón Rojo. En los planes de su organización. En lo cerca que estaban de lograr grandes cosas. No... no... él ya no tenía casa. Él ya no tenía hogar.
Emuló el sello del Carnero con su mano izquierda, y rebuscó con la mirada a...
—¡Maldita mocosa entrometida! ¡te voy a mat... —la intensa marea no tardó en alcanzar al tiburón, oculto en la piel de un hombre distinto, llevándoselo un ajeno consigo. La inmensa cascada logró arrasar con todo a su paso, desde las cajas más frágiles, hasta incluso doblar, por la fuerza del agua, algunas estructuras metálicas del galpón. Las bases del edificio se mantuvieron intactas, desde luego, pero los mecanismos hidráulicos empezaron a emitir sonidos varios, con algunas fugas de presión en las poleas más importantes de la fábrica.
Tras unos segundos en los que el agua apaciguó su paso y empezó a filtrarse por las cañerías, la guardiana pudo comprobar el resultado de su ira: las cajas se habían disuelto en miles de astillas, los pescados muertos despotricados por todo el suelo, y las bolsas impermeables que cubrían la droga, intactas, pero tintando de azul intenso los distintos sectores de aquél desastre.
La figura de Kincho se alzó a una gran distancia, de entre los escombros.
—Definitivamente, no aprendes, Ayame. No importa cuánto pase, pero sigues metiéndote donde no te llaman. ¿Cuándo empezarás a actuar como una kunoichi responsable? ¿cuándo, eh... prima.
2 AO