23/01/2020, 22:26
Juntos, quiso Akame, y juntos fueron.
Apenas acababa de llegar cuando el Uchiha tuvo que deshacer todo el camino. De vuelta a coger un barco. De vuelta a patearse medio continente. En la ida, al menos, las aves de Zaide habían ahorrado muchos kilómetros a sus piernas. Y tenía a alguien a su lado para amenizar el viaje. Si algo tenía Zaide, eso era que no callaba ni debajo del agua.
Kyūtsuki, en cambio, era todo lo contrario. Hablaba cuando necesitaba decir algo, no trataba de llenar los silencios y, ni mucho menos, daba conversación. El viaje fue soso y aburrido. Y, cuando comían juntos, Akame compartía mesa con cualquiera menos con Kyūtsuki.
A veces era un hombre gordo y adinerado. A veces era una mujer recatada y severa. A veces una joven pícara. En otras, una joven malhumorada. Siempre que enseñaba uno de sus rostros, su personalidad mutaba con ella. Como si no pudiese separarlas.
Cuando llegaron a su destino, sin embargo, era Kyūtsuki quien se encontraba tras la máscara.
—Interesante… —dijo, con los ojos hundidos en el interior de la cueva. Se adentraron en ella y tomaron el camino de la izquierda—. ¿Y dices que está aquí?
Porque Kyūtsuki no la veía. Y Akame tampoco.
Se sentaron sobre una roca y esperaron. Una hora. Dos. Tres. Los estómagos de ambos rugieron de hambre. ¿Dónde narices se había metido Shikage? ¿Acaso se había cambiado de nido? ¿Volvería? Afuera, la noche se había adueñado del cielo y las estrellas eran la única luz natural.
—Akame, aquí no hay nadie —dijo, hastiada—. ¿Estás seguro de que era esta cueva?
El suelo empezó a vibrar…
… y antes de que se diesen cuenta, una serpiente gigantesca se coló entre las grietas de las paredes. Debía ser capaz de aumentar y reducir su tamaño a placer, o quizá usaba algún tipo de técnica de transformación avanzada, porque no había grieta lo suficientemente ancha para dar paso a semejante cuerpo.
—Te agradecería comentar nuestros asuntos en privado —cortó ella, mirando de reojo a Akame.
Shikage siguió deslizándose alrededor de Akame y Kyūtsuki, incapaz de detener su movimiento.
Abrió la boca, y sacó la lengua fuera, con un gran pergamino enrollado en ella.
Apenas acababa de llegar cuando el Uchiha tuvo que deshacer todo el camino. De vuelta a coger un barco. De vuelta a patearse medio continente. En la ida, al menos, las aves de Zaide habían ahorrado muchos kilómetros a sus piernas. Y tenía a alguien a su lado para amenizar el viaje. Si algo tenía Zaide, eso era que no callaba ni debajo del agua.
Kyūtsuki, en cambio, era todo lo contrario. Hablaba cuando necesitaba decir algo, no trataba de llenar los silencios y, ni mucho menos, daba conversación. El viaje fue soso y aburrido. Y, cuando comían juntos, Akame compartía mesa con cualquiera menos con Kyūtsuki.
A veces era un hombre gordo y adinerado. A veces era una mujer recatada y severa. A veces una joven pícara. En otras, una joven malhumorada. Siempre que enseñaba uno de sus rostros, su personalidad mutaba con ella. Como si no pudiese separarlas.
Cuando llegaron a su destino, sin embargo, era Kyūtsuki quien se encontraba tras la máscara.
—Interesante… —dijo, con los ojos hundidos en el interior de la cueva. Se adentraron en ella y tomaron el camino de la izquierda—. ¿Y dices que está aquí?
Porque Kyūtsuki no la veía. Y Akame tampoco.
Se sentaron sobre una roca y esperaron. Una hora. Dos. Tres. Los estómagos de ambos rugieron de hambre. ¿Dónde narices se había metido Shikage? ¿Acaso se había cambiado de nido? ¿Volvería? Afuera, la noche se había adueñado del cielo y las estrellas eran la única luz natural.
—Akame, aquí no hay nadie —dijo, hastiada—. ¿Estás seguro de que era esta cueva?
El suelo empezó a vibrar…
«Esstá sseguro.»
… y antes de que se diesen cuenta, una serpiente gigantesca se coló entre las grietas de las paredes. Debía ser capaz de aumentar y reducir su tamaño a placer, o quizá usaba algún tipo de técnica de transformación avanzada, porque no había grieta lo suficientemente ancha para dar paso a semejante cuerpo.
«Cuánto tiempo, Kyūtssuki. Todavía recuerdo que no erass más que una niña cuando…»
—Te agradecería comentar nuestros asuntos en privado —cortó ella, mirando de reojo a Akame.
«Oh… Ssí. Por ssupuessto.»
Shikage siguió deslizándose alrededor de Akame y Kyūtsuki, incapaz de detener su movimiento.
«No esstaba equivocada contigo, Uchiha. Tieness el poder, y tienesss losss recurssosss. Y vaya recursssosss… Jamásss penssé que llegassesss a encontrarla tan rápido. Cómo lo habráss hecho, me pregunto. Sssssssssssss. Sssuerte que ssoy sserpiente precavida…»
Abrió la boca, y sacó la lengua fuera, con un gran pergamino enrollado en ella.
«… y pedí presstado el Gran Pergamino con tiempo. Fírmalo con ssangre, Uchiha. Y ssaborea tu premio.»
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