17/01/2020, 12:35
(Última modificación: 17/01/2020, 12:36 por Aotsuki Ayame.)
Ayame se dejó guiar por el fantasmagórica brillo azulado que ascendía desde sus pies. Esquivó ramas, saltó por encima de arbustos y troncos caídos y zigzagueó en aquel laberinto feérico a toda velocidad. Enseguida escuchó los llantos y los gritos de terror, como también los vítores de los cazadores, y la kunoichi viró a izquierda cuando escuchó el inequívoco golpe seco de alguien cayendo al suelo. Los aullidos aumentaron en volumen, y Ayame deseó poder correr aún más rápido.
«¡Aguanta, por favor, aguanta!» Rogó, con el corazón en un puño.
—Es sólo una niña, por Amenokami. Déjala irse —habló una mujer.
—No —gruñó otro, un chico joven—. No es una niña. Es un mensaje.
Un claro se abrió ante sus ojos, y Ayame pisó con fuerza una última vez. La hierba se meció, salvaje, mecida por la brisa que levantó la kunoichi al desaparecer repentinamente. El filo del hacha cayó hacia el cuerpecito de la indefensa niña que sostenía en el aire con el silbido de la muerte, pero en el último momento, Ayame le embistió con todas sus fuerzas y el puño contra su abdomen, perforándolo con el kunai que había sacado desde debajo de su manga.
¿Su primera intención? Separar a la niña de su cazador.
«¡Aguanta, por favor, aguanta!» Rogó, con el corazón en un puño.
—Es sólo una niña, por Amenokami. Déjala irse —habló una mujer.
—No —gruñó otro, un chico joven—. No es una niña. Es un mensaje.
Un claro se abrió ante sus ojos, y Ayame pisó con fuerza una última vez. La hierba se meció, salvaje, mecida por la brisa que levantó la kunoichi al desaparecer repentinamente. El filo del hacha cayó hacia el cuerpecito de la indefensa niña que sostenía en el aire con el silbido de la muerte, pero en el último momento, Ayame le embistió con todas sus fuerzas y el puño contra su abdomen, perforándolo con el kunai que había sacado desde debajo de su manga.
¿Su primera intención? Separar a la niña de su cazador.