23/01/2020, 15:20
Yui abrió las puertas de la torre y nada más toparse con Daruu y Ayame posó una mano en cada hombro de ellos, como si fuesen colegas de toda la vida, dándoles un apretón amistoso. Claro que para lo que la Arashikage era amistoso, para el mortal común era el pellizco de una pinza de diez toneladas de peso. De esos que dejaban un moretón por una semana.
—Bueno, ya sabéis lo que toca, ¿no? —dio por sentado—. No se mata a un General y uno se va a echar la siesta. ¡Hoy os vais de juerga con la Arashikage, coño! ¡A celebrarlo!
Se encontraban en un conocido local del Distrito Comercial, lleno de neones púrpuras, azules y verdes, que parpadeaban por todo el techo. Había una zona de baile, música alta, y varios reservados donde los grupos podían beber tranquilamente.
En uno de estos se encontraban nuestros tres protagonistas. En un sofá de cuero —Ayame y Daruu juntos, Yui al frente—, con varias botellas alcohólicas en la mesa y tres copas.
—¡Entoncesh! ¡Contadme en qué condicionesh eshtaba Hanabi, que no me quedó claro! —Sí, Yui llevaba un par de copas encima—. ¡Cuando le chalvashteish el culo! —Vale, quizá eran más que un par. ¿Quién llevaba las cuentas, a aquellas alturas? Lo único que se sabía a ciencia cierta era que la mayor parte de botellas vacías que reposaban sobre la mesa eran responsabilidad de la Amekoro.
Daruu y Ayame ya le habían contado por aquel entonces más de una vez en qué condiciones lamentables se encontraba el Uzukage, pero Yui parecía haberle encontrado cierto gusto a aquella parte concreta de la historia.
—Bueno, ya sabéis lo que toca, ¿no? —dio por sentado—. No se mata a un General y uno se va a echar la siesta. ¡Hoy os vais de juerga con la Arashikage, coño! ¡A celebrarlo!
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Se encontraban en un conocido local del Distrito Comercial, lleno de neones púrpuras, azules y verdes, que parpadeaban por todo el techo. Había una zona de baile, música alta, y varios reservados donde los grupos podían beber tranquilamente.
En uno de estos se encontraban nuestros tres protagonistas. En un sofá de cuero —Ayame y Daruu juntos, Yui al frente—, con varias botellas alcohólicas en la mesa y tres copas.
—¡Entoncesh! ¡Contadme en qué condicionesh eshtaba Hanabi, que no me quedó claro! —Sí, Yui llevaba un par de copas encima—. ¡Cuando le chalvashteish el culo! —Vale, quizá eran más que un par. ¿Quién llevaba las cuentas, a aquellas alturas? Lo único que se sabía a ciencia cierta era que la mayor parte de botellas vacías que reposaban sobre la mesa eran responsabilidad de la Amekoro.
Daruu y Ayame ya le habían contado por aquel entonces más de una vez en qué condiciones lamentables se encontraba el Uzukage, pero Yui parecía haberle encontrado cierto gusto a aquella parte concreta de la historia.