18/01/2020, 21:08
(Última modificación: 18/01/2020, 21:35 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—No, no hay nadie más. Eso también me preocupa —contestó Daruu—. Las huellas sí están. Los tres pares. Y acaban en el borde del precipicio...
Nada cambió en la expresión de Kōri. Ni un ápice. Seguía con sus ojos de escarcha fijos al frente, donde le estaba señalando Daruu. Diez metros la separaban de su presa. Ni uno más, ni uno menos.
—Prepárate. La congelaré para inmovilizarla y podremos interrogarla.
Y desapareció en apenas una ventisca de hielo y nieve. Con el silencio de un búho en mitad de la noche, Kōri se había lanzado en un movimiento instantáneo hacia delante, buscando pillar desprevenida a la mujer de las espadas para saltar sobre ella y derribarla utilizando el peso de su propio cuerpo para ello. Lo primero que hizo fue buscar agarrarla por los antebrazos y, utilizando su chakra Hyoton, dejó que el frío manara desde su piel para congelar sus brazos, inutilizar sus espadas, y después petrificar su torso y sus piernas.
—Bien. Eso es precisamente lo que quiero que hagan. Que te rastreen y que vengan hasta aquí —contestó Yokuna, con toda la naturalidad del mundo.
Y Ayame sintió que se volvía a marear. ¿De verdad ese era su plan? ¿Esperar allí, en mitad de la nada, con los brazos cruzados hasta que Daruu y su hermano dieran con ellos?
—El Byakugan nos da una ventaja increíble, necesitaremos sus habilidades, pero antes, dime...
—¿Quiénes son los otros dos niños?
La interrupción le había irritado. Lo notó. Pero no había podido evitarlo. Agachó la mirada, avergonzada.
—Huérfano —respondió—. Los exiliados mataron a sus padres a sangre fría. Ahora no sé qué hacer con ellos. Han habido más, muertos incluso. Estos son de Claro de Hitoya, un pequeño asentamiento de tres casas cerca de aquí. Ya no vive nadie allí.
«A esto os habéis reducido... Estaréis orgullosos.» Ayame había apretado los puños hasta el punto de hacerse daño. Pero no pareció sentirlo. De sólo imaginar el terror que habían pasado esos chiquillos, de tan solo imaginar todas las vidas arrancadas por un grupo de chavales sedientos de poder y faltos de escrúpulos...
Se juró a sí misma que los detendría. No podía devolverles a aquellos niños a sus padres, pero les devolvería la seguridad de una vida tranquila.
—Oye, ¿alguno de vosotros tiene otra habilidad de rastreo? Ahora que somos cuatro, quiero saber si podemos dividir nuestros esfuerzos o tenemos que gravitar todos entorno al Hyūga.
Ayame se mantuvo pensativa durante unos instantes. Otra vez, se encontraba ante una encrucijada que atentaba contra sus principios: desvelar los secretos de sus técnicas y habilidades como kunoichi. Pero, nuevamente, no le quedaba más alternativa.
—Mi he... Kōri puede invocar búhos y volar con ellos. Sobre mí... yo puedo ecolocalizar, pero mi alcance no es el del Byakugan, ni de lejos... Diez metros a la redonda, ese es mi límite. También puedo sentir otros chakras. Si son lo suficientemente potentes puedo hacerlo a veinte metros a la redonda de forma inmediata; si no, siempre puedo intentarlo concentrándome —añadió, hundiendo los hombros.
Nada cambió en la expresión de Kōri. Ni un ápice. Seguía con sus ojos de escarcha fijos al frente, donde le estaba señalando Daruu. Diez metros la separaban de su presa. Ni uno más, ni uno menos.
—Prepárate. La congelaré para inmovilizarla y podremos interrogarla.
Y desapareció en apenas una ventisca de hielo y nieve. Con el silencio de un búho en mitad de la noche, Kōri se había lanzado en un movimiento instantáneo hacia delante, buscando pillar desprevenida a la mujer de las espadas para saltar sobre ella y derribarla utilizando el peso de su propio cuerpo para ello. Lo primero que hizo fue buscar agarrarla por los antebrazos y, utilizando su chakra Hyoton, dejó que el frío manara desde su piel para congelar sus brazos, inutilizar sus espadas, y después petrificar su torso y sus piernas.
. . .
—Bien. Eso es precisamente lo que quiero que hagan. Que te rastreen y que vengan hasta aquí —contestó Yokuna, con toda la naturalidad del mundo.
Y Ayame sintió que se volvía a marear. ¿De verdad ese era su plan? ¿Esperar allí, en mitad de la nada, con los brazos cruzados hasta que Daruu y su hermano dieran con ellos?
—El Byakugan nos da una ventaja increíble, necesitaremos sus habilidades, pero antes, dime...
—¿Quiénes son los otros dos niños?
La interrupción le había irritado. Lo notó. Pero no había podido evitarlo. Agachó la mirada, avergonzada.
—Huérfano —respondió—. Los exiliados mataron a sus padres a sangre fría. Ahora no sé qué hacer con ellos. Han habido más, muertos incluso. Estos son de Claro de Hitoya, un pequeño asentamiento de tres casas cerca de aquí. Ya no vive nadie allí.
«A esto os habéis reducido... Estaréis orgullosos.» Ayame había apretado los puños hasta el punto de hacerse daño. Pero no pareció sentirlo. De sólo imaginar el terror que habían pasado esos chiquillos, de tan solo imaginar todas las vidas arrancadas por un grupo de chavales sedientos de poder y faltos de escrúpulos...
Se juró a sí misma que los detendría. No podía devolverles a aquellos niños a sus padres, pero les devolvería la seguridad de una vida tranquila.
—Oye, ¿alguno de vosotros tiene otra habilidad de rastreo? Ahora que somos cuatro, quiero saber si podemos dividir nuestros esfuerzos o tenemos que gravitar todos entorno al Hyūga.
Ayame se mantuvo pensativa durante unos instantes. Otra vez, se encontraba ante una encrucijada que atentaba contra sus principios: desvelar los secretos de sus técnicas y habilidades como kunoichi. Pero, nuevamente, no le quedaba más alternativa.
—Mi he... Kōri puede invocar búhos y volar con ellos. Sobre mí... yo puedo ecolocalizar, pero mi alcance no es el del Byakugan, ni de lejos... Diez metros a la redonda, ese es mi límite. También puedo sentir otros chakras. Si son lo suficientemente potentes puedo hacerlo a veinte metros a la redonda de forma inmediata; si no, siempre puedo intentarlo concentrándome —añadió, hundiendo los hombros.