19/01/2020, 00:04
El intercambio de palabras entre Daruu y la que había llamado Nishikaze Kodama resultó ser de lo más productivo. Al parecer, la muchacha era una antigua compañera de clase de Daruu y de Ayame. Amiga del primero, torturadora de la segunda. Hasta que decidió seguir los pasos de un tercer compañero, Nejima, y abandonar la seguridad de su aldea para internarse como exiliada en aquel bosque. Kōri se mantuvo en todo momento impertérrito, sin aflojar ni un ápice el agarre que mantenía sobre su cuerpo.
—¡¡MUERTA!! ¡¡AYAME ESTÁ MUERTA, COMO MUERTO ESTÁ NEJIMA, ES QUE NO LO VEIS!! —terminó gritando, sin necesidad alguna de ilusiones de interrogación—. ¡Los rastros terminan aquí! ¡Se han caído, maldita sea!
El Hielo sólo entrecerró momentáneamente sus ojos de escarcha.
—Ayame no está muerta. Aunque hubiese caído, ella puede volar. No moriría por una caída así —aseguró, tan convencido como quien aseguraba que estaba lloviendo en Amegakure sin siquiera estar allí para comprobarlo—. Daruu, necesito que rastrees con tu Byakugan todo. Fuerza tus ojos al máximo, necesitamos que rastrees el bosque de arriba a abajo, hasta donde puedas llegar y más allá. ¿Entendido? —ordenó, sin siquiera mirarlo, antes de volverse hacia Kodama—. Y mientras tanto, tú... Tú nos vas a contar todo lo que ha pasado. Todo lo que sepas. Y lo harás por las buenas, o por las malas. Tú eliges.
—¿Por qué lo dices como si fuese algo malo? —cuestionó Yokuna, frotándose el entrecejo con gesto cansado.
«Porque yo no soy capaz de llegar a cientos de metros, como el Byakugan...» Completó la mente de la muchacha.
—Lo de la ecolocación me parece un recurso útil, y eres igual de perceptiva que yo —añadió, y Ayame se ruborizó ligeramente, halagada—. Honestamente, vas a ser más de utilidad que el Hielo.
«¡Lo conoce! ¡Conoce a mi hermano!»
—¿De qué te sirve invocar búhos en un bosque tan cerrado? Sí, puedes enviarlos a investigar, pero tú no puedes quedarte quieto mucho tiempo y luego las aves tienen que centrarse en encontrarte a ti. Créeme, lo digo por experiencia —añadió, con un profundo suspiro.
—Eso ha dolido, capullo —replicó el halcón, claramente ofendido.
—Estamos en desventaja, Takeshi.
—¡Sé más optimista! ¡Han llegado los refuerzos!
—Bueno, ha llegado un tercio de los refuerzos —el hombre se rio por primera vez en todo aquel tiempo. Y Ayame reparó en que parecía terriblemente cansado. Sus ojos estaban enmarcados por unas profundas ojeras y sus labios estaban agrietados, como si hubiese pasado mucho tiempo sin hidratarse adecuadamente.
Ayame, que había terminado de reincorporarse, algo tambaleante, se acercó entre pasos lentos al enorme ave. La admiró de cerca, su porte, aquellas inconfundibles marcas oscuras en su rostro, aquellas alas diseñadas para la velocidad, aquellas garras para apuñalar... Sonrió para sí. Takeshi, el halcón peregrino.
—Antes no he podido hacerlo adecuadamente. Gracias por salvarme la vida, Takeshi —dijo, con una profunda reverencia.
Miró momentáneamente a los chiquillos, y se volvió de nuevo hacia Yokuna.
—Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Esperar aquí a que nos encuentren? —cuestionó, mientras miraba a su alrededor, inspeccionando con cuidado el lugar—. ¿Dónde está mi mochila?
—¡¡MUERTA!! ¡¡AYAME ESTÁ MUERTA, COMO MUERTO ESTÁ NEJIMA, ES QUE NO LO VEIS!! —terminó gritando, sin necesidad alguna de ilusiones de interrogación—. ¡Los rastros terminan aquí! ¡Se han caído, maldita sea!
El Hielo sólo entrecerró momentáneamente sus ojos de escarcha.
—Ayame no está muerta. Aunque hubiese caído, ella puede volar. No moriría por una caída así —aseguró, tan convencido como quien aseguraba que estaba lloviendo en Amegakure sin siquiera estar allí para comprobarlo—. Daruu, necesito que rastrees con tu Byakugan todo. Fuerza tus ojos al máximo, necesitamos que rastrees el bosque de arriba a abajo, hasta donde puedas llegar y más allá. ¿Entendido? —ordenó, sin siquiera mirarlo, antes de volverse hacia Kodama—. Y mientras tanto, tú... Tú nos vas a contar todo lo que ha pasado. Todo lo que sepas. Y lo harás por las buenas, o por las malas. Tú eliges.
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—¿Por qué lo dices como si fuese algo malo? —cuestionó Yokuna, frotándose el entrecejo con gesto cansado.
«Porque yo no soy capaz de llegar a cientos de metros, como el Byakugan...» Completó la mente de la muchacha.
—Lo de la ecolocación me parece un recurso útil, y eres igual de perceptiva que yo —añadió, y Ayame se ruborizó ligeramente, halagada—. Honestamente, vas a ser más de utilidad que el Hielo.
«¡Lo conoce! ¡Conoce a mi hermano!»
—¿De qué te sirve invocar búhos en un bosque tan cerrado? Sí, puedes enviarlos a investigar, pero tú no puedes quedarte quieto mucho tiempo y luego las aves tienen que centrarse en encontrarte a ti. Créeme, lo digo por experiencia —añadió, con un profundo suspiro.
—Eso ha dolido, capullo —replicó el halcón, claramente ofendido.
—Estamos en desventaja, Takeshi.
—¡Sé más optimista! ¡Han llegado los refuerzos!
—Bueno, ha llegado un tercio de los refuerzos —el hombre se rio por primera vez en todo aquel tiempo. Y Ayame reparó en que parecía terriblemente cansado. Sus ojos estaban enmarcados por unas profundas ojeras y sus labios estaban agrietados, como si hubiese pasado mucho tiempo sin hidratarse adecuadamente.
Ayame, que había terminado de reincorporarse, algo tambaleante, se acercó entre pasos lentos al enorme ave. La admiró de cerca, su porte, aquellas inconfundibles marcas oscuras en su rostro, aquellas alas diseñadas para la velocidad, aquellas garras para apuñalar... Sonrió para sí. Takeshi, el halcón peregrino.
—Antes no he podido hacerlo adecuadamente. Gracias por salvarme la vida, Takeshi —dijo, con una profunda reverencia.
Miró momentáneamente a los chiquillos, y se volvió de nuevo hacia Yokuna.
—Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Esperar aquí a que nos encuentren? —cuestionó, mientras miraba a su alrededor, inspeccionando con cuidado el lugar—. ¿Dónde está mi mochila?