23/01/2020, 20:03
(Última modificación: 23/01/2020, 20:08 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Puesssh, mira, Yui —Volvió a explicar Daruu, por décima vez también. El chico también se había refugiado entre jarras de hidromiel, que corrían como ríos de alcohol. Aquella ya era la cuarta, constató Ayame, con gesto hastiado—. El tipo... el tipo lanchó una teggnica para llevache todo el mérito, aunque al final fue Datchue quien lo aplachtó graciash a que lo retuvimosh. —Daruu chocó el puño contra la palma de la mano, describiendo un aplastamiento figurado—. ¡Pum! Y luego... ¡luego Hanabi che quedó dormido! ¡El tipo agotó todo chu chaggra. Y mira que tiene chaggra el cabrón. Chi que lo malgashta.
Y Yui volvió a reírse a carcajada limpia por décima vez. Para entonces Ayame ya tenía más que claro que lo único que le interesaba de aquella historia era la parte en la que el Uzukage quedaba para el arrastre. Con un suspiro cargado de cansancio, la muchacha le pegó otro sorbo a su refresco. Y entonces Daruu volvió a hablar:
—Oie, Yuuui... Eschuche. Eschuche bien. Yyyo no veo lo de Protector del Pacto ese... —confesó de repente. Y Ayame se volvió hacia él, tan alarmada como sorprendida por aquella súbita revelación.
—Daruu, ¿estás seguro de...?
—No ché chi lo comprende, pero mi hogar eshtá en eshta bich, en esta bich, en esta villa coño. En estha villa. Me debo a eshta gente. La Alianza eshtá bien, ¿pero y chi un día hache falta un chinobi que mire mách por Amejajure que por la Aliancha, ¿eh? Algún día nechechitará eshe shinobi. Y eshe shinobi... eshe shinobi sheré yyyo. No te reté a un combate para coljarme una medaia... si firmo un vínchulo de changre... cherá porque me convierta en Arachikage... ¡HIP!
Ayame se había quedado de piedra, congelada en el sitio y con la boca abierta. ¿Estaba hablando en serio? No solo renunciaba a su puesto como Protector de la Alianza, sino que ahora además lanzaba de forma directa su intención de sobrepasar a Yui y alzarse como Arashikage. Aterrada, la muchacha se giró lentamente hacia Yui. La mujer se levantó de repente, sobresaltándola, se subió a la mesa y cogió a Daruu por el cuello de la camiseta, alzándolo en vilo. Y todo a su alrededor pareció apagarse: las luces de neón, la música, el jolgorio... Todo se congeló bajo la ira de la Arashikage.
—Tú… Daruuuu…
—¡A... ATASHIKAGE-SAMA! —suplicó Ayame, poniéndose en pie también—. ¡Yui-sama, perdónelo! ¡Es el alcohol! ¡No sabe lo que...!
—Túuuu… Daruu… ¡TÚ ERESH DE LOSH MÍOSH! —clamó, dándole una sonora palmada en la espalda. Ayame, temblorosa y aliviada, se dejó caer de nuevo en el sillón con un profundo suspiro—. No che hable másh, no che hable másh. Chi esho esh lo que quieres, ¡concedido! —exclamó, rebosante de energía. Entonces sus ojos se posaron en Ayame. Y en el vaso de refresco que sostenía entre sus manos. Ella se estremeció—. ¡Ayame, no me cheash eshtirada! ¡Bébete algo de verdad, coño!
—No, Arashikage-sama, en realidad yo...
—¡Camarero! —gritó, aún apoyada en el cuerpo de Daruu. Estaba claro que había hecho caso omiso a su kunoichi—. ¡UNA RONDA PARA TODOSH! ¡PARA TODO AMEJIN DE JUERGA Y PARA VOCHOTROSH TAMBIÉN! ¡INVITA LA ARASHIKAGE! —Yui levantó la copa aún llena, que se desparramó y terminó salpicando a una asqueada Ayame—. ¡¡UN BRINDISH!! ¡¡POR DARUU!! ¡¡POR ACHAME!!
»¡¡¡POR LOS MATAGENERALESH!!!
El pub estalló en vítores y hurras y gritos. Y más gritos. Y Ayame se dejó caer sobre la mesa.
Horas más tarde, muchas horas más tarde, Ayame llegó al fin a casa. Y lo hizo como un verdadero zombie. Tiró las llaves de cualquier manera a la mesita de entrada y, tras descalzarse, avanzó arrastrando los pies hacia el comedor. Tanto su padre como su hermano salieron de sus respectivas habitaciones al escuchar el sonido. El enfado en el rostro pasó a la absoluta confusión al comprobar en el estado en el que llegaba su hija.
—¿Dónde narices te habías metido?
—Nos hemos ido de fiesta con Arashikage-sama —respondió, como si viniera en realidad de un entierro.
—¡Ayame, la próxima vez que te vayas a inventar una excusa tan estúpida como...! Esa... —se interrumpió a mitad de grito, cuando sus ojos se cruzaron con los de su hija y vio... Lo vio todo.
—Me voy a dar una ducha. O dos. Quizás tres —dijo ella, continuando hacia el cuarto de baño.
Estaba asqueada. Profundamente asqueada. Apestaba a alcohol y a tabaco, y eso que ella no había consumido nada de eso. La música aún retumbaba en sus oídos y sus pupilas no habían terminado de habituarse a la luz natural de nuevo.
¿Pero qué había hecho ella para merecer una tortura así?
Y Yui volvió a reírse a carcajada limpia por décima vez. Para entonces Ayame ya tenía más que claro que lo único que le interesaba de aquella historia era la parte en la que el Uzukage quedaba para el arrastre. Con un suspiro cargado de cansancio, la muchacha le pegó otro sorbo a su refresco. Y entonces Daruu volvió a hablar:
—Oie, Yuuui... Eschuche. Eschuche bien. Yyyo no veo lo de Protector del Pacto ese... —confesó de repente. Y Ayame se volvió hacia él, tan alarmada como sorprendida por aquella súbita revelación.
—Daruu, ¿estás seguro de...?
—No ché chi lo comprende, pero mi hogar eshtá en eshta bich, en esta bich, en esta villa coño. En estha villa. Me debo a eshta gente. La Alianza eshtá bien, ¿pero y chi un día hache falta un chinobi que mire mách por Amejajure que por la Aliancha, ¿eh? Algún día nechechitará eshe shinobi. Y eshe shinobi... eshe shinobi sheré yyyo. No te reté a un combate para coljarme una medaia... si firmo un vínchulo de changre... cherá porque me convierta en Arachikage... ¡HIP!
Ayame se había quedado de piedra, congelada en el sitio y con la boca abierta. ¿Estaba hablando en serio? No solo renunciaba a su puesto como Protector de la Alianza, sino que ahora además lanzaba de forma directa su intención de sobrepasar a Yui y alzarse como Arashikage. Aterrada, la muchacha se giró lentamente hacia Yui. La mujer se levantó de repente, sobresaltándola, se subió a la mesa y cogió a Daruu por el cuello de la camiseta, alzándolo en vilo. Y todo a su alrededor pareció apagarse: las luces de neón, la música, el jolgorio... Todo se congeló bajo la ira de la Arashikage.
—Tú… Daruuuu…
—¡A... ATASHIKAGE-SAMA! —suplicó Ayame, poniéndose en pie también—. ¡Yui-sama, perdónelo! ¡Es el alcohol! ¡No sabe lo que...!
—Túuuu… Daruu… ¡TÚ ERESH DE LOSH MÍOSH! —clamó, dándole una sonora palmada en la espalda. Ayame, temblorosa y aliviada, se dejó caer de nuevo en el sillón con un profundo suspiro—. No che hable másh, no che hable másh. Chi esho esh lo que quieres, ¡concedido! —exclamó, rebosante de energía. Entonces sus ojos se posaron en Ayame. Y en el vaso de refresco que sostenía entre sus manos. Ella se estremeció—. ¡Ayame, no me cheash eshtirada! ¡Bébete algo de verdad, coño!
—No, Arashikage-sama, en realidad yo...
—¡Camarero! —gritó, aún apoyada en el cuerpo de Daruu. Estaba claro que había hecho caso omiso a su kunoichi—. ¡UNA RONDA PARA TODOSH! ¡PARA TODO AMEJIN DE JUERGA Y PARA VOCHOTROSH TAMBIÉN! ¡INVITA LA ARASHIKAGE! —Yui levantó la copa aún llena, que se desparramó y terminó salpicando a una asqueada Ayame—. ¡¡UN BRINDISH!! ¡¡POR DARUU!! ¡¡POR ACHAME!!
»¡¡¡POR LOS MATAGENERALESH!!!
El pub estalló en vítores y hurras y gritos. Y más gritos. Y Ayame se dejó caer sobre la mesa.
. . .
Horas más tarde, muchas horas más tarde, Ayame llegó al fin a casa. Y lo hizo como un verdadero zombie. Tiró las llaves de cualquier manera a la mesita de entrada y, tras descalzarse, avanzó arrastrando los pies hacia el comedor. Tanto su padre como su hermano salieron de sus respectivas habitaciones al escuchar el sonido. El enfado en el rostro pasó a la absoluta confusión al comprobar en el estado en el que llegaba su hija.
—¿Dónde narices te habías metido?
—Nos hemos ido de fiesta con Arashikage-sama —respondió, como si viniera en realidad de un entierro.
—¡Ayame, la próxima vez que te vayas a inventar una excusa tan estúpida como...! Esa... —se interrumpió a mitad de grito, cuando sus ojos se cruzaron con los de su hija y vio... Lo vio todo.
—Me voy a dar una ducha. O dos. Quizás tres —dijo ella, continuando hacia el cuarto de baño.
Estaba asqueada. Profundamente asqueada. Apestaba a alcohol y a tabaco, y eso que ella no había consumido nada de eso. La música aún retumbaba en sus oídos y sus pupilas no habían terminado de habituarse a la luz natural de nuevo.
¿Pero qué había hecho ella para merecer una tortura así?