18/01/2020, 02:14
—Tranquilízate —dijo el halcón—. La niña está bien. Aunque también cayó por el precipicio.
Ayame se puso aún más pálida al oírlo.
—¡Ja! Tiene gracia. Una vez oí sobre unos animales que seguían al líder de la manada siempre incluso si éste se tiraba por un precipicio. Pero estaba seguro de que no eran los humanos. —El halcón rio—. Quizás estaba equivocado.
«Los lemming...» Completó su mente de forma automática. Aunque ella no tenía fuerzas para comentar nada al respecto. En otra ocasión quizás habría comentado con sorna que esa leyenda urbana la había propagado cierta empresa de dibujos animados con un ratón como mascota y símbolo. Pero no fue aquella vez.
En su lugar, dejó escapar un largo y tendido suspiro y se relajó sobre el cuerpo del animal, con el sonido del batir de alas arrullando sus oídos como una nana.
—Menos mal... Gra... cias... —Fue todo lo que fue capaz de decir antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por la inconsciencia.
Demasiadas emociones fuertes juntas: El reencuentro con aquellos que hicieron de su infancia un infierno, el ferviente deseo de querer salvar a la niña costase lo que costase, la caída al abismo, el terror en la oscuridad absoluta, la certeza de que iba a morir de aquella manera...
Demasiadas emociones.
Mientras tanto, Daruu y Kōri habían llegado al mismo claro dónde había estado combatiendo Ayame hasta hacía unos minutos. Pero allí no había nadie: Ni Ayame, ni los exiliados, ni a la niña que debía proteger. Daruu chasqueó la lengua, irritado e inquieto y puso los brazos en jarras.
—Ayame estaba luchando contra ellos hace nada. Una llevaba dos espadas y el otro salió corriendo. Ella utilizó un Genjutsu, o eso creo. Había chakra suyo por toda la zona. Pero ahora no consigo localizarla, y ya están empezando a dolerme los ojos —informó—. Tampoco hay rastro de ninguno de los otros dos. Ahora es cuando me arrepiento de no haberme comprado un comunicador.
Kōri, acuclillado en el suelo se llevó una mano al oído.
—¿Ayame? —la llamó, pasados unos segundos. Pero no obtuvo respuesta alguna.
—Kōri-sensei... ¿no se habrá ido hacia el interior del bosque, verdad?
Él no respondió enseguida. En su lugar deslizó la mano por la hierba y entrecerró los ojos. Había hierba aplastada por doquier, y entre todos aquellos rastros, no uno, sino tres pares de pisadas salían del claro en la misma dirección. Uno de los pares pertenecía a unos pies muy pequeños, la niña con total seguridad. Y los otros dos...
—Por allí —respondió al fin, señalando a Daruu tanto las huellas como el camino a seguir.
Ayame se puso aún más pálida al oírlo.
—¡Ja! Tiene gracia. Una vez oí sobre unos animales que seguían al líder de la manada siempre incluso si éste se tiraba por un precipicio. Pero estaba seguro de que no eran los humanos. —El halcón rio—. Quizás estaba equivocado.
«Los lemming...» Completó su mente de forma automática. Aunque ella no tenía fuerzas para comentar nada al respecto. En otra ocasión quizás habría comentado con sorna que esa leyenda urbana la había propagado cierta empresa de dibujos animados con un ratón como mascota y símbolo. Pero no fue aquella vez.
En su lugar, dejó escapar un largo y tendido suspiro y se relajó sobre el cuerpo del animal, con el sonido del batir de alas arrullando sus oídos como una nana.
—Menos mal... Gra... cias... —Fue todo lo que fue capaz de decir antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por la inconsciencia.
Demasiadas emociones fuertes juntas: El reencuentro con aquellos que hicieron de su infancia un infierno, el ferviente deseo de querer salvar a la niña costase lo que costase, la caída al abismo, el terror en la oscuridad absoluta, la certeza de que iba a morir de aquella manera...
Demasiadas emociones.
. . .
Mientras tanto, Daruu y Kōri habían llegado al mismo claro dónde había estado combatiendo Ayame hasta hacía unos minutos. Pero allí no había nadie: Ni Ayame, ni los exiliados, ni a la niña que debía proteger. Daruu chasqueó la lengua, irritado e inquieto y puso los brazos en jarras.
—Ayame estaba luchando contra ellos hace nada. Una llevaba dos espadas y el otro salió corriendo. Ella utilizó un Genjutsu, o eso creo. Había chakra suyo por toda la zona. Pero ahora no consigo localizarla, y ya están empezando a dolerme los ojos —informó—. Tampoco hay rastro de ninguno de los otros dos. Ahora es cuando me arrepiento de no haberme comprado un comunicador.
Kōri, acuclillado en el suelo se llevó una mano al oído.
—¿Ayame? —la llamó, pasados unos segundos. Pero no obtuvo respuesta alguna.
—Kōri-sensei... ¿no se habrá ido hacia el interior del bosque, verdad?
Él no respondió enseguida. En su lugar deslizó la mano por la hierba y entrecerró los ojos. Había hierba aplastada por doquier, y entre todos aquellos rastros, no uno, sino tres pares de pisadas salían del claro en la misma dirección. Uno de los pares pertenecía a unos pies muy pequeños, la niña con total seguridad. Y los otros dos...
—Por allí —respondió al fin, señalando a Daruu tanto las huellas como el camino a seguir.