18/01/2020, 21:54
—Pero espera un momento, vamos a trazar un plan o algo, ¿no...? —No. Kōri se lanzó en picado como el águila que era su propio padre y amarró bien fuerte los antebrazos de la mujer. Ella, desprevenida, dejó caer las espadas, que se precipitaron hacia el foso. Ambos cayeron en tierra, y se deslizaron a punto de matarse también contra el desfiladero de negrura. Había sido imprudente, o tal vez fuera que Kōri estaba muy seguro de sí mismo. En cualquier caso, había funcionado, y ahora el hielo quemaba y retenía a su prisionera.
—¿¡Quién eres!? ¡Suéltame! ¡Hijo de puta! —bramaba ella.
—No puede ser... ¿Nishikaze Kodama? —dijo Daruu, sorprendido, saliendo de detrás de los árboles—. ¡Es una de las gilipollas que abusaban de Ayame!
—Esa voz... Ah, Amedama. ¿¡Ahora estás con ella!? ¡Qué desperdicio!
—Desperdicio el tuyo, hija de puta —espetó, acercándose a ambos—. ¿Qué haces con unos exiliados de mala muerte en un bosque? Nunca has sabido rodearte de buenas compañías. Te dejaste llevar por Nejima y te uniste a su grupito de matones.
—¡Imbécil! ¡Hijo de puta! ¡Traidor! ¡Me dejaste de hablar! ¡Tú y yo eramos amigos!
—No podría ser amigo jamás de alguien como Nejima, y tú te volviste poco a poco como él. ¡Pero basta de cháchara! —cortó—. Kōri-sensei, ¿puedes darle la vuelta? La interrogaremos con un Genjutsu, dime qué quieres que le pregunte.
—¡¡MUERTA!! ¡¡AYAME ESTÁ MUERTA, COMO MUERTO ESTÁ NEJIMA, ES QUE NO LO VEIS!! —gritó Kodama, desesperada. Daruu sintió una punzada en el pecho, pero se forzó a mantenerse en el sitio—. ¡Los rastros terminan aquí! ¡Se han caído, maldita sea!
—¿Por qué lo dices como si fuese algo malo? —dijo Yokuna, cansado, frotándose el entrecejo—. Lo de la ecolocación me parece un recurso útil, y eres igual de perceptiva que yo. Honestamente, vas a ser más de utilidad que el Hielo —Siempre sorprendía que conocieran a Kōri, pero al fin y al cabo era un jōnin bastante conocido—. ¿De qué te sirve invocar búhos en un bosque tan cerrado? Sí, puedes enviarlos a investigar, pero tú no puedes quedarte quieto mucho tiempo y luego las aves tienen que centrarse en encontrarte a ti. Créeme —suspiró—, lo digo por experiencia. —Hizo una seña con la cabeza a su halcón, que entreabrió uno de los ojos.
—Eso ha dolido, capullo.
—Estamos en desventaja, Takeshi.
—¡Sé más optimista! ¡Han llegado los refuerzos!
—Bueno, ha llegado un tercio de los refuerzos —rio Yokuna. Era la primera vez que lo veía reírse. Quizás había dado la impresión de que tenía mucho mal genio, pero ahora Ayame vio que en realidad parecía más agotado que otra cosa. Tenía unas ojeras terribles y los labios agrietados por la sed.
—¿¡Quién eres!? ¡Suéltame! ¡Hijo de puta! —bramaba ella.
—No puede ser... ¿Nishikaze Kodama? —dijo Daruu, sorprendido, saliendo de detrás de los árboles—. ¡Es una de las gilipollas que abusaban de Ayame!
—Esa voz... Ah, Amedama. ¿¡Ahora estás con ella!? ¡Qué desperdicio!
—Desperdicio el tuyo, hija de puta —espetó, acercándose a ambos—. ¿Qué haces con unos exiliados de mala muerte en un bosque? Nunca has sabido rodearte de buenas compañías. Te dejaste llevar por Nejima y te uniste a su grupito de matones.
—¡Imbécil! ¡Hijo de puta! ¡Traidor! ¡Me dejaste de hablar! ¡Tú y yo eramos amigos!
—No podría ser amigo jamás de alguien como Nejima, y tú te volviste poco a poco como él. ¡Pero basta de cháchara! —cortó—. Kōri-sensei, ¿puedes darle la vuelta? La interrogaremos con un Genjutsu, dime qué quieres que le pregunte.
—¡¡MUERTA!! ¡¡AYAME ESTÁ MUERTA, COMO MUERTO ESTÁ NEJIMA, ES QUE NO LO VEIS!! —gritó Kodama, desesperada. Daruu sintió una punzada en el pecho, pero se forzó a mantenerse en el sitio—. ¡Los rastros terminan aquí! ¡Se han caído, maldita sea!
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—¿Por qué lo dices como si fuese algo malo? —dijo Yokuna, cansado, frotándose el entrecejo—. Lo de la ecolocación me parece un recurso útil, y eres igual de perceptiva que yo. Honestamente, vas a ser más de utilidad que el Hielo —Siempre sorprendía que conocieran a Kōri, pero al fin y al cabo era un jōnin bastante conocido—. ¿De qué te sirve invocar búhos en un bosque tan cerrado? Sí, puedes enviarlos a investigar, pero tú no puedes quedarte quieto mucho tiempo y luego las aves tienen que centrarse en encontrarte a ti. Créeme —suspiró—, lo digo por experiencia. —Hizo una seña con la cabeza a su halcón, que entreabrió uno de los ojos.
—Eso ha dolido, capullo.
—Estamos en desventaja, Takeshi.
—¡Sé más optimista! ¡Han llegado los refuerzos!
—Bueno, ha llegado un tercio de los refuerzos —rio Yokuna. Era la primera vez que lo veía reírse. Quizás había dado la impresión de que tenía mucho mal genio, pero ahora Ayame vio que en realidad parecía más agotado que otra cosa. Tenía unas ojeras terribles y los labios agrietados por la sed.