17/01/2020, 18:09
Desde luego, ella era más rápida. Pero Nejima ya conocía el terreno, y no dudaba en usarlo a su favor. Zigzagueaba a toda velocidad, y el clon de Ayame tuvo que tener cuidado en más de una ocasión por no acabar tropezando con una rama más baja de lo normal.
—¿¡Te han enviado para ayudar a ese Cazador de los cojones!? —bramó.
«¿Cazador? ¿Se estará refiriendo a Yokuna?» Meditó para sí.
—¡Patético! ¡Envían a una sóla chūnin más! ¡Os aplastaremos!
Sin darle tiempo siquiera a responder, Nejima echó el brazo hacia atrás y Ayame se detuvo momentáneamente. Respondió a los dos shuriken con dos propios, tratando de bloquearlos a mitad de camino, antes de que llegaran a ella, y desviarlos en dirección contraria. Ya había sufrido tretas similares anteriormente, y la kunoichi sospechaba que podían llevar algún tipo de sorpresa desagradable. Sólo después retomó la carrera tras Nejima.
«Espero que Daruu y Kōri no estén lejos... Espero que encuentren a la niña antes de que...» Pensó para sí, resollando con fuerza. Había gastado energía con aquel movimiento instantáneo fallido, y sabía bien que no podría seguir corriendo tan rápido tanto tiempo como le gustaría. Tenía que detenerle... Tenía que...
Fue entonces cuando se le ocurrió algo. No llegó a detenerse, pero sí disminuyó el paso considerablemente y entrelazó las manos.
«Veamos si funciona contra ti...»
La réplica de Ayame comenzó a cantar. Y su voz brotó de sus labios e intentó llegar a Nejima, y acariciar sus oídos para instarle a abandonar su persecución sobre la niña y acercarse a ella en su lugar.
—Amegakure no nos valoraba por lo que de verdad valíamos —contestó, ladeando la cabeza con una sonrisa.
Pero Ayame, la verdadera Ayame, no pudo sino apretar las mandíbulas.
—¿Por lo que de verdad valíais? Valientes bastardos... —contestó entre dientes.
—Así que nos vinimos a vivir aquí. Y hay que demostrarle a los pueblerinos estos quién manda a partir de ahora, ¿eh? —Se pasó la lengua por los dientes superiores—. ¡Vivan los Lobos de Azur! ¡Los dueños del Bosque!
—¿Lobos? —rio Ayame—. Por favor, no insultéis de esa manera a unos animales tan nobles. ¡Ni el calificativo de hiena os merecéis!
—Oye, alien. ¿Eras del clan Hōzuki, verdad?
Y la carcajada murió en la garganta de Ayame cuando, con un fuerte chisporroteo, Kodama hizo vibrar sus filos con pura electricidad. La kunoichi se quedó blanca como la leche, y la exiliada soltó una risotada siniestra que reverberó en los troncos de los árboles.
«Esto no es bueno...» Tembló, y entonces entrelazó las manos en el Carnero.
Desde sus labios brotó una espesa niebla que se extendió y las envolvió a ambas en un gélido abrazo blanco.
—¿¡Te han enviado para ayudar a ese Cazador de los cojones!? —bramó.
«¿Cazador? ¿Se estará refiriendo a Yokuna?» Meditó para sí.
—¡Patético! ¡Envían a una sóla chūnin más! ¡Os aplastaremos!
Sin darle tiempo siquiera a responder, Nejima echó el brazo hacia atrás y Ayame se detuvo momentáneamente. Respondió a los dos shuriken con dos propios, tratando de bloquearlos a mitad de camino, antes de que llegaran a ella, y desviarlos en dirección contraria. Ya había sufrido tretas similares anteriormente, y la kunoichi sospechaba que podían llevar algún tipo de sorpresa desagradable. Sólo después retomó la carrera tras Nejima.
«Espero que Daruu y Kōri no estén lejos... Espero que encuentren a la niña antes de que...» Pensó para sí, resollando con fuerza. Había gastado energía con aquel movimiento instantáneo fallido, y sabía bien que no podría seguir corriendo tan rápido tanto tiempo como le gustaría. Tenía que detenerle... Tenía que...
Fue entonces cuando se le ocurrió algo. No llegó a detenerse, pero sí disminuyó el paso considerablemente y entrelazó las manos.
«Veamos si funciona contra ti...»
La réplica de Ayame comenzó a cantar. Y su voz brotó de sus labios e intentó llegar a Nejima, y acariciar sus oídos para instarle a abandonar su persecución sobre la niña y acercarse a ella en su lugar.
. . .
—Amegakure no nos valoraba por lo que de verdad valíamos —contestó, ladeando la cabeza con una sonrisa.
Pero Ayame, la verdadera Ayame, no pudo sino apretar las mandíbulas.
—¿Por lo que de verdad valíais? Valientes bastardos... —contestó entre dientes.
—Así que nos vinimos a vivir aquí. Y hay que demostrarle a los pueblerinos estos quién manda a partir de ahora, ¿eh? —Se pasó la lengua por los dientes superiores—. ¡Vivan los Lobos de Azur! ¡Los dueños del Bosque!
—¿Lobos? —rio Ayame—. Por favor, no insultéis de esa manera a unos animales tan nobles. ¡Ni el calificativo de hiena os merecéis!
—Oye, alien. ¿Eras del clan Hōzuki, verdad?
Y la carcajada murió en la garganta de Ayame cuando, con un fuerte chisporroteo, Kodama hizo vibrar sus filos con pura electricidad. La kunoichi se quedó blanca como la leche, y la exiliada soltó una risotada siniestra que reverberó en los troncos de los árboles.
«Esto no es bueno...» Tembló, y entonces entrelazó las manos en el Carnero.
Desde sus labios brotó una espesa niebla que se extendió y las envolvió a ambas en un gélido abrazo blanco.