19/01/2020, 19:24
—Oh, no de la misma forma que tú, no —respondió, agitando una mano en el aire, restándole importancia—. Lo mío es simple ingenio y un poco de ayuda con la transformación elemental de viento. Ya lo verás luego, seguramen...
El vello de punta. El cosquilleo en el pecho. Aquella sensación de opresión... Ayame se puso en tensión de manera instintiva. Y no fue la única.
—¿Tú también lo has notado?
Ella asintió en silencio, levantándose lentamente. Dos shinobi se acercaban. Ayame se alejó de la salida de la caverna con pasos cuidadosos de hacer ningún tipo de ruido y retrocedió. Yokuna la acompañó.
—Estate alerta. No queremos que nos ataquen por...
De repente les sacudió una repentina ráfaga de viento que zarandeó sus ropas y sus cabellos. Ayame se vio obligada a cruzar los brazos frente al rostro. Y entonces...
—¡Sorpresaaaa! —gritó Daruu, a lomos de un gigantesco búho nival y sosteniendo en ambas manos sendas cuchillas. Junto a él, Kōri se mantenía tan inexpresivo como siempre—. ¿Amigo o enemigo?
—Je. Amigo, Hyuuga. Amigo —respondió Yokuna, con una seca risotada.
—Me llamo Amedama Daruu —gruñó él, aterrizando de un salto dentro de la cueva cuando el ave aterrizó. Volvió a guardar las espadas en sus respectivas mangas con un movimiento de muñecas—. ¿Amatsu Yokuna?
—Amatsu Yokuna —asintió él—. Curiosas, esas espadas.
Daruu se frotó la nariz, orgulloso como un pavo real, y Ayame sacudió los brazos en el aire.
—¡Oh, yo estoy muy bien! ¡Sana y salva y sin ninguna herida que lamentar! ¡Muchas gracias por preguntar! —exclamó, llena de sarcasmo.
Kōri, que se había acercado a ella, revolvió sus cabellos.
—Sabía que seguías viva —dijo, de forma completamente átona para un momento como aquel. Entonces se volvió hacia Yokuna e inclinó el cuerpo en una sonada reverencia—. Es un placer, señor Yokuna. Yo soy Aotsuki Kōri.
Mientras tanto, el búho nival no había desaparecido en una bola de humo como habría sido lo habitual. Aún sin saber si volverían a necesitarlo, había optado por mantenerse dentro de la covacha y ahora observaba con sus grandes ojos dorados a Takeshi.
El vello de punta. El cosquilleo en el pecho. Aquella sensación de opresión... Ayame se puso en tensión de manera instintiva. Y no fue la única.
—¿Tú también lo has notado?
Ella asintió en silencio, levantándose lentamente. Dos shinobi se acercaban. Ayame se alejó de la salida de la caverna con pasos cuidadosos de hacer ningún tipo de ruido y retrocedió. Yokuna la acompañó.
—Estate alerta. No queremos que nos ataquen por...
De repente les sacudió una repentina ráfaga de viento que zarandeó sus ropas y sus cabellos. Ayame se vio obligada a cruzar los brazos frente al rostro. Y entonces...
—¡Sorpresaaaa! —gritó Daruu, a lomos de un gigantesco búho nival y sosteniendo en ambas manos sendas cuchillas. Junto a él, Kōri se mantenía tan inexpresivo como siempre—. ¿Amigo o enemigo?
—Je. Amigo, Hyuuga. Amigo —respondió Yokuna, con una seca risotada.
—Me llamo Amedama Daruu —gruñó él, aterrizando de un salto dentro de la cueva cuando el ave aterrizó. Volvió a guardar las espadas en sus respectivas mangas con un movimiento de muñecas—. ¿Amatsu Yokuna?
—Amatsu Yokuna —asintió él—. Curiosas, esas espadas.
Daruu se frotó la nariz, orgulloso como un pavo real, y Ayame sacudió los brazos en el aire.
—¡Oh, yo estoy muy bien! ¡Sana y salva y sin ninguna herida que lamentar! ¡Muchas gracias por preguntar! —exclamó, llena de sarcasmo.
Kōri, que se había acercado a ella, revolvió sus cabellos.
—Sabía que seguías viva —dijo, de forma completamente átona para un momento como aquel. Entonces se volvió hacia Yokuna e inclinó el cuerpo en una sonada reverencia—. Es un placer, señor Yokuna. Yo soy Aotsuki Kōri.
Mientras tanto, el búho nival no había desaparecido en una bola de humo como habría sido lo habitual. Aún sin saber si volverían a necesitarlo, había optado por mantenerse dentro de la covacha y ahora observaba con sus grandes ojos dorados a Takeshi.