23/01/2020, 13:24
(Última modificación: 23/01/2020, 13:28 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Y allí estaba. El cordero sonrió y mostró las fauces del lobo disfrazado. Aún sin aquellos dientes de sierra, la sonrisa de Kaido era inconfundible. Ella misma la había temido durante largo tiempo, antes de conocerle bien. O, mejor dicho, cuando creía que le conocía bien. Los ojos se le humedecieron al pensarlo.
—Que ciega estas, Aotsuki Ayame. Pero no te culpo, yo también lo estaba —dijo, con cizaña. Y ella le miró, llena de extrañeza. ¿Ciega?—. [sub=steelblue]¿De verdad crees que a Akame acabó así por el Omoide? ¿Cómo puedes ser tan estúpida?
Kincho, o mejor dicho Kaido, dio un paso hacia ella. Ayame retrocedió el mismo paso con la misma lentitud. Con un seco movimiento de muñeca, desenvainó un kunai y se lo pasó a la mano zurda.
—¡La droga era su refugio! ¡Su ruta de escape! ¡De la traición! Esa pasta azul era lo único que le apaciguaba el dolor por la puñalada rastrera que recibió por parte de aquellos que se hacían llamar sus amigos. De su gente. de Uzushiogakure.
—Oh, perdóname, ¡¿pretendes decirme que sois una especie de salvadores de los desgraciados?! ¿Con droga, para hundirlos más? ¡¿Por simple solidaridad o humanidad y no un sucio negocio teñido de azul?! Te creía más listo, Kaido... ¡Y no me hagas reír! ¡Ni tú ni yo conocemos con detalle lo que pasó entre Uzushiogakure y él! ¡Ninguno de nosotros sabe nada!
Lo recordaba. Recordaba con total claridad lo vehemente que se mostró Akame con que Uzushiogakure se lo había arrebatado todo. Pero también recordaba el dolor de Datsue, su reticencia a creer que su Hermano seguía vivo de alguna manera. Recordaba con total claridad el dolor de Hanabi y Datsue al relatar cómo habían sostenido el cadáver en sus brazos y después le habían dado sepultura. No. Ese dolor no era fingido. Ayame comenzó a sospechar que había algo más allá.
Y entonces comenzó a atar cabos. Los Generales. ¿Puede que el mismo General que abatieron en la playa junto a Uchiha Datsue?
—Yo, por el contrario, fui más vivaz —seguía hablando Kaido—. Un tipo afortunado, digamos; y pude irme antes de que me hicieran lo mismo a mí. ¿Que no lo entiendes, Ayame? Vosotros los shinobi de las Tres Grandes no sois más que herramientas. Sendos peones en un tablero cuyas piezas las controlan sólo aquellos que se encuentran en la cúspide donde reside el verdadero poder. ¿Crees que Amekoro Yui te tiene estima? ¿Que siente algo por ti? ¿que realmente vela por los suyos, y no por los intereses que mantienen ese sombrero sobre su puta cabeza? ¡JAJAJAJA! ¡eres muy ingenua!
Estaba loco. Estaba demente.
—Y me imagino que todo eso te lo habrán dicho tus queridos nuevos amigos, ¿no es así? Has alcanzado la... Iluminación Divina, digamos —le espetó Ayame, apuntándole con el filo—. ¿Tú, que te vas en una supuesta misión de infiltración y de repente decides que ya no tienes nada que ver con Amegakure? ¿Tú, después de matar a Keisuke, a los Kajitsu y a tu propia familia por no ser leales a la aldea? ¿Tú? ¿El mata-traidores? ¿Es que no ves que te están comiendo la cabeza? No sé quién es el ingenuo aquí.
—Eres débil. De cuerpo y de mente. Eres frágil, como una vasija. Oh, eso es lo que eres Ayame. Para eso existes. Para encerrar algo. ¿Sin eso que llevas dentro? No eres nadie.
Un tenso silencio inundó el ambiente, sólo roto por el repiqueteo de la lluvia contra las láminas de aluminio y los remanentes de agua que seguían filtrándose. Y de repente, Ayame...
Soltó una risotada.
No lloró, ni pataleó, como Kaido estaría acostumbrado a ver.
—No soy nadie... —repitió, con los ojos cerrados. Y bajó el kunai, aún con aquella sonrisa en los labios—: ¿Lo has oído, Kokuō?
Entrelazó las manos en el sello del Kage Bunshin, y junto a ella, tras un breve estallido de humo, apareció una réplica de Ayame... Con los cabellos albos y los iris aguamarina, con una sombra rojiza adornando sus párpados inferiores. Quizás Kaido podría llegar a pensar que se trataba de una técnica de replicación combinada con una de transformación, si no fuera por...
—Humanos... Y de la peor calaña, además.
Si no fuera porque aquella voz no era la de Ayame, sino mucho más gélida, impersonal, y, de alguna manera, mucho más mística.
—A mí, Kaido, al contrario que a ti al parecer —volvió a intervenir Ayame, alzando de nuevo el kunai—. Me da igual ser un simple peón. No me importa lo que piense Yui-sama de mí.
Si no fuera así, no estaría actuando a sus espaldas, escondiendo todo lo que le estaba ocultando sobre el bijuu.
—Sí soy alguien. Pero, desde luego, no sería la misma sin Kokuō. Soy alguien, soy Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure. No Guardiana, ni nada de eso: Kunoichi. Y, como tal, velo por la seguridad de los míos. De mi familia. Y de mis amigos. De mi aldea. Y eso... Te incluye a ti.
»Te voy a contar algo, Kaido. Puedes creértelo o no, me da igual. Pero no fue Hanabi-dono quién mató a Uchiha Akame.
1 AO
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