19/01/2020, 12:40
—A sus órdenes —asintió Daruu, acuclillándose al borde del precipicio para comenzar su escrutinio.
Mientras tanto, Kodama comenzó a hablar. Al parecer, la chiquilla se había enamorado del tal Nejima hasta el punto de seguirle hasta su perdición, en el exilio. Se habían unido a un grupo que se hacía llamar Los Lobos de Azur que les prometieron algo parecido a una familia y reconocimiento. Pero la situación no tardó en irse de las manos, y lo que en un principio era una toma de poder en el bosque acabó convirtiéndose en una sádica cacería en la que no importaba nada, ni siquiera la edad de sus víctimas. Nejima, con su persecución a aquella niña pequeña, era una prueba.
—Estás enferma —escupió Daruu, hastiado—. Kōri-sensei, varios exiliados más se agrupan en torno a una hoguera unos dos kilómetros al este. Todavía no he visto a Ayame. Pero no está en el fondo del foso. Tampoco está la niña.
Kōri asintió en silencio. Pero aún no soltó su presa sobre Kodama, aún no había recibido la información que de verdad le importaba.
—Sigue viva —volvió a reafirmarse—. Sigue buscando, Daruu. Y tú sigue hablando: ¿Qué pasó cuando Ayame os encontró?
Ayame no tardó en encontrar la respuesta a su última pregunta: allí, apoyada junto a la pared, estaba su mochila.
—Lo siento, te he robado un trago o dos de agua de la cantimplora. Espero que no te moleste, pero llevaba un día entero sin beber. Esos bastardos me tienen acorralado —confesó Yokuna.
Ayame sonrió con suavidad.
—No te preocupes —de hecho, su intención había sido desde el principio tenderle algo de agua. Parecía que ya no era necesario.
—Pensaba que serían menos. Yo no sé cómo han podido dejar marcharse a tantos genin. En mis tiempos de genin la seguridad era más fuerte —Suspiró Yokuna—. Respecto al plan, pues... sí. Porque ellos te estarán buscando, si nos ponemos a buscarlos nosotros a ellos lo único que vamos a conseguir es perdernos, y que ellos nos pierdan de vista. Si nos estamos quietos, eventualmente darán con nosotros.
—Puede que tengas razón...
—Además, soy el único aquí capaz de volar solo. Tú tendrías que hacerlo a lomos de Takeshi, y no pienso dejar a esos críos abandonados en una cueva húmeda y fría sin algo de compañía. Están aterrados del pájaro, pero se acostumbrarán. Es cálido y en el fondo es bastante cariñoso.
—Que te den por culo, soy un ave muy noble.
—¿Ahora ser cariñoso te resta nobleza? ¿Los pájaros también tienen la masculinidad tan frágil como los hombres?
Ayame no pudo evitar soltar una risilla ante la burla de Yokuna. Se sentó en el suelo, frente a los chiquillos, y les dedicó una sonrisa conciliadora.
—¿Queréis ver magia? —les susurró, buscando llamar su atención. Entonces alzó la voz para que Yokuna pudiera escucharla—. Oh, pero ahí te equivocas, Yokuna.
No dio más explicaciones. Simplemente, suspiró y entrelazó las manos en su regazo en el sello del Pájaro. Cerró los ojos y entonces, desde su propia espalda, dos masas de agua surgieron como dos fuentes y se alzaron en contra de la gravedad, girando sobre sí mismas y moldeándose hasta formar lo que parecían ser dos alas de agua.
—Yo sí que puedo volar —concluyó, girando la cabeza para ver su reacción.
Mientras tanto, Kodama comenzó a hablar. Al parecer, la chiquilla se había enamorado del tal Nejima hasta el punto de seguirle hasta su perdición, en el exilio. Se habían unido a un grupo que se hacía llamar Los Lobos de Azur que les prometieron algo parecido a una familia y reconocimiento. Pero la situación no tardó en irse de las manos, y lo que en un principio era una toma de poder en el bosque acabó convirtiéndose en una sádica cacería en la que no importaba nada, ni siquiera la edad de sus víctimas. Nejima, con su persecución a aquella niña pequeña, era una prueba.
—Estás enferma —escupió Daruu, hastiado—. Kōri-sensei, varios exiliados más se agrupan en torno a una hoguera unos dos kilómetros al este. Todavía no he visto a Ayame. Pero no está en el fondo del foso. Tampoco está la niña.
Kōri asintió en silencio. Pero aún no soltó su presa sobre Kodama, aún no había recibido la información que de verdad le importaba.
—Sigue viva —volvió a reafirmarse—. Sigue buscando, Daruu. Y tú sigue hablando: ¿Qué pasó cuando Ayame os encontró?
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Ayame no tardó en encontrar la respuesta a su última pregunta: allí, apoyada junto a la pared, estaba su mochila.
—Lo siento, te he robado un trago o dos de agua de la cantimplora. Espero que no te moleste, pero llevaba un día entero sin beber. Esos bastardos me tienen acorralado —confesó Yokuna.
Ayame sonrió con suavidad.
—No te preocupes —de hecho, su intención había sido desde el principio tenderle algo de agua. Parecía que ya no era necesario.
—Pensaba que serían menos. Yo no sé cómo han podido dejar marcharse a tantos genin. En mis tiempos de genin la seguridad era más fuerte —Suspiró Yokuna—. Respecto al plan, pues... sí. Porque ellos te estarán buscando, si nos ponemos a buscarlos nosotros a ellos lo único que vamos a conseguir es perdernos, y que ellos nos pierdan de vista. Si nos estamos quietos, eventualmente darán con nosotros.
—Puede que tengas razón...
—Además, soy el único aquí capaz de volar solo. Tú tendrías que hacerlo a lomos de Takeshi, y no pienso dejar a esos críos abandonados en una cueva húmeda y fría sin algo de compañía. Están aterrados del pájaro, pero se acostumbrarán. Es cálido y en el fondo es bastante cariñoso.
—Que te den por culo, soy un ave muy noble.
—¿Ahora ser cariñoso te resta nobleza? ¿Los pájaros también tienen la masculinidad tan frágil como los hombres?
Ayame no pudo evitar soltar una risilla ante la burla de Yokuna. Se sentó en el suelo, frente a los chiquillos, y les dedicó una sonrisa conciliadora.
—¿Queréis ver magia? —les susurró, buscando llamar su atención. Entonces alzó la voz para que Yokuna pudiera escucharla—. Oh, pero ahí te equivocas, Yokuna.
No dio más explicaciones. Simplemente, suspiró y entrelazó las manos en su regazo en el sello del Pájaro. Cerró los ojos y entonces, desde su propia espalda, dos masas de agua surgieron como dos fuentes y se alzaron en contra de la gravedad, girando sobre sí mismas y moldeándose hasta formar lo que parecían ser dos alas de agua.
—Yo sí que puedo volar —concluyó, girando la cabeza para ver su reacción.