19/01/2020, 21:25
(Última modificación: 19/01/2020, 21:34 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Pero Daruu no estaba dispuesto a dejarla sola.
—Ayame, ¡por favor! ¡Sabes que no estaría así de sereno si pensase que has corrido algún peligro! Venga, no te piques.
Ella le devolvió una mirada furibunda y entrecerró peligrosamente los ojos.
—¿Que no me pique? —siseó, en apenas un susurro—. "¡Ayame! ¿Cómo estás? ¡Me alegro de ver que estás bien!" ¡Quizás un abrazo, quizás un beso! ¡No! ¡Directamente apareces aquí, sin más! ¿Es mucho pedir algo de preocupación? ¿Tan poco te importo ya?
—¡Amedama! —les interrumpió Yokuna—. Esa técnica tuya... ¿a dónde te los has llevado, exactamente?
—Bah, olvídalo —Ayame resopló y se levantó, apartándose de nuevo de Daruu para dirigirse hacia el búho nival y acariciar su pico con mimo.
—A mi casa —respondió él, levantándose y dirigiéndose a él—. Con mi madre. Confío en que ella se ocupe de ellos. Ahora están a salvo. Pero necesitaré recuperar algo de chakra, llevar a tanta gente me agota.
Después de aquello, Yokuna expuso los siguientes pasos que darían: Daruu debería descansar para recuperar las fuerzas perdidas en el teletransporte. Después, localizaría con su Byakugan algún grupo de exiliados que se encontrara lo suficientemente distraído para asaltarlos y entonces se separarían en dos grupos: Ayame y Yokuna por un lado, y Daruu y Kōri por otro.
«Mejor.» Pensó Ayame, llena de rencor. Y aún así rebuscó en su portaobjetos, sacó algo y se lo lanzó a Daruu sin mediar palabra alguna: un comunicador avanzado extra que siempre llevaba consigo.
—Oye, ¿y cómo es que no sabemos cuántos son? —preguntó Daruu, de pronto—. ¿No se supone que la aldea tiene un registro de la gente que viene y se va?
—Conocemos la gente que abandona Amegakure, pero supongo que no contamos con aportes externos de delincuentes o incluso exiliados que provengan de otras aldeas —supuso El Hielo.
—Ayame, ¡por favor! ¡Sabes que no estaría así de sereno si pensase que has corrido algún peligro! Venga, no te piques.
Ella le devolvió una mirada furibunda y entrecerró peligrosamente los ojos.
—¿Que no me pique? —siseó, en apenas un susurro—. "¡Ayame! ¿Cómo estás? ¡Me alegro de ver que estás bien!" ¡Quizás un abrazo, quizás un beso! ¡No! ¡Directamente apareces aquí, sin más! ¿Es mucho pedir algo de preocupación? ¿Tan poco te importo ya?
—¡Amedama! —les interrumpió Yokuna—. Esa técnica tuya... ¿a dónde te los has llevado, exactamente?
—Bah, olvídalo —Ayame resopló y se levantó, apartándose de nuevo de Daruu para dirigirse hacia el búho nival y acariciar su pico con mimo.
—A mi casa —respondió él, levantándose y dirigiéndose a él—. Con mi madre. Confío en que ella se ocupe de ellos. Ahora están a salvo. Pero necesitaré recuperar algo de chakra, llevar a tanta gente me agota.
Después de aquello, Yokuna expuso los siguientes pasos que darían: Daruu debería descansar para recuperar las fuerzas perdidas en el teletransporte. Después, localizaría con su Byakugan algún grupo de exiliados que se encontrara lo suficientemente distraído para asaltarlos y entonces se separarían en dos grupos: Ayame y Yokuna por un lado, y Daruu y Kōri por otro.
«Mejor.» Pensó Ayame, llena de rencor. Y aún así rebuscó en su portaobjetos, sacó algo y se lo lanzó a Daruu sin mediar palabra alguna: un comunicador avanzado extra que siempre llevaba consigo.
—Oye, ¿y cómo es que no sabemos cuántos son? —preguntó Daruu, de pronto—. ¿No se supone que la aldea tiene un registro de la gente que viene y se va?
—Conocemos la gente que abandona Amegakure, pero supongo que no contamos con aportes externos de delincuentes o incluso exiliados que provengan de otras aldeas —supuso El Hielo.