20/01/2020, 19:37
Sin embargo, Yokuna le indicó que aguardase un instante. Ayame se volvió hacia él, interrogante.
—Espera un momento —dijo, con sus gélidos ojos clavados en sus alas.
—¿Qué... ocurre...?
—Antes me pareció que te ibas a referir al Hielo como hermano. Eso significa que eres... Aotsuki Ayame, la Guardiana —afirmó, suspicaz.
—Sí, bueno... pero prefiero que me llamen Ayame, simplemente. Eso de Guardiana no va conmigo —respondió ella, agitando una mano en el aire.
Pero Yokuna no había terminado ahí:
—Hija de Aotsuki Zetsuo, invocador de águilas. Hermana de Aotsuki Kōri, invocador de búhos. Y ahí estás, de pie, con unas alas hechas de agua. Parece que tu familia tiene cierta afinidad con las aves, ¿eh? —constató, mientras echaba las manos por encima de los hombros y desenganchaba el enorme pergamino con el que cargaba. Ayame ya lo había visto antes, pero había supuesto que serviría para algo relacionado con complejas y complicadas técnicas de sellado que nunca comprendería, por lo que no le había prestado demasiada atención. No tardaría en darse cuenta de lo que equivocada que estaba—. Bien, Aotsuki Ayame. Esto es lo que te propongo: ¿Te gustaría formar parte de la familia de los Halcones de Sora-Su? Firma este pergamino con tu sangre, y tú podrás invocarlos —Yokuna sonrió—. Verás con qué cara se quedan —añadió, con una risotada.
Pero Ayame se había quedado congelada en el sitio, como si le costara un colosal esfuerzo procesar la proposición de Yokuna. Toda su vida, desde que era niña y había visto a su padre invocar águilas por primera vez, había soñado con poder hacer algo así. No fueron pocas las veces que le pidió a su padre que le enseñara a invocar águilas, o a su hermano para invocar búhos como él. Pero siempre se negaron alegando que aún no estaba preparada para ello. Después llegó Daruu, invocando gatos, y la joven se sintió hundida y atrasada. Y ahora el sino parecía estar confirmándole que ella nunca había estado destinada para las águilas o los búhos, sino para otra familia muy relacionada con ellos, pero al mismo tiempo muy diferente: los halcones.
¿Pero así? ¿Tan de repente?
—S... ¿Seguro...? —balbuceó, sin embargo—. ¿Por qué...? ¿Por qué me da algo así sin siquiera conocerme? Q... Quiero decir...
—Espera un momento —dijo, con sus gélidos ojos clavados en sus alas.
—¿Qué... ocurre...?
—Antes me pareció que te ibas a referir al Hielo como hermano. Eso significa que eres... Aotsuki Ayame, la Guardiana —afirmó, suspicaz.
—Sí, bueno... pero prefiero que me llamen Ayame, simplemente. Eso de Guardiana no va conmigo —respondió ella, agitando una mano en el aire.
Pero Yokuna no había terminado ahí:
—Hija de Aotsuki Zetsuo, invocador de águilas. Hermana de Aotsuki Kōri, invocador de búhos. Y ahí estás, de pie, con unas alas hechas de agua. Parece que tu familia tiene cierta afinidad con las aves, ¿eh? —constató, mientras echaba las manos por encima de los hombros y desenganchaba el enorme pergamino con el que cargaba. Ayame ya lo había visto antes, pero había supuesto que serviría para algo relacionado con complejas y complicadas técnicas de sellado que nunca comprendería, por lo que no le había prestado demasiada atención. No tardaría en darse cuenta de lo que equivocada que estaba—. Bien, Aotsuki Ayame. Esto es lo que te propongo: ¿Te gustaría formar parte de la familia de los Halcones de Sora-Su? Firma este pergamino con tu sangre, y tú podrás invocarlos —Yokuna sonrió—. Verás con qué cara se quedan —añadió, con una risotada.
Pero Ayame se había quedado congelada en el sitio, como si le costara un colosal esfuerzo procesar la proposición de Yokuna. Toda su vida, desde que era niña y había visto a su padre invocar águilas por primera vez, había soñado con poder hacer algo así. No fueron pocas las veces que le pidió a su padre que le enseñara a invocar águilas, o a su hermano para invocar búhos como él. Pero siempre se negaron alegando que aún no estaba preparada para ello. Después llegó Daruu, invocando gatos, y la joven se sintió hundida y atrasada. Y ahora el sino parecía estar confirmándole que ella nunca había estado destinada para las águilas o los búhos, sino para otra familia muy relacionada con ellos, pero al mismo tiempo muy diferente: los halcones.
¿Pero así? ¿Tan de repente?
—S... ¿Seguro...? —balbuceó, sin embargo—. ¿Por qué...? ¿Por qué me da algo así sin siquiera conocerme? Q... Quiero decir...