18/01/2020, 06:58
—¿Humh?— Kid dejó de masticar unos segundos, girando la cabeza con extrañez ante la pregunta de Kisame, tanto que el trozo de nacho se terminó cayendo sobre sus ropas, manchándole el pantalón. —Ruurggrug— pareció enojarse y masticó lo más rápido que pudo para sacudirse la suciedad. —¡Oye Hari! ¡Pásame una servilleta!— Sonrió y levantó la mano por lo alto sacudiéndola de un lado a otro.
—¡Que no soy...!— Se detuvo al ver la sonrisa tonta e inocente del borracho Kid, suspirando y tomando unas cuantas servilletas de papel que luego le tiró sobre la barra con desdén.
Kid intentó limpiarse la macha de salsa mientras hablaba, pero esta parecía negarse a salir.
—A ver, no es como si ser un prófugo con un precio como tu cabeza fuese algo a lo que pudieras aspirar como meta en la vida, pero las reglas tampoco son para mí—. Escupió sobre su pantalón y restregó nuevamente, aunque su saliva estaba igual o más sucia que la salsa, por lo que sólo terminó empeorándolo y causando que a Kid le temblara el párpado del enojo. —Algunos se sienten orgullosos de tener muchas cicatrices, presumiendo de que han sobrevivido en batallas muy duras. Yo prefiero alardear de que no las tengo, porque eso significa que soy lo suficientemente bueno para que mis oponentes no me pongan un dedo encima—. Observó a Kisame con una sonrisa de oreja a oreja y levantó y bajó ambas cejas varias veces. —A lo que voy, es que si alguien va a venir a por mí algún día, quiero que sea él. No hay nadie en esa aldea donde llueve sangre que tenga el derecho moral para juzgarme, ni la tal Amekoro Yui. En parte quiero que él me perdone, pero cómo seguramente me va a intentar arrancar la mandíbula antes de que yo pueda abrir la boca, al menos sé que si me matan el tendrá la venganza que se merece por derecho. La única persona confiable que me queda en el mundo y en la que puedo creer, es la única que puede cortarme el cuello.
El cantinero observó de reojo cuando alguien entraba al salón. Pareció hacer caso omiso al inicio, pero luego dejó de lado sus labores de limpieza y se adentró al interior del bar por una puerta.
—Pero al menos trato de no ver todo lo malo—. Seguía empeñado en sacar la mancha.
Dos hombres de dos mesas se levantaron de golpe.
—Que si no luego vivir mortificado no es vivir—. Tiró al suelo la servilleta y tomó otra.
El recién llegado desenvainaba una katana mientras se acercaba hasta la barra, dejando que el sonido del metal al salir de su vaina anunciara sus intenciones.
—Aunque para un matón como yo no hay muchas opciones----. Fruncía con aún más fuerza la tela.
Los hombres de las mesas patearon las sillas y también empezaron a caminar hasta la barra.
—Porque, al final, si te, esfuerzas, y pones, todo, tu empeño...
Kid tiró con fuerza, rasgando y arrancando un pedazo de su ropa, dejando un agujero en su pantalón.
—Bueno... La idea era quitar la mancha, ¿verdad?— Rió.
Los hombres que se habían levantado de la mesa sacaron tres shuriken cada uno, disparándolas al unísono en dirección a la barra mientras el de la espada emprendió una carrera contra Kisame y Kid. El resto de comensales salieron huyendo como almas que lleva el diablo, parecía que la charla se había acabado.
—¡Que no soy...!— Se detuvo al ver la sonrisa tonta e inocente del borracho Kid, suspirando y tomando unas cuantas servilletas de papel que luego le tiró sobre la barra con desdén.
Kid intentó limpiarse la macha de salsa mientras hablaba, pero esta parecía negarse a salir.
—A ver, no es como si ser un prófugo con un precio como tu cabeza fuese algo a lo que pudieras aspirar como meta en la vida, pero las reglas tampoco son para mí—. Escupió sobre su pantalón y restregó nuevamente, aunque su saliva estaba igual o más sucia que la salsa, por lo que sólo terminó empeorándolo y causando que a Kid le temblara el párpado del enojo. —Algunos se sienten orgullosos de tener muchas cicatrices, presumiendo de que han sobrevivido en batallas muy duras. Yo prefiero alardear de que no las tengo, porque eso significa que soy lo suficientemente bueno para que mis oponentes no me pongan un dedo encima—. Observó a Kisame con una sonrisa de oreja a oreja y levantó y bajó ambas cejas varias veces. —A lo que voy, es que si alguien va a venir a por mí algún día, quiero que sea él. No hay nadie en esa aldea donde llueve sangre que tenga el derecho moral para juzgarme, ni la tal Amekoro Yui. En parte quiero que él me perdone, pero cómo seguramente me va a intentar arrancar la mandíbula antes de que yo pueda abrir la boca, al menos sé que si me matan el tendrá la venganza que se merece por derecho. La única persona confiable que me queda en el mundo y en la que puedo creer, es la única que puede cortarme el cuello.
El cantinero observó de reojo cuando alguien entraba al salón. Pareció hacer caso omiso al inicio, pero luego dejó de lado sus labores de limpieza y se adentró al interior del bar por una puerta.
—Pero al menos trato de no ver todo lo malo—. Seguía empeñado en sacar la mancha.
Dos hombres de dos mesas se levantaron de golpe.
—Que si no luego vivir mortificado no es vivir—. Tiró al suelo la servilleta y tomó otra.
El recién llegado desenvainaba una katana mientras se acercaba hasta la barra, dejando que el sonido del metal al salir de su vaina anunciara sus intenciones.
—Aunque para un matón como yo no hay muchas opciones----. Fruncía con aún más fuerza la tela.
Los hombres de las mesas patearon las sillas y también empezaron a caminar hasta la barra.
—Porque, al final, si te, esfuerzas, y pones, todo, tu empeño...
Kid tiró con fuerza, rasgando y arrancando un pedazo de su ropa, dejando un agujero en su pantalón.
—Bueno... La idea era quitar la mancha, ¿verdad?— Rió.
Los hombres que se habían levantado de la mesa sacaron tres shuriken cada uno, disparándolas al unísono en dirección a la barra mientras el de la espada emprendió una carrera contra Kisame y Kid. El resto de comensales salieron huyendo como almas que lleva el diablo, parecía que la charla se había acabado.