22/01/2020, 20:22
Yui, con el teléfono junto a la oreja y el dedo colgando en el aire a mitad de camino a los números, se quedó momentáneamente congelada en el sitio.
—Lo entiendo —dijo al fin, frunciendo el ceño por unos instantes, pensativa—. Pero harás así igualmente —concluyó, para desamparo de Ayame, que la miró con ojos como platos—. Mira, si Datsue vuelve a necesitar ayuda, que la pida cuando corresponda, y que no espera hasta el último momento para ver si puede llevarse todas las medallitas. No pienso exponerte de esa manera contra los Generales, Ayame. Además, pensad, coño. ¿No era que los bijuus podían comunicarse entre ellos? Quizá el Gobi o el Ichibi le dijeron a Kurama lo que sucedió. O quizá al conceder su chakra a los Generales también puede ver lo que les sucede. Eso significaría que hay altas probabilidades de que ya sepa que podéis acudir en su ayuda al instante. Y los bijuus serán animales sin escrúpulos y jodidos monstruos, pero Kurama al menos está demostrando que también sabe pensar. La próxima vez que vaya a por Datsue, contará con vosotros. Y, por tanto, será una jodida trampa.
En aquellos instantes, Ayame se estaba mordiendo la lengua como nunca antes lo había hecho. Intentaba por todos los medios que la rabia no se reflejara en sus ojos, en mantener una postura relajada y no tensar los hombros o los puños. ¡Pero resultaba aún más difícil cuando sentía la ira de Kokuō en su interior, deseando salir al exterior como el vapor en una olla a presión a punto de estallar!
«Kokuō... Lo sé, lo entiendo... Pero no lo hagas. Sólo nos perjudicará a las dos. ¡Sólo servirá para que te vuelvan a encerrar!» Rogaba para sus adentros.
La rabia de Kokuō pareció relajarse un tanto, pero seguía bullendo en el fondo de la olla. Ayame agachó la mirada y respiró hondo lenta y profundamente, y después dejó escapar el aire por la nariz con la misma lentitud, tratando de terminar de recuperar el control sobre sus emociones.
—Ah —continuaba hablando Yui—, y la próxima vez cuento con que me contéis detalles tan importantes como que podéis comunicaros a distancia con el jinchuuriki de Uzu... de manera inmediata.
Ayame hizo una reverencia, agradeciendo para sus adentros tener una excusa para cerrar los ojos.
—Lo haremos, Yui-sama —asintió, antes de reincorporarse—. ¡Vamos, Daruu, tenemos diez minutos para redactar ese informe! —dijo, dándose la vuelta a toda velocidad para salir de aquel despacho a pasos acelerados.
Fue cerrarse la puerta tras su espalda y Ayame se detuvo en seco, respirando entrecortadamente, temblando y con la mano apoyada en sus ojos. Cuando la retiró, aún quedaban retazos de color aguamarina en sus iris que se diluyeron en su castaño habitual.
—Cómo no... La Jinchūriki debe pedir permiso para salir de la jaula... —siseó llena de rabia, en apenas un susurro.
—Lo entiendo —dijo al fin, frunciendo el ceño por unos instantes, pensativa—. Pero harás así igualmente —concluyó, para desamparo de Ayame, que la miró con ojos como platos—. Mira, si Datsue vuelve a necesitar ayuda, que la pida cuando corresponda, y que no espera hasta el último momento para ver si puede llevarse todas las medallitas. No pienso exponerte de esa manera contra los Generales, Ayame. Además, pensad, coño. ¿No era que los bijuus podían comunicarse entre ellos? Quizá el Gobi o el Ichibi le dijeron a Kurama lo que sucedió. O quizá al conceder su chakra a los Generales también puede ver lo que les sucede. Eso significaría que hay altas probabilidades de que ya sepa que podéis acudir en su ayuda al instante. Y los bijuus serán animales sin escrúpulos y jodidos monstruos, pero Kurama al menos está demostrando que también sabe pensar. La próxima vez que vaya a por Datsue, contará con vosotros. Y, por tanto, será una jodida trampa.
En aquellos instantes, Ayame se estaba mordiendo la lengua como nunca antes lo había hecho. Intentaba por todos los medios que la rabia no se reflejara en sus ojos, en mantener una postura relajada y no tensar los hombros o los puños. ¡Pero resultaba aún más difícil cuando sentía la ira de Kokuō en su interior, deseando salir al exterior como el vapor en una olla a presión a punto de estallar!
«Kokuō... Lo sé, lo entiendo... Pero no lo hagas. Sólo nos perjudicará a las dos. ¡Sólo servirá para que te vuelvan a encerrar!» Rogaba para sus adentros.
La rabia de Kokuō pareció relajarse un tanto, pero seguía bullendo en el fondo de la olla. Ayame agachó la mirada y respiró hondo lenta y profundamente, y después dejó escapar el aire por la nariz con la misma lentitud, tratando de terminar de recuperar el control sobre sus emociones.
—Ah —continuaba hablando Yui—, y la próxima vez cuento con que me contéis detalles tan importantes como que podéis comunicaros a distancia con el jinchuuriki de Uzu... de manera inmediata.
Ayame hizo una reverencia, agradeciendo para sus adentros tener una excusa para cerrar los ojos.
—Lo haremos, Yui-sama —asintió, antes de reincorporarse—. ¡Vamos, Daruu, tenemos diez minutos para redactar ese informe! —dijo, dándose la vuelta a toda velocidad para salir de aquel despacho a pasos acelerados.
Fue cerrarse la puerta tras su espalda y Ayame se detuvo en seco, respirando entrecortadamente, temblando y con la mano apoyada en sus ojos. Cuando la retiró, aún quedaban retazos de color aguamarina en sus iris que se diluyeron en su castaño habitual.
—Cómo no... La Jinchūriki debe pedir permiso para salir de la jaula... —siseó llena de rabia, en apenas un susurro.