17/01/2020, 16:34
La serpiente Ningyo se dio cuenta de tres cosas en un lapso de tiempo muy corto. Primero, mientras excavaba por la tierra como una lombriz, pensó que se haría con un Uchiha. Segundo, cuando la tierra se abrió en dos y vio la luz, se llevó la grata sorpresa de que no serían dos ojos, sino cuatro, los que conseguiría para su invocadora. Y terero, cuando distinguió el torbellino que se interponía entre ella y su objetivo, antes incluso de que hiciese estallar un sello explosivo pegado a una roca, lo sintió.
Allá, muy lejos, en otra parte…
… una bala atravesando su cabeza. Hoy no ganaba la Nyngio. Hoy ganaba la Si…
Hoy ganaban los Uchiha.
Hoy ganaba un Uchiha. Solo uno.
Uchiha Raito lo supo. Supo que no sería tan fácil vencer a Akame. Que, aún contra las cuerdas, su exalumno encontraría la forma de revolverse cual víbora. Lo sabía porque le había enseñado bien. Lo sabía porque se lo había visto hacer en innumerables ocasiones.
Distinguió el fulgor de su chakra al otro lado de la fisura. Justo al lado contrario de donde se encontraba Daiku. Justo donde…
Sonrió. A veces el destino era cruel, injusto y un poco hijo de puta. En aquel caso, fue justo lo contrario. En aquel caso, fue karma. En aquel caso, fue un chiste que le podría hacer reír por el resto de la semana.
Sus ojos se encendieron con el poder prohibido. Se había dicho a sí mismo que no volvería a utilizarlo. Que no merecía la pena. Que el precio a pagar era demasiado grande. Ahí estaba el problema. Las palabras como grande eran siempre relativas. ¿Era grande un árbol? Sí… hasta que lo comparabas con una montaña. ¿Era grande una montaña? Sí, hasta que lo comparabas con el basto océano. ¿Era caro quedarse ciego? Sí, hasta que te encontrabas con el mayor hijo de puta de todo Oonindo. En ese caso… Bueno, en ese caso, el precio del poder salía barato.
Uchiha Raito no esquivó el ataque como a buen seguro su alumno creía. Se lo comió de lleno. O, más bien, las costillas de Susano’o lo hicieron. Y se lo comió porque no tenía tiempo que perder. Porque no podía desperdiciar aquella oportunidad que le habían regalado los dioses. Porque con Uchiha Akame, o aprovechabas la única abertura que regalaba a lo largo de un combate, o estabas muerto.
El chorro de viento perforó las costillas de Susano’o como una saeta un trozo de mantequilla, impactando en su pecho. Lo recibió con gusto, pues sus manos ya habían formado el único sello que necesitaba. El sello de la Victoria.
Si la explosión que se comió a la serpiente había sido grande, aquella había sido inmensa. Demostrando, de nuevo, que aquello de grande era siempre relativo. Uchiha Raito aterrizó al otro lado de la fisura —del lado de Daiku—, por la inercia del fuuton que había recibido en el pecho y que le había dejado un moretón.
Sus ojos, atentos. Antes, cuando la tierra todavía no se había abierto, había lanzado desde el aire un kunai con un sello explosivo. Dicho sello era de clase A. Y dicha treta había quedado “inutilizada” al verse movida hacia el otro lado, justo en la pared contraria a la que estaba. Inutilizada hasta que, claro, Akame había tenido el mal pie de teletransportarse junto a ella, a unos cuatro o cinco metros de distancia, a lo mucho. Lo suficiente como para comérsela. Lo bastante como para no morir reventado.
«Si es que se la ha comido…» Raito recordó el primer día que había conocido a Akame. Había pillado a este y a Datsue luchando como dos archienemigos y no como camaradas. El primero había colocado un sello explosivo de clase B en Datsue, y había acertado —exactamente igual que con la serpiente--. El segundo le había devuelto la jugarreta con una bomba de clase A, pero esta, en cambio, no había dado en el blanco.
Suerte que Uchiha Raito tuviese más mala leche apuntando.
—¡Raito-sensei! ¡Por el amor de Shiona, ¿qué ocurre?! ¿¡¡A quién nos enfrentamos!!?
—Al mayor enemigo de Uzushiogakure no Sato —respondió, aguantándose las ganas de sacarse un cigarrillo y prenderlo—. ¡No pierdas la concentración, esto solo acaba de empezar!
Allá, muy lejos, en otra parte…
… una bala atravesando su cabeza. Hoy no ganaba la Nyngio. Hoy ganaba la Si…
¡¡¡BAAAAAAAAAAAAMMMMMMMM!!!
Hoy ganaban los Uchiha.
Hoy ganaba un Uchiha. Solo uno.
Uchiha Raito lo supo. Supo que no sería tan fácil vencer a Akame. Que, aún contra las cuerdas, su exalumno encontraría la forma de revolverse cual víbora. Lo sabía porque le había enseñado bien. Lo sabía porque se lo había visto hacer en innumerables ocasiones.
Distinguió el fulgor de su chakra al otro lado de la fisura. Justo al lado contrario de donde se encontraba Daiku. Justo donde…
Sonrió. A veces el destino era cruel, injusto y un poco hijo de puta. En aquel caso, fue justo lo contrario. En aquel caso, fue karma. En aquel caso, fue un chiste que le podría hacer reír por el resto de la semana.
Sus ojos se encendieron con el poder prohibido. Se había dicho a sí mismo que no volvería a utilizarlo. Que no merecía la pena. Que el precio a pagar era demasiado grande. Ahí estaba el problema. Las palabras como grande eran siempre relativas. ¿Era grande un árbol? Sí… hasta que lo comparabas con una montaña. ¿Era grande una montaña? Sí, hasta que lo comparabas con el basto océano. ¿Era caro quedarse ciego? Sí, hasta que te encontrabas con el mayor hijo de puta de todo Oonindo. En ese caso… Bueno, en ese caso, el precio del poder salía barato.
Uchiha Raito no esquivó el ataque como a buen seguro su alumno creía. Se lo comió de lleno. O, más bien, las costillas de Susano’o lo hicieron. Y se lo comió porque no tenía tiempo que perder. Porque no podía desperdiciar aquella oportunidad que le habían regalado los dioses. Porque con Uchiha Akame, o aprovechabas la única abertura que regalaba a lo largo de un combate, o estabas muerto.
El chorro de viento perforó las costillas de Susano’o como una saeta un trozo de mantequilla, impactando en su pecho. Lo recibió con gusto, pues sus manos ya habían formado el único sello que necesitaba. El sello de la Victoria.
¡¡¡BAAAAAAAMMMMMMMMMMM!!!
Si la explosión que se comió a la serpiente había sido grande, aquella había sido inmensa. Demostrando, de nuevo, que aquello de grande era siempre relativo. Uchiha Raito aterrizó al otro lado de la fisura —del lado de Daiku—, por la inercia del fuuton que había recibido en el pecho y que le había dejado un moretón.
Sus ojos, atentos. Antes, cuando la tierra todavía no se había abierto, había lanzado desde el aire un kunai con un sello explosivo. Dicho sello era de clase A. Y dicha treta había quedado “inutilizada” al verse movida hacia el otro lado, justo en la pared contraria a la que estaba. Inutilizada hasta que, claro, Akame había tenido el mal pie de teletransportarse junto a ella, a unos cuatro o cinco metros de distancia, a lo mucho. Lo suficiente como para comérsela. Lo bastante como para no morir reventado.
«Si es que se la ha comido…» Raito recordó el primer día que había conocido a Akame. Había pillado a este y a Datsue luchando como dos archienemigos y no como camaradas. El primero había colocado un sello explosivo de clase B en Datsue, y había acertado —exactamente igual que con la serpiente--. El segundo le había devuelto la jugarreta con una bomba de clase A, pero esta, en cambio, no había dado en el blanco.
Suerte que Uchiha Raito tuviese más mala leche apuntando.
—¡Raito-sensei! ¡Por el amor de Shiona, ¿qué ocurre?! ¿¡¡A quién nos enfrentamos!!?
—Al mayor enemigo de Uzushiogakure no Sato —respondió, aguantándose las ganas de sacarse un cigarrillo y prenderlo—. ¡No pierdas la concentración, esto solo acaba de empezar!
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