17/01/2020, 14:33
(Última modificación: 17/01/2020, 14:37 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Pero ella no era la única que tenía un oído privilegiado. Se vio apuñalando el aire cuando, y ante la alarma de su compañera su objetivo saltó hacia delante, evitándola. La inercia del movimiento hizo que el kunai terminara clavándose en el tronco del árbol que había delante, y por mucho que tiró del mango, Ayame pronto entendió que era inútil. No tenía la suficiente fuerza para recuperar su arma.
No le importó demasiado.
—¡No es ese hijo de puta de Amegakure! ¿¡Quién eres entonces!? ¿¡Refuerzos de esa puta de Yui!? —oyó bramar a la mujer, y Ayame se volvió hacia ella en el momento en el que desenvainaba dos espadas.
—Oh, ella también es de Amegakure, ¿no te acuerdas de ella...? —replicó el otro, levantándose lentamente.
La chiquilla, junto a él, intentó apuñalarle en un acto desesperado, pero su agresor dio un manotazo en el aire y el cuchillo que enarbolaba hasta ese momento salió volando.
—¡Corre! ¡Corre! —exclamó Ayame, sacudiendo un brazo hacia el mismo punto entre los árboles de donde había surgido.
—Eh, alien, ¿has estado ocupada, eh?
Aquellas palabras se clavaron en sus tímpanos dolorosamente, congelándola en el sitio y haciéndole rememorar un tiempo lejano que se había esforzado en enterrar. Ayame se volvió lentamente hacia los dos shinobi, con los ojos abiertos como platos. Y entonces los reconoció.
—Kodama... Nejima... —pronunció, con bilis en la garganta.
—No me jodas, incluso a este monstruo feo le han dado la placa de chūnin?
Con lo frenético del momento, no se había parado a observarlos, pero seguían igual que los recordaba. A excepción de las ropas, claro. Ella, con su pelo oscuro como alas de cuervo y ojos grises; él, con su cabello rubio corto, sus chispeantes ojos esmeraldas y la confianza de quién sabe que es lo suficientemente guapo como para hacer que las demás chicas hicieran lo que fuera por él. Ahora ambos vestían ropas de pieles y presentaban un aspecto algo más desmejorado, pero sus sonrisas, aquellas afiladas sonrisas, seguían siendo las mismas.
Y las odiaba. Las odiaba con todas sus fuerzas.
Nejima giró el rostro y le dedicó una sonrisa siniestra a la chiquilla, que no dudó en seguir el consejo de Ayame y salir corriendo lo más rápido que fue capaz con sus pequeñas piernecitas.
—Oh... me pregunto... ¿quién la encontrará primero? ¡Jajaja! —exclamó Nejima, antes de salir tras ella.
Ayame ni siquiera se movió. Se mantuvo en su sitio, con el ceño fruncido.
«Me pregunto... ¿quién será más rápido?»
Los arbustos volvieron a agitarse, y una última sombra salió corriendo tras Nejima y la niña. La cacería daba comienzo.
Y Ayame se volvió hacia Kodama justo en el momento en el que se lanzaba hacia ella con las espadas en cruz. La kunoichi saltó hacia atrás para evitarlo y se mantuvo pegada en el tronco de un árbol acumulando el chakra en la planta de los pies.
—¡Ahh, la "guardiana"! ¡Por eso te ascendieron, enchufada! ¡Puto alien asqueroso!
Ella frunció el ceño.
«Ya no podéis hacerme daño. Ya no.»
—¿Qué pasa? ¿Se os han quedado pequeños los almuerzos de los niños de la Academia que ahora tenéis que perseguir niñas indefensas por los bosques? ¿A esto os habéis reducido? —la provocó.
Porque ella ya no era la niña indefensa que agachaba la cabeza mientras la insultaban o le robaban el dinero para el almuerzo. Sacudió la cabeza, dejando bien a la vista su luna menguante. Ella era una Aotsuki, y aunque había tardado en aceptarlo, ahora estaba dispuesta a contraatacar con mordiscos si hacía falta.
No le importó demasiado.
—¡No es ese hijo de puta de Amegakure! ¿¡Quién eres entonces!? ¿¡Refuerzos de esa puta de Yui!? —oyó bramar a la mujer, y Ayame se volvió hacia ella en el momento en el que desenvainaba dos espadas.
—Oh, ella también es de Amegakure, ¿no te acuerdas de ella...? —replicó el otro, levantándose lentamente.
La chiquilla, junto a él, intentó apuñalarle en un acto desesperado, pero su agresor dio un manotazo en el aire y el cuchillo que enarbolaba hasta ese momento salió volando.
—¡Corre! ¡Corre! —exclamó Ayame, sacudiendo un brazo hacia el mismo punto entre los árboles de donde había surgido.
—Eh, alien, ¿has estado ocupada, eh?
Aquellas palabras se clavaron en sus tímpanos dolorosamente, congelándola en el sitio y haciéndole rememorar un tiempo lejano que se había esforzado en enterrar. Ayame se volvió lentamente hacia los dos shinobi, con los ojos abiertos como platos. Y entonces los reconoció.
—Kodama... Nejima... —pronunció, con bilis en la garganta.
—No me jodas, incluso a este monstruo feo le han dado la placa de chūnin?
Con lo frenético del momento, no se había parado a observarlos, pero seguían igual que los recordaba. A excepción de las ropas, claro. Ella, con su pelo oscuro como alas de cuervo y ojos grises; él, con su cabello rubio corto, sus chispeantes ojos esmeraldas y la confianza de quién sabe que es lo suficientemente guapo como para hacer que las demás chicas hicieran lo que fuera por él. Ahora ambos vestían ropas de pieles y presentaban un aspecto algo más desmejorado, pero sus sonrisas, aquellas afiladas sonrisas, seguían siendo las mismas.
Y las odiaba. Las odiaba con todas sus fuerzas.
Nejima giró el rostro y le dedicó una sonrisa siniestra a la chiquilla, que no dudó en seguir el consejo de Ayame y salir corriendo lo más rápido que fue capaz con sus pequeñas piernecitas.
—Oh... me pregunto... ¿quién la encontrará primero? ¡Jajaja! —exclamó Nejima, antes de salir tras ella.
Ayame ni siquiera se movió. Se mantuvo en su sitio, con el ceño fruncido.
«Me pregunto... ¿quién será más rápido?»
Los arbustos volvieron a agitarse, y una última sombra salió corriendo tras Nejima y la niña. La cacería daba comienzo.
Y Ayame se volvió hacia Kodama justo en el momento en el que se lanzaba hacia ella con las espadas en cruz. La kunoichi saltó hacia atrás para evitarlo y se mantuvo pegada en el tronco de un árbol acumulando el chakra en la planta de los pies.
—¡Ahh, la "guardiana"! ¡Por eso te ascendieron, enchufada! ¡Puto alien asqueroso!
Ella frunció el ceño.
«Ya no podéis hacerme daño. Ya no.»
—¿Qué pasa? ¿Se os han quedado pequeños los almuerzos de los niños de la Academia que ahora tenéis que perseguir niñas indefensas por los bosques? ¿A esto os habéis reducido? —la provocó.
Porque ella ya no era la niña indefensa que agachaba la cabeza mientras la insultaban o le robaban el dinero para el almuerzo. Sacudió la cabeza, dejando bien a la vista su luna menguante. Ella era una Aotsuki, y aunque había tardado en aceptarlo, ahora estaba dispuesta a contraatacar con mordiscos si hacía falta.