18/01/2020, 19:41
—Mmh... —Daruu meditó durante algunos segundos antes de seguir los pasos de Kōri, esquivando con cuidado los makibishi—. Sí, pero si estuviera herido habría un rastro de sangre por alguna parte, ¿no? Y no veo goteo ni nada. Además están colocados todos en el mismo sitio. Normalmente si caes en una trampa así lo primero que quieres es quitártelos, y digo yo que estarían distribuidos de forma menos uniforme.
—Seguramente tengas razón. Pero, fíjate, sigue habiendo tres pares de huellas. Será mejor que las sigamos y ver dónde nos conducen.
Ambos continuaron su travesía, adentrándose cada vez más en el tan temido Bosque de Azur. Con cada paso dado, la expresión de Kōri se tornaba más y más sombría. Si seguían así, llegarían a la linde que separaba el terreno seguro de lo desconocido. Y si eso ocurría no podrían entrar de ninguna manera a por Ayame.
De repente, Daruu le instó a detenerse. Quizás compartiendo sus mismas preocupaciones, había activado de nuevo su Byakugan.
—Unos diez metros más adelante, hay un precipicio —susurró—. Al borde está una de las que estaba peleando contra Ayame en el claro. La de las espadas. ¿Qué deberíamos hacer? Si hay que eliminarlos, esta es presa fácil. Puedo acabar con ella sin que se de cuenta y sin tocarla con una técnica Hyūga.
—Espera —susurró El Hielo—. Este puede ser un buen momento para recabar información. ¿No hay nadie más? Podríamos interrogarla.
—Amatsu Yokuna, algunos en Amegakure me llaman el Cazador. He venido a por esos tipos —afirmó el hombre.
Y Ayame se permitió el lujo de lanzar un suspiro de alivio.
—Oye, te he hecho una pregunta, y no me la has contestado —gruñó entonces—. Estos tipos matan a más y más gente cada día, y los hijos de puta saben esconderse muy bien. Normalmente los rastrearía por el cielo con mis halcones, pero el bosque es demasiado frondoso y no se ve nada desde el cielo. Por eso pedí ninjas con experiencia en rastreo y en eliminación de renegados. Me dijeron que además vendría un Hyūga. ¿Está contigo o no?
—Pe... Perdona, necesitaba saber que de verdad era usted —se excusó la kunoichi. En una misión peligrosa como aquella, no podía permitirse el riesgo de desvelar quién era o a quién estaba buscando. Aunque era bien cierto que sólo contaba ahora con su palabra, pero dadas las circunstancias no tenía otra opción que fiarse—. Sí, nos manda Yui-sama. Vengo con Amedama Daruu, del clan Hyūga, y Aotsuki Kōri. Yo soy Aotsuki Ayame —añadió, presentándose a sí misma—. Pero... tuve que separarme de ellos cuando Daruu vio que estaban persiguiendo a la niña —añadió, señalando con un movimiento de cabeza a la chiquilla de cabellos rojos—. ¡Ay! Seguro que ahora deben estar buscándome por todo el bosque...
»¿Quiénes son los otros dos niños?
—Seguramente tengas razón. Pero, fíjate, sigue habiendo tres pares de huellas. Será mejor que las sigamos y ver dónde nos conducen.
Ambos continuaron su travesía, adentrándose cada vez más en el tan temido Bosque de Azur. Con cada paso dado, la expresión de Kōri se tornaba más y más sombría. Si seguían así, llegarían a la linde que separaba el terreno seguro de lo desconocido. Y si eso ocurría no podrían entrar de ninguna manera a por Ayame.
De repente, Daruu le instó a detenerse. Quizás compartiendo sus mismas preocupaciones, había activado de nuevo su Byakugan.
—Unos diez metros más adelante, hay un precipicio —susurró—. Al borde está una de las que estaba peleando contra Ayame en el claro. La de las espadas. ¿Qué deberíamos hacer? Si hay que eliminarlos, esta es presa fácil. Puedo acabar con ella sin que se de cuenta y sin tocarla con una técnica Hyūga.
—Espera —susurró El Hielo—. Este puede ser un buen momento para recabar información. ¿No hay nadie más? Podríamos interrogarla.
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—Amatsu Yokuna, algunos en Amegakure me llaman el Cazador. He venido a por esos tipos —afirmó el hombre.
Y Ayame se permitió el lujo de lanzar un suspiro de alivio.
—Oye, te he hecho una pregunta, y no me la has contestado —gruñó entonces—. Estos tipos matan a más y más gente cada día, y los hijos de puta saben esconderse muy bien. Normalmente los rastrearía por el cielo con mis halcones, pero el bosque es demasiado frondoso y no se ve nada desde el cielo. Por eso pedí ninjas con experiencia en rastreo y en eliminación de renegados. Me dijeron que además vendría un Hyūga. ¿Está contigo o no?
—Pe... Perdona, necesitaba saber que de verdad era usted —se excusó la kunoichi. En una misión peligrosa como aquella, no podía permitirse el riesgo de desvelar quién era o a quién estaba buscando. Aunque era bien cierto que sólo contaba ahora con su palabra, pero dadas las circunstancias no tenía otra opción que fiarse—. Sí, nos manda Yui-sama. Vengo con Amedama Daruu, del clan Hyūga, y Aotsuki Kōri. Yo soy Aotsuki Ayame —añadió, presentándose a sí misma—. Pero... tuve que separarme de ellos cuando Daruu vio que estaban persiguiendo a la niña —añadió, señalando con un movimiento de cabeza a la chiquilla de cabellos rojos—. ¡Ay! Seguro que ahora deben estar buscándome por todo el bosque...
»¿Quiénes son los otros dos niños?