23/01/2020, 03:46
(Última modificación: 23/01/2020, 04:41 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
El rostro de Kincho se tergiversó hacia lo que pareció ser una sonrisa afilada y curvada. Una que le haría recordar a Ayame la faceta más característica de Umikiba Kaido: esa mueca socarrona suya con la que recibía a sus contrarios, y que traería seguramente un buen puñado de recuerdos de los tiempos de antes.
De antes, sí, de cuando él era fiel a los suyos. De cuando salvaba la vida de sus amigos. De cuando mataba a otros traidores para defender su patria, en honor a su líder; aquella que le había tendido en bandeja su ticket hacia la libertad, lejos de las cadenas que le retenían como a un animal.
—Que ciega estas, Aotsuki Ayame. Pero no te culpo, yo también lo estaba —dijo, con cizaña—. ¿de verdad crees que a Akame acabó así por el Omoide? ¿cómo puedes ser tan estúpida? —dio un paso hacia ella, muy lento—. ¡la droga era su refugio! ¡su ruta de escape! de la traición! esa pasta azul era lo único que le apaciguaba el dolor por la puñalada rastrera que recibió por parte de aquellos que se hacían llamar sus amigos. De su gente. de Uzushiogakure.
»Yo, por el contrario, fui más vivaz. Un tipo afortunado, digamos; y pude irme antes de que me hicieran lo mismo a mí. ¿Que no lo entiendes, Ayame? vosotros los shinobi de las Tres Grandes no sois más que herramientas. Sendos peones en un tablero cuyas piezas las controlan sólo aquellos que se encuentran en la cúspide donde reside el verdadero poder. ¿Crees que Amekoro Yui te tiene estima? ¿que siente algo por ti? ¿que realmente vela por los suyos, y no por los intereses que mantienen ese sombrero sobre su puta cabeza? ¡JAJAJAJA! ¡eres muy ingenua! —sus manos gesticulaban al son de una cordura frágil y volátil, dominada por las estelas del Bautizo del Dragón. Era ese fuego ígneo lo que salía de su boca, y no las palabras que realmente nacían de su corazón. Una lástima, que ni él mismo lo supiera. Una lástima, que nadie lo hiciera—. eres débil. De cuerpo y de mente. Eres frágil, como una vasija. Oh, eso es lo que eres Ayame. Para eso existes. Para encerrar algo. ¿Sin eso que llevas dentro?
De antes, sí, de cuando él era fiel a los suyos. De cuando salvaba la vida de sus amigos. De cuando mataba a otros traidores para defender su patria, en honor a su líder; aquella que le había tendido en bandeja su ticket hacia la libertad, lejos de las cadenas que le retenían como a un animal.
—Que ciega estas, Aotsuki Ayame. Pero no te culpo, yo también lo estaba —dijo, con cizaña—. ¿de verdad crees que a Akame acabó así por el Omoide? ¿cómo puedes ser tan estúpida? —dio un paso hacia ella, muy lento—. ¡la droga era su refugio! ¡su ruta de escape! de la traición! esa pasta azul era lo único que le apaciguaba el dolor por la puñalada rastrera que recibió por parte de aquellos que se hacían llamar sus amigos. De su gente. de Uzushiogakure.
»Yo, por el contrario, fui más vivaz. Un tipo afortunado, digamos; y pude irme antes de que me hicieran lo mismo a mí. ¿Que no lo entiendes, Ayame? vosotros los shinobi de las Tres Grandes no sois más que herramientas. Sendos peones en un tablero cuyas piezas las controlan sólo aquellos que se encuentran en la cúspide donde reside el verdadero poder. ¿Crees que Amekoro Yui te tiene estima? ¿que siente algo por ti? ¿que realmente vela por los suyos, y no por los intereses que mantienen ese sombrero sobre su puta cabeza? ¡JAJAJAJA! ¡eres muy ingenua! —sus manos gesticulaban al son de una cordura frágil y volátil, dominada por las estelas del Bautizo del Dragón. Era ese fuego ígneo lo que salía de su boca, y no las palabras que realmente nacían de su corazón. Una lástima, que ni él mismo lo supiera. Una lástima, que nadie lo hiciera—. eres débil. De cuerpo y de mente. Eres frágil, como una vasija. Oh, eso es lo que eres Ayame. Para eso existes. Para encerrar algo. ¿Sin eso que llevas dentro?
no eres nadie.