21/01/2020, 21:12
En aquel preciso momento, Akame tuvo la inevitable sensación de ser un simple peón en una partida jugada por encima de su nivel. De que Shikage le estaba usando para conseguir algo y que Kyuutsuki trataría de hacer lo mismo. Pero entonces se dijo, ¿no era eso lo que hacían los ganadores? Si estaban jugando una partida de shōgi, él jugaría. Porque todo el mundo sabe lo que le pasa a un peón cuando llega a la línea de meta...
Que se convierte en un general de oro.
—Considéralo hecho, Shikage.
Con aquellas palabras, Akame se despidió de la moradora de la Garganta de la Serpiente.
El viaje de vuelta fue duro, oh sí. Al menos el primer tramo, pues Akame se había dejado su petate junto al Lago de las Ningyos y probablemente éste había sido destruido por el gigantesco culo de Akimichi Daiku. El joven renegado tuvo que poner en práctica sus habilidades de supervivencia para sobrevivir el primer día de trayecto, cazando un par de conejos para comer, buscando la mejor gruta para refugiarse, y manteniendo siempre una hoguera encendida para preservar la temperatura corporal en niveles aceptables.
Por fortuna no llovió demasiado, y el frío de las montañas tan sólo le duró hasta que llegó a Notsuba. Allí se procuró hospedaje decente, se dio una buena ducha y compró ropas nuevas, tirando las viejas. Descansó durante ese día y a la noche, debidamente embozado, tomó el último tren en la estación de la capital con destino a Kaminari no Kuni; concretamente, a la Villa de las Aguas Termales. Un expreso nocturno, con buenas camas y pocos pasajeros, perfecto para no recibir demasiadas atenciones indeseadas.
Apenas llegó a Yugakure tomó un carruaje a la costa con dirección al pueblo portuario más cercano. Una vez allí compró pasaje para Kasukami. El trayecto en barco fue el más pesado de todos, pero Akame lo pasó casi enteramente resguardado en su camarote y durmiendo —que buena falta le hacía—, aunque con un ojo medio abierto.
Nada más pisar suelo del País del Agua ya se sintió algo más a salvo. Aunque aquella sensación distaba mucho de ser hogareña o de retornar a la patria querida, sino que se parecía más bien al corral en el que uno se sabe al mando. Un día después... Llegaba a Ryuuguu-jō.
¿Estaría Kyuutsuki allí? Se moría de ganas por comprobarlo.
Que se convierte en un general de oro.
—Considéralo hecho, Shikage.
Con aquellas palabras, Akame se despidió de la moradora de la Garganta de la Serpiente.
—
El viaje de vuelta fue duro, oh sí. Al menos el primer tramo, pues Akame se había dejado su petate junto al Lago de las Ningyos y probablemente éste había sido destruido por el gigantesco culo de Akimichi Daiku. El joven renegado tuvo que poner en práctica sus habilidades de supervivencia para sobrevivir el primer día de trayecto, cazando un par de conejos para comer, buscando la mejor gruta para refugiarse, y manteniendo siempre una hoguera encendida para preservar la temperatura corporal en niveles aceptables.
Por fortuna no llovió demasiado, y el frío de las montañas tan sólo le duró hasta que llegó a Notsuba. Allí se procuró hospedaje decente, se dio una buena ducha y compró ropas nuevas, tirando las viejas. Descansó durante ese día y a la noche, debidamente embozado, tomó el último tren en la estación de la capital con destino a Kaminari no Kuni; concretamente, a la Villa de las Aguas Termales. Un expreso nocturno, con buenas camas y pocos pasajeros, perfecto para no recibir demasiadas atenciones indeseadas.
Apenas llegó a Yugakure tomó un carruaje a la costa con dirección al pueblo portuario más cercano. Una vez allí compró pasaje para Kasukami. El trayecto en barco fue el más pesado de todos, pero Akame lo pasó casi enteramente resguardado en su camarote y durmiendo —que buena falta le hacía—, aunque con un ojo medio abierto.
Nada más pisar suelo del País del Agua ya se sintió algo más a salvo. Aunque aquella sensación distaba mucho de ser hogareña o de retornar a la patria querida, sino que se parecía más bien al corral en el que uno se sabe al mando. Un día después... Llegaba a Ryuuguu-jō.
¿Estaría Kyuutsuki allí? Se moría de ganas por comprobarlo.