19/01/2020, 20:23
—¡Doña listilla, ya sé que estás bien! —resopló Daruu, cruzado de brazos—. Te estábamos viendo desde allá arriba —protestó—. Bueno, te estaba viendo desde allá arriba.
Ayame abrió y cerró varias veces la boca, como si le faltara el aire. Incapaz de creer lo que estaba escuchando. ¡Podía creerlo viniendo de su hermano, que era tan frío como su nombre! ¿Pero de Daruu? Oh, no, de él nunca se habría esperado una respuesta.
—¡Ah, pues muy bien! ¡Menos mal! —replicó, sacudiendo los brazos en el aire. Dolida, se alejó del grupo adentrándose en la cueva y se refugió en un rincón, apoyada contra la piedra y con los brazos cruzados.
La voz de Kokuō acudió a su mente.
«¿Cree que es un buen momento para...?»
—¡Me da igual! —Exclamó en voz alta sin querer. Pero no le importó, simplemente giró la cabeza y cerró los ojos respirando profundamente. ¿Así era como la recibían después de creerla muerta? ¿Después de creerse ella misma que iba a morir? ¡Allá les partiera un rayo!
Mientras, Kōri y Yokuna seguían hablando entre sí.
—Eres famoso, Hielo —dijo Yokuna,inclinando la cabeza con respeto—. En realidad, los tres sois famosos. He oído lo que les pasó a esas Náyades, ¡ja! Llevábamos años tras ellas. Tú debes ser el hijo de Kiroe, ¿no? —añadió, refiriéndose a Daruu.
—Sí. Escuche, estos críos...
Yokuna les hizo un breve pero detallado informe de los acontecimientos durante su llegada.
—Claro de Hitoya era el último asentamiento. Han arrasado con todo. Han convertido el bosque en una cacería salvaje.
—Si pudiéramos devolver a estos chiquillos a Amegakure... podríamos centrarnos en cazarlos nosotros a ellos.
Kōri se volvió hacia Daruu.
—¿A cuántas personas puedes teletransportar con tu técnica? —le preguntó, sin rodeo.
Ayame, desde su escondite, sintió un ligero escalofrío. Se le había vuelto a olvidar dejar una marca en Amegakure. Otra. Vez.
Ayame abrió y cerró varias veces la boca, como si le faltara el aire. Incapaz de creer lo que estaba escuchando. ¡Podía creerlo viniendo de su hermano, que era tan frío como su nombre! ¿Pero de Daruu? Oh, no, de él nunca se habría esperado una respuesta.
—¡Ah, pues muy bien! ¡Menos mal! —replicó, sacudiendo los brazos en el aire. Dolida, se alejó del grupo adentrándose en la cueva y se refugió en un rincón, apoyada contra la piedra y con los brazos cruzados.
La voz de Kokuō acudió a su mente.
«¿Cree que es un buen momento para...?»
—¡Me da igual! —Exclamó en voz alta sin querer. Pero no le importó, simplemente giró la cabeza y cerró los ojos respirando profundamente. ¿Así era como la recibían después de creerla muerta? ¿Después de creerse ella misma que iba a morir? ¡Allá les partiera un rayo!
Mientras, Kōri y Yokuna seguían hablando entre sí.
—Eres famoso, Hielo —dijo Yokuna,inclinando la cabeza con respeto—. En realidad, los tres sois famosos. He oído lo que les pasó a esas Náyades, ¡ja! Llevábamos años tras ellas. Tú debes ser el hijo de Kiroe, ¿no? —añadió, refiriéndose a Daruu.
—Sí. Escuche, estos críos...
Yokuna les hizo un breve pero detallado informe de los acontecimientos durante su llegada.
—Claro de Hitoya era el último asentamiento. Han arrasado con todo. Han convertido el bosque en una cacería salvaje.
—Si pudiéramos devolver a estos chiquillos a Amegakure... podríamos centrarnos en cazarlos nosotros a ellos.
Kōri se volvió hacia Daruu.
—¿A cuántas personas puedes teletransportar con tu técnica? —le preguntó, sin rodeo.
Ayame, desde su escondite, sintió un ligero escalofrío. Se le había vuelto a olvidar dejar una marca en Amegakure. Otra. Vez.