21/01/2020, 16:02
Para Akimichi Daiku, todo salió mal. A veces, la fuerza de voluntad, la pura determinación, no servía. No cuando se enfrentaba a un enemigo tan claramente superior, capaz de transformar su propia sangre en una nube de vapor carmesí tras la que esconderse.
—Bastardo… —masculló Raito, tras tirar el pitillo.
No tuvo que esperar demasiado en ver de nuevo a su alumno, quien se precipitaba hacia él, desequilibrado. El Uchiha lo paró con una mano en el pecho, y sus ojos comprobaron, raudos, que no tuviese ningún sello explosivo pegado a la espalda. Sabía que a Akame le gustaba usar aquellos trucos.
—AAAaaaagggghhhhh… —gimoteaba Daiku, con uno de sus hombros claramente dislocado.
Akame surgió de entre la sangre evaporada diciendo estupideces. Los ojos de Raito miraron primero el cielo, luego el suelo, y finalmente a Akame.
—Distraer y provocar con la palabra nunca fue lo tuyo, Akame —replicó, más allá de que lo escuchado le hubiese provocado arcadas de asco—. Daiku, vigila nuestros pies y mi espalda. He tardado mucho tiempo en comprender la naturaleza de nuestro enemigo, pero ahora lo veo claro: es una rata. Y ya sabes lo que hacen las ratas ante el peligro.
Esconderse bajo tierra. Y, a juzgar por la súbita pérdida de chakra de Akame, o aquel era un clon, o había enviado a uno a esconderse cual ratita. Daiku, apretando los dientes y con lágrimas en los ojos, asintió, dándose la vuelta y oteando el terreno. El propio suelo que pisaban, incluso.
Raito suspiró, cansado.
—Mira lo que me obligas a hacer… —dijo, con verdadero pesar.
Fue entonces cuando sucedió. Cuando Akame comprendió el poder de su antiguo sensei. De por qué todo el mundo temía enfrentarse a él en un combate uno contra uno. De porque entre los uzujines le llamaban Raito, el Espíritu del Trueno. El ojo derecho de Raito sangraba. Un ojo fijo en el pie izquierdo de Akame. Pie que de pronto se iluminó y...
... y decenas de chispas recorrieron su pierna de la nada, cual flujo de chakra. Decenas de chispas que pronto cobraron la forma de un niño demonio abrazado a su pierna, que, sonriendo, apuñaló la pantorilla del Uchiha con una daga hecha de puro Raiton.
—¿Lo diste todo? ¡Yo sí que te lo di todo! —exclamó, perdiendo por un instante los nervios—. ¡Y así me lo pagaste!
Cumplido su trabajo, el niño demonio desapareció entre destellos dorados. El ojo derecho de Raito pasó a concentrarse en el pie derecho de Akame…
—Bastardo… —masculló Raito, tras tirar el pitillo.
No tuvo que esperar demasiado en ver de nuevo a su alumno, quien se precipitaba hacia él, desequilibrado. El Uchiha lo paró con una mano en el pecho, y sus ojos comprobaron, raudos, que no tuviese ningún sello explosivo pegado a la espalda. Sabía que a Akame le gustaba usar aquellos trucos.
—AAAaaaagggghhhhh… —gimoteaba Daiku, con uno de sus hombros claramente dislocado.
Akame surgió de entre la sangre evaporada diciendo estupideces. Los ojos de Raito miraron primero el cielo, luego el suelo, y finalmente a Akame.
—Distraer y provocar con la palabra nunca fue lo tuyo, Akame —replicó, más allá de que lo escuchado le hubiese provocado arcadas de asco—. Daiku, vigila nuestros pies y mi espalda. He tardado mucho tiempo en comprender la naturaleza de nuestro enemigo, pero ahora lo veo claro: es una rata. Y ya sabes lo que hacen las ratas ante el peligro.
Esconderse bajo tierra. Y, a juzgar por la súbita pérdida de chakra de Akame, o aquel era un clon, o había enviado a uno a esconderse cual ratita. Daiku, apretando los dientes y con lágrimas en los ojos, asintió, dándose la vuelta y oteando el terreno. El propio suelo que pisaban, incluso.
Raito suspiró, cansado.
—Mira lo que me obligas a hacer… —dijo, con verdadero pesar.
Fue entonces cuando sucedió. Cuando Akame comprendió el poder de su antiguo sensei. De por qué todo el mundo temía enfrentarse a él en un combate uno contra uno. De porque entre los uzujines le llamaban Raito, el Espíritu del Trueno. El ojo derecho de Raito sangraba. Un ojo fijo en el pie izquierdo de Akame. Pie que de pronto se iluminó y...
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
... y decenas de chispas recorrieron su pierna de la nada, cual flujo de chakra. Decenas de chispas que pronto cobraron la forma de un niño demonio abrazado a su pierna, que, sonriendo, apuñaló la pantorilla del Uchiha con una daga hecha de puro Raiton.
—¿Lo diste todo? ¡Yo sí que te lo di todo! —exclamó, perdiendo por un instante los nervios—. ¡Y así me lo pagaste!
Cumplido su trabajo, el niño demonio desapareció entre destellos dorados. El ojo derecho de Raito pasó a concentrarse en el pie derecho de Akame…
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