20/01/2020, 14:03
(Última modificación: 20/01/2020, 16:23 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Pobrecito... —murmuró Ayame, ante la protesta ofendida de Takeshi.
Todos se quedaron mirándola en silencio cuando expuso sus dudas, pero fue Yokuna el que tomó la palabra:
—Me llaman el Cazador porque me especializo en rastrear y acabar con exiliados de Amegakure fuera de la aldea —dijo. Y Ayame no pudo evitar pensar en lo irónico que era que Daruu y ella estuviesen siguiendo una trayectoria similar—. Al principio, cuando Yui-sama me enviaba a estas misiones, sentía lo mismo que tú. A veces he tenido que matar a un chiquillo descarriado cuyo crimen consistió en largarse de la Villa sin avisar. No he sentido remordimiento, pero tampoco sentí estar haciendo justicia. Pero gente como esta... —añadió, chasqueando la lengua y negando con la cabeza—. Los he visto torturar y violar, matar a hombres, mujeres y niños por igual con una sonrisa en el rostro. Los he visto relamerse con la sangre de sus víctimas. Matar a esta gente es hacer justicia.
—Basta, he oído suficiente —pidió Daruu, rojo de ira y el Byakugan activado. Había levantado la mirada hacia el techo de la cueva—. Vais a tener suerte. Hace un rato, detecté a varios de ellos alrededor de una hoguera. Dos kilómetros al este de aquí, quizás un poco más. Muy cerca del borde del precipicio, unos veinte metros hacia el exterior del bosque. Siguen ahí. Hay alguno dormido, y sus chakras no son poderosos. Tienen pinta de enclenques. A todas luces una presa fácil. Vámonos, sensei, hacia el oeste. No puedo usar la visión telescópica continuamente, pero lo haré a intervalos y podremos cazarlos poco a poco.
Ayame asintió en silencio. A todas luces, aquel sería su primer objetivo como Cazadores, mientras Daruu y su hermano actuaban de rastreadores.
—Intenta ser conservador con tus ojos. Lo último que necesitamos es que te quedes ciego del sobreesfuerzo —le previno Kōri.
—Quizás podría invocar a algunos gatos para que nos ayuden a rastrear... —Daruu se rascó la barbilla, pensativo—. No tienen tan buen olfato como los perros, pero...
—Oh, ¿tú también sabes invocar, Amedama? —constató Yokuna.
Y Ayame fue consciente entonces... de que todos allí podían invocar, menos ella. Búhos, halcones, gatos. No pudo evitarlo, volvió a sentir la envidia corroyéndola por dentro. Sentía que volvía a quedarse atrás.
—Como recomendación personal... —continuaba hablando Yokuna—. Te recomiendo que reserves el chakra para pelear y para usar tu dōjutsu. Por muy bien que pudieran rastrear, el Byakugan puede ver hasta... ¿cuánto, dos, tres kilómetros?
—Cinco y medio —contestó Daruu, rebosante de orgullo—. ¿Nos vamos?
Kōri asintió, se subió a su búho nival, que aleteó con suavidad al sentir que volvía a ser necesitada, de un salto y le tendió la mano a Daruu para que hiciera lo mismo.
—Vamos.
Ayame, por su parte, dirigió un instante a la pared de la cueva y dibujó con la sangre de su dedo pulgar el ideograma de Luna. No iba a permitir un nuevo descuido. Sólo una vez hubo terminado con ello, volvió a entrelazar las manos en el sello del Pájaro y desplegó sus alas de agua tras ella.
—Yo también estoy lista. Te sigo, Yokuna-san.
Todos se quedaron mirándola en silencio cuando expuso sus dudas, pero fue Yokuna el que tomó la palabra:
—Me llaman el Cazador porque me especializo en rastrear y acabar con exiliados de Amegakure fuera de la aldea —dijo. Y Ayame no pudo evitar pensar en lo irónico que era que Daruu y ella estuviesen siguiendo una trayectoria similar—. Al principio, cuando Yui-sama me enviaba a estas misiones, sentía lo mismo que tú. A veces he tenido que matar a un chiquillo descarriado cuyo crimen consistió en largarse de la Villa sin avisar. No he sentido remordimiento, pero tampoco sentí estar haciendo justicia. Pero gente como esta... —añadió, chasqueando la lengua y negando con la cabeza—. Los he visto torturar y violar, matar a hombres, mujeres y niños por igual con una sonrisa en el rostro. Los he visto relamerse con la sangre de sus víctimas. Matar a esta gente es hacer justicia.
—Basta, he oído suficiente —pidió Daruu, rojo de ira y el Byakugan activado. Había levantado la mirada hacia el techo de la cueva—. Vais a tener suerte. Hace un rato, detecté a varios de ellos alrededor de una hoguera. Dos kilómetros al este de aquí, quizás un poco más. Muy cerca del borde del precipicio, unos veinte metros hacia el exterior del bosque. Siguen ahí. Hay alguno dormido, y sus chakras no son poderosos. Tienen pinta de enclenques. A todas luces una presa fácil. Vámonos, sensei, hacia el oeste. No puedo usar la visión telescópica continuamente, pero lo haré a intervalos y podremos cazarlos poco a poco.
Ayame asintió en silencio. A todas luces, aquel sería su primer objetivo como Cazadores, mientras Daruu y su hermano actuaban de rastreadores.
—Intenta ser conservador con tus ojos. Lo último que necesitamos es que te quedes ciego del sobreesfuerzo —le previno Kōri.
—Quizás podría invocar a algunos gatos para que nos ayuden a rastrear... —Daruu se rascó la barbilla, pensativo—. No tienen tan buen olfato como los perros, pero...
—Oh, ¿tú también sabes invocar, Amedama? —constató Yokuna.
Y Ayame fue consciente entonces... de que todos allí podían invocar, menos ella. Búhos, halcones, gatos. No pudo evitarlo, volvió a sentir la envidia corroyéndola por dentro. Sentía que volvía a quedarse atrás.
—Como recomendación personal... —continuaba hablando Yokuna—. Te recomiendo que reserves el chakra para pelear y para usar tu dōjutsu. Por muy bien que pudieran rastrear, el Byakugan puede ver hasta... ¿cuánto, dos, tres kilómetros?
—Cinco y medio —contestó Daruu, rebosante de orgullo—. ¿Nos vamos?
Kōri asintió, se subió a su búho nival, que aleteó con suavidad al sentir que volvía a ser necesitada, de un salto y le tendió la mano a Daruu para que hiciera lo mismo.
—Vamos.
Ayame, por su parte, dirigió un instante a la pared de la cueva y dibujó con la sangre de su dedo pulgar el ideograma de Luna. No iba a permitir un nuevo descuido. Sólo una vez hubo terminado con ello, volvió a entrelazar las manos en el sello del Pájaro y desplegó sus alas de agua tras ella.
—Yo también estoy lista. Te sigo, Yokuna-san.